4. LOS PROBLEMAS DEL CRECIMIENTO
La vida religiosa es una vida dedicada, y la vida dedicada es una vida creadora, original y espontánea. De los conflictos que inician la selección de hábitos de reacción nuevos y mejores en lugar de los esquemas más viejos e inferiores de reacción, surgen nuevas visiones religiosas. Los nuevos significados tan sólo surgen de entre conflicto; y el conflicto persiste tan sólo mientras perdura la actitud de negarse a adoptar los valores más elevados connotados en los significados superiores.
Las perplejidades religiosas son inevitables; no puede haber crecimiento ninguno sin conflicto psíquico y agitación espiritual. La organización de una norma filosófica de vida supone una conmoción considerable en los dominios filosóficos de la mente. No se ejercitan lealtades a favor de lo grande, lo bueno, lo verdadero y lo noble en ausencia de la lucha. El esfuerzo se dirige a aclarar la visión espiritual y a aumentar la compenetración cósmica. Y el intelecto humano protesta cuando se le quitan energías no espirituales de existencia temporal. La mente indolente animal se rebela ante el esfuerzo necesario para luchar con la solución de problemas a nivel cósmico.
Pero el gran problema de la vida religiosa consiste en la tarea de unificar los poderes del alma de la personalidad mediante el dominio del amor. La salud, la eficacia mental y la felicidad surgen de la unificación de los sistemas físicos, de los sistemas espirituales. El hombre mucho entiende de salud y de cordura, pero de la felicidad realmente ha comprendido muy poco. La felicidad más elevada está indisolublemente vinculada con el progreso espiritual. El crecimiento espiritual produce un deleite duradero, una paz que trasciende toda comprensión.
En la vida física, los sentidos se percatan de la existencia de las cosas; la mente descubre la realidad de los significados; pero la experiencia espiritual revela al individuo los verdaderos valores de la vida. Estos altos niveles de vida humana se logran en el amor supremo de Dios y en el amor altruista del hombre. Si amas a tus semejantes, debes haber descubierto sus valores. Jesús amaba tanto a los hombres, porque les adjudicaba un valor tan alto. Puedes mejor descubrir los valores de tus asociados descubriendo sus motivaciones. Si alguien te irrita, te produce sentimientos de resentimiento, debes buscar con simpatía el discernimiento de su punto de vista, sus razones de una conducta tan censurable. Una vez que entiendas a tu prójimo, te volverás tolerante, y esta tolerancia crecerá en amistad y madurará en el amor.
Forma con los ojos de la mente el retrato de uno de vuestros antepasados primitivos de los tiempos de las cavernas —un hombre bajo, deforme, corpulento, sucio, hosco, de pie, con las piernas abiertas, blandiendo un garrote, emanando odio y animosidad, a medida que fija la vista delante de él con expresión feroz. Este cuadro no pinta la dignidad divina del hombre. Pero ampliemos el cuadro. Frente a este humano animado se agazapa un tigre de dientes sable. Detrás de él, una mujer y dos niños. Inmediatamente reconocerás que este cuadro simboliza los comienzos de mucho de lo que es noble y bueno en la raza humana; pero el hombre es el mismo en ambas situaciones. Sólo que en la segunda, tienes un horizonte más amplio. Allí disciernes la motivación de este mortal evolutivo. Su actitud se vuelve loable, porque lo comprendes. Si puedes tan sólo imaginar los motivos de tus asociados, cuanto mejor podrás comprenderlos. Si tan sólo puedes conocer a tus semejantes, finalmente te enamorarás de ellos.
No puedes realmente amar a tus semejantes por un simple acto de tu voluntad. El amor tan sólo nace de la comprensión completa de las motivaciones y sentimientos de tus semejantes. No es tan importante amar a todos los hombres hoy como lo es que cada día aprendes a amar aún a uno más entre los seres humanos. Si cada día o cada semana consigues comprender a uno más de entre tus semejantes, y si éste es el límite de tu habilidad, estás entonces ciertamente socializando y verdaderamente espiritualizando tu personalidad. El amor es contagioso, y cuando la devoción humana es inteligente y sabia, el amor es más contagioso que el odio. Pero tan sólo el amor genuino y altruista es verdaderamente contagioso. Si cada mortal pudiese volverse tan sólo el objeto de un afecto dinámico, este virus benigno del amor llenaría muy pronto la corriente sentimental de emoción de la humanidad hasta tal punto que toda civilización estaría comprendida por el amor y ésa sería la realización de la hermandad del hombre.