LA VERDAD PERDIDA
(Recapitulación de una
Retrospección-Meditación)
Estando en Tu Morada
he visto todo el hilo de mi vida.
Y, la faz sonrojada,
de vergüenza encendida,
he reencontrado la verdad perdida;
Y ahora lo tengo claro
en dónde Te encontrabas escondido
y dónde, con descaro,
el sentido perdido,
pasé de largo y no me vi aludido:
Que estabas en el niño
pobre y abandonado, enfermo y triste
que buscaba cariño,
que a mí me lo trajiste
y que frente a mis ojos lo pusiste;
Y en mi mismo vecino
que en su ciclo vital se había extraviado
y que, hacia mí se vino
a pedir mi cuidado
y yo se lo negué, ciego y errado;
Y Tú eras el mendigo
que me tendió la mano suplicante
y al que, a gusto conmigo,
no dediqué un instante
y dejé atrás y lo olvidé, triunfante;
Y estabas en el pobre
del Tercer Mundo que, aparentemente,
calmaba con un sobre
con moneda corriente
que me sobraba, muy ufanamente;
7 Y en aquel drogadicto
que, perdidos el norte y la esperanza,
desprecié, muy estricto,
sin ver que, en la balanza,
también hay culpa que a mí se me alcanza;
Y en todos los hambrientos
y en los sin patria y en los prisioneros
que, a millares de cientos,
durante años enteros,
he aplazado su ayuda a otros momentos;
Y en todos los parados
que no pueden ganar para sus hijos
y que, desesperados,
viven entre acertijos
sobre un hoy y un mañana nada fijos;
Y en todos los que lloran
la pérdida cruel de un ser querido,
o la salud imploran
de un enfermo o tullido
agradeciendo así el haber nacido;
Y en mis padres ancianos
que tras de darme toda su existencia,
los quité de mis manos
y, con mala conciencia,
quizá no les presté toda asistencia;
Y en mis hijos queridos
que, naciendo de mí y de mí esperando
los cuidados debidos,
en mí sólo pensando,
los olvidé, mi tiempo malgastando;
Y en mi cálida esposa,
todo cariño y todo sacrificio,
que no tuvo otra cosa
que, sin un desperdicio,
cumplir de esposa y madre el santo oficio;
Y estabas en las víctimas
de las guerras, todas ellas crueles,
y en las penas más íntimas
que, en busca de laureles,
provocan ambiciosos coroneles,
O políticos necios
que, creyendo poder contra Tus leyes,
y sintiéndose recios,
¡ridículos popeyes!
quieren ser dictadores y hasta reyes;
Y también Te encontrabas
en los que causan esos estropicios,
y a todos los amabas
y ya, desde el inicio,
les disculpabas con Tu amor sus vicios;
¡Cuánta ocasión perdida,
de hacer el bien, siguiendo Tu modelo!
Y, ¡cuán poco escondida
se encuentra, tras el velo,
la senda que conduce derecha al cielo!
Pero, ¿es que mis pecados
y mi vivir de acuerdo con el mundo,
me serán perdonados
si, en mi sentir profundo,
no sé que toda vida es un segundo
y que no debo ver
pecados más enormes que los míos
puesto que, todo ser
es culpable, y sus bríos
desembocan al mar, como los ríos;
y no he de presumir
de ser mejor que otros, pues no es cierto
ya que, a verdad decir,
no soy el más despierto
y, en lo más importante, estoy aún muerto?
Y porque, ¿en qué desgracia
o dolor o problema de este suelo,
con o sin contumacia,
no tengo algún señuelo
que me hace responsable de ese duelo?
Que en todos Te encontrabas
agazapado, igual que en mí Te encuentras
y, desde allí, clamabas
y yo, egoísta, mientras,
no vi que todo Tú en Amor Te centras;
Que, una vez descubierto
y, vistos Tu bondad y Tu cariño,
se me ha hecho todo cierto
y vuelvo a ser el niño
que quiso detentar alma de armiño.
Y mi única ilusión,
mi más profundo y permanente anhelo,
de todo corazón,
es, aquí en este suelo,
ayudar a cruzar el tenue velo.
Francisco Manuel Nacher