Aceptar es más que reconocer o admitir simplemente. Es experimentar, estar en presencia de, contemplar la realidad de algo, integrar en mi conciencia. No puedo vencer un miedo cuya realidad niego. No puedo cambiar unos rasgos que insisto en no poseer. No puedo perdonarme una acción que no reconozco haber cometido. La aceptación de nosotros mismos es la condición previa para el cambio y el crecimiento, y también para la aceptación de los otros.
No hay que confundir la aceptación con la resignación, es decir, con el hecho de conformarse con una cosa irremediable, generalmente después de haber luchado inútilmente con ella. La resignación es la renuncia a la satisfacción de un deseo que, sin embargo, subsiste. Ya no es la rebeldía, su contraparte, que dice no, ni a la aceptación que dice sí. La resignación diría más bien "sí pero" o "sí a pesar de todo" o "mala suerte". Acepta la realidad, pero reniega: no adhiere a ella.
Resignarse tiene que ver también con un acto de sumisión, de ceder para no causar problemas, para evitar discusiones, sobre todo cuando se trata de las relaciones vinculares. La resignación siempre incluye enojo, que puede transformarse en deseos de venganza. En cambio, en la aceptación de la frustración de un deseo, o de alguna característica personal del otro, se pone en marcha un mecanismo de reconocimiento de que la realidad "es".
La aceptación de nosotros mismos es nuestra disposición a hacernos cargo de lo que somos, con nuestros pensamientos, emociones y deseos.
Con cariño
María Inés