COMO ARBOLITO EN EL DESIERTO...
¡Así estaba mi alma en el seco y helado desierto de los convencionalismos rutinarios y faltos de sentido espiritual en que había nacido!
¡Azotado por vientos contrarios, se levantaba apenas de la tierra el tallo débil, enfermizo, anémico!
Como plantado a orillas del Mar Muerto, sus aguas envenenadas corroían su raíz quitando savia a sus ramas...
¡Infeliz arbolito de arrayán!... ¡Todo te era adverso en el árido y seco desierto de tu vida!
¡El sol abrasador de un ideal presentado al espíritu entre los terrores del Sinaí me consumía; y a través de esas brumas de fuego, ni una gota de rocío venía a refrescar mi fiebre!
¡Era como un ardoroso otoño, cuyos cálidos vendavales se llevaban una a una las ramas enfermas, convertidas en amarillenta hojarasca!...
¡Y comprendía que era yo aquella hojarasca que rodando por el suelo, a merced de los vientos ardientes del desierto, iba a servir de nido a los reptiles escondidos en la grietas de los desnudos peñascos!...
Ningún viajero comprendía que aquel arbolito iba muriendo lentamente de soledad, de abandono, de esa angustia pesada y silenciosa en que se consumen sin alarde y sin ruido tantas vidas, así animadas como inanimadas, así vegetales como animales, así orgánicas como inorgánicas... Vive y muere el árbol y la flor, el ave y el pez, la bestia y el hombre, el insecto y la piedra...; que todo es vida, dolor y muerte en la inconmensurable Naturaleza, obra de Dios.
¡Mas, nada ve ni sabe el viajero que cruza sin pensamiento y sin reflexión cerca del arbolito de arrayán, que moría en el desierto sin una gota de agua dulce, y fieramente azotado por los vientos de la incomprensión y del fanatismo!...
Pero llegó un día... ¡Oh piadoso viajero por el mundo de las almas, Divino Maestro Jesús!... Llegó un día que al hacer el recorrido por los desiertos solitarios, encontraste este arbolito tuyo que moría lentamente porque aguas insalubres corroían su raíz, y vientos de fuego secaban su ramaje. Y pusiste con amor tus manos sobre mí como sobre un enfermo moribundo para darle vida nueva, aliento nuevo y la esperanza de resurgimiento bajo un clima acariciador...
Y me trasplantaste de aquellas tierras de fuego y arenas que me consumían..., y llevándome a un fresco y delicioso invernáculo, me decías con inefable ternura: "Yo soy el buen jardinero que siembro la buena simiente y lo hago nacer y crecer de modo que las avecillas del campo aniden en sus ramas, y las bestias de la selva se cobijen a su sombra. Y ahora serás como el árbol plantado a la corriente de dulces aguas que a su tiempo dará flores y frutos; y su hoja en perenne verdor, no caerá ni se marchitará jamás!..."
¡Sólo Tú, Maestro mío, mago Divino del Amor, puedes hacer que así sea; y que el arbolito de mi espíritu retoñado y florecido al influjo de tus piedades y ternuras, no se agoste ni marchite aunque las escarchas de la indiferencia, los vientos de la incomprensión, las heladas cenizas del abandono, de la ingratitud, del olvido, de todo lo que es dolor y angustia para el corazón que siente y ama, lleguen de nuevo un día y de nuevo lo azoten con inaudita crueldad!...
¡Sólo Tú puedes impedir que lo ahoguen las zarzas de la vanidad, y los cardos espinosos de las ruindades humanas, plantas nativas de los valles terrestres!...
¡Sólo Tú..., hortelano Divino de tus jardines de amor, puedes hacer que sea como un arrayán eternamente florecido, plantado a la corriente de un arroyuelo rumoroso donde beben las palomas y se reflejan, silenciosamente, la danza de las estrellas y los resplandores dorados del sol que se hunde en el ocaso!
¡Sólo Tú, jardinero de los campos del Creador, puedes hacer que en esta plantita tuya se abran flores de vida eterna que suavicen todos los dolores humanos y llenen las almas de suprema aspiración al Infinito!... ¡Flores como pebeteros de oro, ardiendo de fuego purificador que consuma el egoísmo y la ambición, la envidia y la soberbia, ortigas malignas que separan las almas unas de otras!
Y así... ¡Oh Maestro dulce y bueno!... Cuando al declinar las sombras bajes a este huerto tuyo, puedas decirme como a la Esposa del Cantar de los Cantares: "he venido a mi huerto y hallo renuevos que son vergel de granados en flor; con frutos son los manzanos, cipros, nardos y sicómoro, la mirra y el áloe me dan sus primeros perfumes, y los árboles del Líbano su sombra fresca y acariciadora..."
¡Mirra y áloe, perfume de nardos y bálsamo de esperanza y de consuelo, rayo suave de sol en la tristeza de la vida eres Tú, Divino Maestro Jesús, para todos los que te aman y te buscan en el dolor de este mundo donde los caminos están llenos de encrucijadas peligrosas, de precipicios que son como abismos..., de ciénagas que ahogan y no tienen salida!...
Si mi pobre alma puede vivir y florecer regada y cuidada por Ti, que sea para gloria tuya, Maestro Jesús, y que cada flor sea un alma que te busque y que te ame...
¡Oh Divino Salvador de todos los náufragos, de todos los abandonados... los olvidados y los proscriptos!...
¡Desierto arenal reseco es todo este mundo, Maestro Jesús, donde las almas se agostan, enloquecidas, por los vendavales de fuego que corren en todas direcciones!
¡Dame, Señor, la gloria de hacerte conocer y amar de todas las criaturas que pueblan la tierra y cierta estoy que mi alma florecerá para Ti, como un rosal en primavera!...
JRLA
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ROGER