LA RELIGIÓN COMO LIBERTADORA DEL HOMBRE
El hombre inteligente sabe que es hijo de la naturaleza, una parte del universo material; del mismo modo, discierne que no hay supervivencia de la personalidad individual en los movimientos y tensiones del nivel matemático del universo de energía. Tampoco puede el hombre jamás discernir la realidad espiritual mediante el examen de las causas y efectos físicos.
Un ser humano también sabe que es una parte de un cosmos ideacional, pero aunque este concepto pueda durar más allá de una vida mortal, no hay nada inherente en el concepto que indique la supervivencia personal de la personalidad que lo concibe. Tampoco va el agotamiento de las posibilidades de la lógica y de la razón a revelar jamás al ser lógico o al ser razonador la verdad eterna de la supervivencia de la personalidad.
El nivel material de la ley proporciona la continuidad de causalidad, la respuesta interminable del efecto a la acción antecedente; el nivel mental sugiere la perpetuación de la continuidad ideacional, el flujo incesante del potencial conceptual de los conceptos preexistentes. Pero ninguno de estos niveles del universo revela al mortal curioso una avenida de escape de la parcialidad del estado y del intolerable suspenso de ser una realidad transitoria en el universo, una personalidad temporal condenada a extinguirse cuando se agotan sus limitadas energías vitales.
Es sólo mediante el camino morontial, que conduce al discernimiento espiritual, mediante el que el hombre puede romper las cadenas inherentes a su estado mortal en el universo. La energía y la mente conducen de vuelta al Paraíso y a la Deidad, pero ni el don de la energía ni el don de la mente del hombre proceden directamente de dicha Deidad del Paraíso. Sólo en el sentido espiritual es el hombre hijo de Dios. Esto es verdad porque es sólo en el sentido espiritual que el hombre está presentemente dotado y residido por el Padre del Paraíso. La humanidad no podrá jamás descubrir la divinidad, excepto a través del camino de la experiencia religiosa y por el ejercicio de la fe verdadera. La aceptación por la fe de la verdad de Dios permite al hombre escapar de los límites circunscritos de las limitaciones materiales y le otorga una esperanza racional de alcanzar salvoconducto del mundo material mortal, al mundo espiritual, donde la vida es eterna.
El propósito de la religión no es satisfacer la curiosidad sobre Dios, sino más bien permitir la constancia intelectual y la seguridad filosófica, para estabilizar y enriquecer la vida humana combinando lo mortal con lo divino, lo parcial con lo perfecto, el hombre y Dios. Es a través de la experiencia religiosa a través de la que los conceptos de idealidad del hombre son dotados de realidad.
No podrá haber nunca prueba científica o lógica de la divinidad. La razón por sí sola no podrá jamás validar los valores y las bondades de la experiencia religiosa. Pero siempre será verdad: el que decida hacer la voluntad de Dios comprenderá la validez de los valores espirituales. Éste es el acercamiento más aproximado que pueda hacerse en un nivel mortal al ofrecimiento de pruebas de la realidad de la experiencia religiosa. Esta fe permite el único escape del abrazo mecánico del mundo material y de la distorsión errónea del estado no completo del mundo intelectual; es la única solución descubierta a la dificultad insuperable en el pensamiento mortal en cuanto a la supervivencia continuada de la personalidad individual. Es el único pasaporte para completar la realidad y para la eternidad de la vida en una creación universal de amor, ley, unidad y logro progresivo de la Deidad.
La religión eficazmente cura el sentido del hombre de aislamiento idealístico o de soledad espiritual; otorga al creyente la posición de hijo de Dios, ciudadano de un universo nuevo y significativo. La religión asegura al hombre que, al seguir el destello de la rectitud que discierne en su alma, se identifica de esa manera con el plan del Infinito y el propósito del Eterno. Tal alma liberada inmediatamente comienza a sentirse cómoda en este nuevo universo, su universo.
Cuando experimentes tal transformación de la fe, ya no serás una parte esclavizada del cosmos matemático, sino más bien un hijo liberado volitivo del Padre Universal. Tal hijo liberado ya no luchará solo contra el destino inexorable de la terminación de la existencia temporal; ya no luchará contra toda la naturaleza, con las posibilidades irremediablemente en contra suya; ya no le azotará el temor paralizante de que, tal vez, haya puesto su confianza en un fantasma sin esperanzas o colocado su fe en un error de la fantasía.
En cambio, ahora los hijos de Dios se unen en el fervor de la batalla para el triunfo de la realidad sobre las sombras parciales de la existencia. Finalmente, todas las criaturas se vuelven conscientes del hecho de que Dios y todas las huestes divinas de un universo casi ilimitado están de su lado en la lucha excelsa por obtener la eternidad de la vida y la divinidad de estado. Estos hijos liberados por la fe participan en forma certera en las luchas temporales del lado de las fuerzas supremas y de las personalidades divinas de la eternidad; aun las estrellas en su curso están ahora luchando por ellos; finalmente, contemplan el universo desde adentro, desde el punto de vista de Dios y todo se transforma de las inseguridades del aislamiento material a la certeza de la progresión espiritual eterna. Aun el tiempo mismo se torna una mera sombra de la eternidad, arrojada por las realidades del Paraíso sobre la panoplia móvil del espacio.
[Presentado por un Melquisedek de Nebadon.]