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FRANCISCO NÁCHER: LA PREOCUPACIÓN
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 17/07/2010 10:59

 

 

LA PREOCUPACIÓN

por Francisco-Manuel Nácher

 

La preocupación es uno de los peores males que aquejan a la

humanidad de hoy. La gente se pasa la vida preocupada y,

consecuentemente, infeliz.

Pero, ¿qué es la preocupación? ¿Cómo se genera y cómo se

mantiene y, sobre todo, cómo se combate?

La preocupación es una zozobra permanente, una angustia,

percibida hasta físicamente en la boca del estómago, que sobrenada a

todas las vivencias de la existencia cotidiana. Es como un negro

nubarrón que cubre todo el campo visual y lo ennegrece y hace que nos

sintamos inermes, desamparados e impotentes ante algo indefinido pero

perceptible, peligroso e inminente.

Empieza con un parásito de la mente que, rápidamente, pasa al

cuerpo de deseos y, en él, prolifera y lo llena. Su influencia se hace tan

preponderante que el individuo atacado se ve casi imposibilitado de

razonar, de ejercitar su fuerza de voluntad y hasta de recibir los

mensajes de la intuición.

Y, ¿de dónde sale ese tan peligroso parásito? Es una creación de la

mente. Es la forma mental de una posible desgracia más o menos

inminente, pero siempre futura. Esta forma mental la podemos haber

producido nosotros mismos o podemos haberla captado del ambiente,

fabricada por otros. Una vez alojada en la mente, y siguiendo el proceso

normal, – no olvidemos que el pensamiento es creador - llega al cuerpo

de deseos y produce allí la correspondiente vibración, que tratará de

materializarla en los planos etérico y físico.

Todos los días, cada uno de nosotros creamos decenas de esas

formas mentales. Pero, generalmente, son contrarrestadas por otras

opuestas y, por tanto, anuladas, abortadas antes de llegar a

perjudicarnos. Cada temor, cada pensamiento sobre algo desagradable

que puede sucedernos, a nosotros o a quienes queremos, es de esa clase,

pero los compensamos inconscientemente con el subsiguiente deseo de

que no ocurran – deseo que lleva implícita la forma mental creadora

correspondiente – y, como suelen ser más intensos esos deseos que los

temores primeros, los anulan protegiéndonos así del virus inicial, de un

modo casi imperceptible para nosotros.

En este trabajo, sin embargo, nos estamos refiriendo a los que no

llegan a ser anulados de ese modo, sino que acaban pudiendo con

nosotros y deformando completamente nuestra visión de la realidad.

Dos son los motivos que dan origen a esta situación,

desgraciadamente tan frecuente:

1.- El tener centrada la conciencia en el plexo solar. Esto equivale

a vivir en el plano de los deseos inferiores. Si tenemos en ese nivel

centrada la vida, en el plano de lo material, de las necesidades más o

menos perentorias y más o menos en peligro, si nos guía el egoísmo y

carecemos de amor verdadero por los demás, ese germen encontrará en

el cuerpo de deseos el terreno abonado. Y crecerá rápidamente,

fomentando su propia vibración, hasta alcanzar tal tamaño, tal

intensidad, que anulará nuestra voluntad. La angustia crecerá y nos

dejará sin fuerzas para vivir debidamente, para enfrentarnos a los

problemas, para ver con claridad el futuro, sin esperanzas de éxito y, por

tanto, débiles y sin defensa. Y desgraciados.

2.- La falta de fe en algo superior al plano físico. Si se cree sólo en

la existencia de lo físico y, por tanto, se piensa que después de la vida no

hay nada, lo lógico es preocuparse solamente por las posesiones físicas y

los placeres materiales y la posición social, el poder, la fama, la riqueza,

el prestigio, la presunción, la ostentación, etc. Pero, como nada de eso es

perdurable, pues el materialista ve cómo los amigos y parientes se

mueren, de accidente o de enfermedad, y se lo dejan aquí todo; y, cómo

los ricos pierden su riqueza inesperadamente y los que mandan pierden

el poder, y los célebres hoy mueren mañana en el anonimato, cualquier

circunstancia que pueda suponer un peligro de perder lo que tanto

valora, le hace concebir la forma mental de la desgracia subsiguiente,

forma mental que cumplirá su misión infestando su cuerpo de deseos. Y,

como su falta de fe le impide acogerse a ningún áncora de salvación, ese

virus astral acaba por dominarlo y hacerlo desgraciado, tanto si lo que ha

imaginado y espera se produce como si no. Y, en el peor de los casos,

atrayendo lo temido, como consecuencia de la retroalimentación de la

correspondiente forma mental.

La manera más racional de enfrentarse a tal situación es el

razonamiento siguiente: “El problema que preveo, o lo puedo resolver o

no puedo. Si puedo, he de luchar, desde ahora, con todas mis fuerzas por

evitar que llegue y, por tanto, no tiene sentido la preocupación y sí la

concentración, el esfuerzo y la confianza. Y, si no puedo hacer nada en

contra, entonces es ilógico e improcedente preocuparme”.

Los únicos, sin embargo, que pueden hacer frente eficazmente a la

preocupación o, mejor, evitar su nacimiento y su proliferación, son los

estudiantes serios de la Filosofía Rosacruz y, sobre todo, los

probacionistas. Y ello porque han estudiado y conocen el

funcionamiento de las leyes naturales y, por tanto, el cómo y el por qué

de las cosas, y ya no están – o no deberían estar - en el nivel anterior.

Ellos ya han comprendido y sienten con cierta frecuencia, lo que es el

amor desinteresado y altruista, y saben servir inegoístamente a los

demás y, por tanto, los problemas de los demás están al mismo nivel que

los propios o, incluso, delante. Y ello ha hecho que su centro de

conciencia, se haya elevado desde el plexo solar hasta el corazón. (Ya no

sienten la opresión ni el cosquilleo vital en la boca del estómago en los

momentos de tensión de cualquier clase, sino en la región cardiaca). Y

ese amor verdadero y esos conocimientos ocultos, insensiblemente, los

han ido robusteciendo, y dotando de una confianza, - desconocida en el

caso anterior - no sólo en Dios, sino en las propias fuerzas, en las leyes

naturales y hasta en la bondad intrínseca del prójimo.

El estudiante de la Sabiduría Occidental no teme nada mientras

holla debidamente el Sendero. Se sabe parte de Dios. Es consciente de

que su futuro está en Sus manos. Y sabe que los problemas que haya de

afrontar son consecuencias de sus anteriores actuaciones, deudas

pendientes; o son pruebas que ha de superar. Y que, en ningún

momento, debe darse por vencido ni desesperar porque, inevitablemente,

todo pasará y los esfuerzos de hoy darán su fruto. Y siente, en lo más

profundo de su ser, que nunca, en ningún momento de su vida, está solo

ni abandonado, sino que siempre tiene a su disposición una provisión

inagotable de amor y de fuerza interior y de fe y de confianza y de

seguridad y de certeza en el éxito final. Por eso el ocultista se nos dice

que ha de ser valiente. Muy valiente. Porque en esos niveles habrá de

afrontar peligros y problemas y situaciones, cada vez más complicados y

más inesperados y más abrumadores. Porque eso es, precisamente, ese

Sendero que está empeñado en transitar.

Curiosamente, el nivel de espiritualidad, de avance espiritual de los

países, lo mismo que el de los individuos, se puede observar en el grado

de preocupación que contienen sus vidas. Los pueblos viejos ya han

incluido en su conciencia colectiva el conocimiento de que “la

preocupación nunca ha resuelto ningún problema” y, por tanto, van

directos a éste sin pasar por la preocupación. Los países jóvenes, en

cambio, por serlo, se quedan en la preocupación, que los hace

desgraciados sin motivo, – puesto que la desgracia temida aún no ha

llegado ni se sabe si llegará – les obnubila la razón y les hace adoptar

posturas y actitudes extremas, a veces ridículas y hasta

desproporcionadas, que les conducirán a resultados no deseables, de los

que tendrán más tarde que extraer la oportuna lección. Exactamente

como los individuos.

* * *


 
 


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