¿Ha visto el lector alguna vez a los buques cómo marchan por un
canal y son elevados de un nivel a otro? Es un proceso muy
interesante e instructivo.
Primeramente, el barco pasa a una esclusa donde el nivel del agua es
el mismo que aquel de la parte del mar o río en que momentos antes
navegaba. Entonces las compuertas de la esclusa se cierran y el
buque se ve aislado del mundo externo por las altas paredes del
encierro. No puede volver al río de la parte exterior; aún la luz está
amortiguada a su alrededor; pero arriba las nubes movibles o el
brillo del sol, nos indican su presencia dándonos tranquilidad. El
buque tampoco puede elevarse sin auxilio y la ley de gravedad
imposibilita al agua, en aquella parte del canal o río, que
previamente había surcado el barco, el elevarse a un nivel superior,
de aquí que no podamos esperar auxilio por este lado.
También hay compuertas en la parte superior de la esclusa las cuales
impiden que las aguas de los niveles superiores puedan inundar las
esclusas inferiores, pues de este modo estas aguas se desbordarían
en un momento y engullirían el buque que permanece en el nivel
inferior, obedeciendo o conformándose a la misma ley de la
gravedad. Sin embargo, es desde arriba de donde debe venir la
fuerza si el buque debe subir a un nivel superior del río y, para hacer
esto con seguridad de éxito, se envía un chorro muy pequeño hacia
el fondo de la esclusa, con lo cual se sube al barco, muy lentamente
y gradualmente pero con seguridad, hasta el nivel superior
inmediato. Cuando este nivel se ha alcanzado, las puertas superiores
pueden abrirse sin peligro para la nave y ésta puede surcar adelante
sobre el seno expansivo del superior camino acuático. Entonces la
esclusa se vacía lentamente y el agua que ella contenía se vierte a la
otra parte por el nivel inferior, el cual se eleva igualmente como
consecuencia de ello, pero ligeramente. La esclusa se halla entonces
dispuesta para elevar otro barco.
Esta es, como se ha dicho al principio, una operación física muy
interesante e instructiva, indicando como la destreza y el ingenio
dominan grandes obstáculos por el uso de las fuerzas de la
naturaleza. Pero esto es un manantial de aun mayor iluminación, en
un aspecto espiritual de vital importancia para aquellos que aspiran
y se esfuerzan en vivir la vida superior, porque ilustra el único
método seguro por el cual el hombre puede elevarse del material, al
mundo espiritual y confunde a los falsos maestros, quienes por una
ganancia personal, juegan con los deseos en exceso ardientes del
falto de preparación, y para aquellos que publican su habilidad para
abrir las puertas de los mundos invisibles mediante la entrega de una
cantidad por la iniciación. Nuestro ejemplo nos muestra que esto es
un imposible porque lo prohiben las inmutables leyes de la
naturaleza.
Con objeto de una más amplia dilucidación podemos llamar al río, el
río de la vida, y nosotros como individuos somos los barcos que
navegan por él; el río inferior es el mundo temporal y cuando le
hemos surcado y cruzado a lo largo y a lo ancho durante muchas
vidas, llegamos inevitablemente a la esclusa ascensional que está
colocada al final. Podemos durante más o menos tiempo detenernos
a la entrada y mirar dentro, siendo impelidos por un anhelo interno
para penetrar en ella, pero atraídos hacia el río de la vida por otro
impulso, volvemos a él. Durante un tiempo largo esta esclusa
ascensional, que es alta, se nos antojan sus paredes repelentes y
solitarias, mientras que el anchuroso río de la vida se nos presenta
alegre y acogedor, verdoso y lleno de barquichuelas semejantes a la
nuestra y así de amorosas y gayas que lo cruzan de acá para allá,
pero cuando la vehemencia interna llega a ser suficientemente
intensa, finalmente nos lleva hacia la esclusa elevadora y nos llena
de la determinación de no volver más al río de la vida mundanal.
Pero aun en tal estado hay algunos que tienen miedo de cerrar la
puerta tras de ellos; aspiran ardientemente, en ocasiones, hacia la
vida del nivel superior, pero les parece que se hallan menos solos
mirando hacia el lado del río de la vida del mundo y, algunas veces,
permanecen en este estado durante varias vidas, extrañándose de no
progresar, sin parar mientes en que si ellos no experimentan el
influjo espiritual, es sencillamente porque no hay en sus vidas el
deseo de la elevación.
Nuestro ejemplo esclarece el asunto mediante una razón tan simple;
no importa cuanto pueda rogar y suplicar el capitán, el vigilante de
la esclusa nunca pensará en dejar correr el chorro de agua desde
arriba, hasta que la puerta de la esclusa haya sido cerrada tras el
barco, porque el chorro no elevaría ni una pulgada a la embarcación
bajo tales condiciones, sino que el agua correría por las puertas
abiertas y se perdería en el río de la vida. Tampoco los guardianes
de las compuertas de los mundos superiores abren el chorro de
nuestra elevación, no importa cuán plañideramente podamos
rogarles, hasta que por nosotros mismos hayamos cerrado la puerta
del mundo detrás de nosotros y cerrándola muy fuertemente
respecto a la lujuria de los ojos y al orgullo de la vida, los pecados
que tan fácilmente nos vencen y los fomentamos en los licenciosos
días mundanales. Debemos cerrar la puerta de todos ellos antes de
que realmente estemos en un estado acondicionado para recibir el
chorro ascensional, pero una vez que hayamos cerrado de este modo
la puerta e irrevocablemente dirigido nuestro frente hacia adelante,
empieza el descenso de la gracia espiritual sobre nosotros, lenta pero
seguramente, al igual que el chorro de la esclusa eleva al barco.
Pero habiendo dejado al mundo temporal con todos sus placeres
detrás y habiendo dirigido nuestros pasos hacia los mundos
espirituales, el anhelo y deseo del aspirante se hacen más intensos. A
medida que pasa el tiempo nota un aumento en el vacío de los dos
lados de sí mismo. El mundo temporal y sus cosas se han
desprendido de él como si fuera un vestido; él puede hallarse en
cuerpo en tal mundo, llenando sus deberes, pero ha perdido interés
en él; está en el mundo pero no es de él; y en cambio, el mundo
espiritual al cual aspira para gozar de su ciudadanía se presenta
igualmente distante. Se halla completamente solo y su total ser llora
y sufre dolor, anhelando la luz.
Entonces llega el turno del tentador: "Yo tengo una escuela de
iniciación y estoy en situación de adelantar a mis discípulos
mediante una cuota", o palabras semejantes a éstas, pero
generalmente más alucinadoras, más sugestivas, y ¿quién será capaz
de censurar a los pobres aspirantes por caer en las redes de tales
pretendientes? Afortunados pueden llamarse si, como generalmente
es el caso, son sometidos simplemente a un ceremonial y concedidos
un grado nulo y sin valor, pero alguna que otra vez se encuentran
con uno que ha jugado realmente con la magia y es capaz de abrir
las puertas de la corriente del nivel superior. Entonces el rápido
descenso del poder espiritual sacude el sistema del desgraciado
neófito, como las aguas del río superiores hundirían al fondo de la
esclusa a un barco, si un ignorante o malicioso abriera las
compuertas.
El barco debe ser elevado lentamente en gracia a la seguridad y
asimismo, debe el aspirante a la elevación espiritual aguardar
paciente y persistentemente, siendo absolutamente indispensable la
mayor constancia en el bien obrar, así como deben cerrarse las
puertas de los placeres del mundo. Si se obra así conseguiremos el
ascenso a las alturas de los mundos invisibles segura y ciertamente y
podremos tener a nuestra mano todas las probabilidades y ocasiones
para el desarrollo del alma que allí se encuentran, puesto que esto es
un proceso natural gobernado por leyes naturales, justamente igual a
la elevación de una nave a los niveles superiores de un río utilizando
un sistema de esclusas.
¿Pero cómo puedo estar en la esclusa de elevación y servir a mi
prójimo? Si el desarrollo del alma viene sólo por el servicio, ¿cómo
puedo conseguirlo aislándome? Estas son preguntas que con toda
naturalidad pueden hacerse a sí mismos los estudiantes.
Para contestarlas debemos remarcar otra vez que nadie puede elevar
a otro si no está él mismo en un nivel superior, no tan por encima
que sea inalcanzable, sino suficientemente cercano para que esté
dentro de la posibilidad de alcanzarle. Hay muchos, por desgracia,
que profesan enseñanzas superiores, pero viven unas vidas
semejantes al vulgo o aun bajo tal nivel. Sus asertos convierten a las
enseñanzas elevadas en una mofa y atraen hacia ellas las burlas de
los escépticos. Sin embargo, aquellos que "viven" las enseñanzas
superiores no necesitan profesarlas por medio de la oratoria; se
hallan aislados y en entredicho a despecho de ellos mismos y
aunque con inconvenientes por los errores de los "profesionales" con
el tiempo ganan la victoria y el respeto y la confianza de los que les
rodean y, con el tiempo, inspiran a éstos el deseo de emularles,
convirtiéndose, a despecho de sí mismos y, de este modo, consiguen
por este servicio una grandísima elevación de alma.
Ahora es la época del año (Navidad) cuando la cresta de la ola de
poder espiritual envuelve al mundo, la cual culmina en el solsticio
invernal, cuando Cristo renace en nuestro planeta, y aunque
oprimido por las presentes condiciones de la deplorable guerra
(desde el punto de vista limitado), la vida de Él que se nos da
pródigamente debe ser más fácilmente atraída por el aspirante en
esta estación para impulsar el desarrollo espiritual, por lo tanto, todo
aquel que esté deseoso de alcanzar los niveles superiores hará bien
en mostrar esfuerzos especiales en este sentido durante la época
invernal.