EL SABIO DE SALEM
1.973 años antes del nacimiento de Jesús, Maquiventa se otorgó a las razas humanas de Urantia. Su advenimiento no fue espectacular; su materialización no fue presenciada por ojos humanos. Él fue visto por primera vez por el hombre mortal en ese día pletórico en que entró a la tienda de Amdón, un pastor caldeo de origen sumerio. Y la proclamación de su misión estuvo comprendida en la simple declaración que le hiciera a este pastor: «Soy Melquisedek, sacerdote de El Elyón, el Altísimo, el único Dios».
Cuando el pastor se recobró de su sorpresa, y después de doblegar a este extraño con muchas preguntas, invitó a Melquisedek a cenar con él, y fue ésta la primera vez en su larga carrera universal que Maquiventa compartía el alimento material, el alimento que habría de sostenerle a lo largo de sus noventa y cuatro años de vida como ser material.
Esa noche, mientras hablaban bajo las estrellas, Melquisedek comenzó su revelación de la verdad de la realidad de Dios al volverse hacia Amdón, y decirle, con un amplio gesto del brazo: «El Elyón, el Altísimo, es el creador divino de las estrellas del firmamento y aun de esta misma tierra sobre la cual vivimos, y él también es el Dios supremo del cielo».
En pocos años Melquisedek había reunido a su alrededor a un grupo de estudiantes, discípulos y creyentes que formaron el núcleo de la futura comunidad de Salem. Pronto se le conoció en toda Palestina como el sacerdote de El Elyón, el Altísimo, y como el sabio de Salem. En algunas de las tribus circunvecinas, se le denominaba el jeque, o rey, de Salem. Salem era el sitio que después de la desaparición de Melquisedek se volvió la ciudad de Jebús, posteriormente llamada Jerusalén.
En su aspecto personal, Melquisedek se asemejaba a los pueblos por entonces mezclados, nodita y sumerio, teniendo una altura de casi un metro con ochenta y poseyendo un aspecto imponente. Hablaba caldeo y media docena de otros idiomas. Vestía en forma muy semejante a la de los sacerdotes canaanitas, excepto que en su pecho llevaba un emblema de tres círculos concéntricos, el símbolo sataniano de la Trinidad del Paraíso. En el curso de su ministerio, esta insignia de tres círculos concéntricos se llegó a considerar tan sagrada que sus seguidores nunca se atrevieron a utilizarla, y fue olvidada muy pronto con el paso de unas pocas generaciones.
Aunque Maquiventa vivió en la forma en que lo hacían los hombres del reino, no se casó nunca ni podría haber dejado vástagos sobre la tierra. Su cuerpo físico, aunque se parecía al del varón humano, era en realidad del orden de aquellos cuerpos especialmente construídos utilizados por los cien miembros materializados del séquito del Príncipe Caligastia, excepto que no llevaba el plasma de vida de raza humana alguna. Tampoco estaba disponible en Urantia el árbol de la vida. Si Maquiventa hubiese permanecido sobre la tierra por un largo período de tiempo, su mecanismo físico se habría deteriorado gradualmente; tal como ocurrieron las cosas, terminó su misión de autootorgamiento en noventa y cuatro años, mucho antes de que su cuerpo material comenzara a desintegrarse.
Este Melquisedek encarnado recibió a un Ajustador del Pensamiento quien residió en su personalidad superhumana como monitor del tiempo y mentor de la carne, acumulando de este modo experiencia e introducción práctica a los problemas de Urantia y a la técnica de residir en un Hijo encarnado, cosa que permitió que este espíritu del Padre funcionara tan valientemente en la mente humana del Hijo de Dios, Micael, cuando más adelante, apareció en la tierra en semejanza de la carne mortal. Éste fue el único Ajustador del Pensamiento que funcionara en dos mentes en Urantia, pero ambas mentes eran divinas a la vez que humanas.
Durante la encarnación Maquiventa se mantuvo en pleno contacto con sus once semejantes del cuerpo de custodios planetarios, pero no podía comunicarse con otras órdenes de personalidades celestiales. Aparte de los síndicos Melquisedek, no tuvo más contacto con las inteligencias superhumanas que un ser humano.