8. LA FE Y LA CREENCIA
La creencia llega al nivel de la fe cuando motiva la vida y da forma a la manera de vivir. La aceptación de una enseñanza como verdadera no es fe; es meramente creencia; tampoco lo es la certidumbre ni la convicción. Un estado mental llega a los niveles de fe tan sólo cuando domina efectivamente la manera de vivir. La fe es un atributo vivo de la experiencia religiosa personal genuina. Una persona cree en la verdad, admira la belleza y reverencia la bondad, pero no las adora; esta actitud de fe salvadora está centrada solamente en Dios, quien es todas estas cosas personificadas e infinitamente más.
La creencia es siempre limitadora y astringente; la fe es expansiva y liberadora. La creencia fija, la fe libera. Pero la fe religiosa viva es más que la asociación de creencias nobles; es más que un sistema exaltado de filosofía; es una experiencia viva que comprende los significados espirituales, los ideales divinos y los valores supremos; es conocedora de Dios y servidora del hombre. Las creencias pueden volverse posesiones del grupo, pero la fe ha de ser personal. Se pueden sugerir las creencias teológicas a un grupo, pero la fe puede únicamente surgir en el corazón del religionista individual.
La fe traiciona su confianza cuando presume negar realidades y conferir sobre sus devotos un conocimiento asumido. La fe traiciona cuando fomenta la traición de la integridad intelectual y menosprecia la lealtad a los valores supremos y a los ideales divinos. La fe nunca escapa del deber de solucionar los problemas del vivir mortal. La fe viva no fomenta el fanatismo, la persecución ni la intolerancia.
La fe no encadena la imaginación creadora, tampoco mantiene un prejuicio irrazonable hacia los descubrimientos de la investigación científica. La fe vitaliza la religión y obliga al religionista a vivir heroicamente de acuerdo con la regla de oro. El fervor de la fe está de acuerdo con el conocimiento, y sus impulsos son el preludio a la paz sublime