una columna en la plaza de su pueblo.
Luego, subió a ella para vivir en lo alto,
lejos del mundo de los hombres.
La columna era muy elevada;
sobresalía del techo de las casas
y por encima de las agujas de la Catedral.
Y, sin embargo, San Simeón
no se sentía cerca de Dios.
-¡Señor!-clamó en su angustia.
-¡Acércame a ti!
Y sucedió que, con esa plegaria,
la columna se acortó un poco.
Siguió pidiendo San Simeón
que Dios lo acercara a Él,
y, conforme pedía eso la columna
se iba haciendo más y más corta,
hasta que un día el santo
se encontró a ras del suelo,
junto a los hombres de los cuales
había querido separarse.
Entonces, San Simeón aprendió algo: