Huroneando titulares de prensa en internet me encuentro con la noticia de que Christopher Reeve ha muerto. Para los que son muy jovencitos y no tienen idea de quién fue Reeve, digamos que durante las décadas de los setentas y los ochentas, este actor norteamericano fue el protagonista de la famosa saga cinematográfica de Superman I, II, III y IV, películas de calidad desigual y que a la vista de los impresionantes adelantos contemporáneos en digitalización y efectos especiales que campean en el cine, sin duda han de resultar muy ingenuas para el público de hoy. Empero, para aquellos de nosotros que por aquel entonces andábamos en la infancia y la adolescencia, aquellas películas constituyeron una revelación. Todavía recuerdo la emoción que sentí la primera vez que ví a Reeve con su mallita azul y su capita roja sobrevolando New York, lo poco agraciada que me parecía la actriz que encarnaba a Lois Lane, como me saltaban de dicha las tripas cuando veía al villano general de Superman II liándose a puñetazos con Reeve sobre el techo de un automóvil, cuan sexy me parecía la actriz que encarnaba a la villana kryptoniana en esa misma Superman II. Tiempo después, cuando la saga se acabó, le perdí la pista a Reeve y sólo volví a saber de él cuando alguna vez leyendo prensa supe que había sufrido un accidente montando a caballo y había quedado cuadrapléjico. Después, ocasionalmente uno encontraba notas de prensa donde se decía que había sido condecorado por el gobierno chileno (y recuerdo que algún malvado amigo mío hacía chistes acerca de Pinochet imponiéndole una medalla en el pecho a Superman), que a Reeve le resultaba difícil no sólo moverse sino también hablar o respirar, que había creado una fundación para apoyar las investigaciones acerca de lesiones de la espina dorsal que afectaban a otros como él, que alguna vez había criticado a Bush y al gobierno de Estados Unidos por no haber patrocinado las polémicas investigaciones con células embrionarias que hoy son motivo de debate en todo el mundo. En fin. Lo curioso de este asunto es que hoy al leer la noticia de la muerte de Reeve, para mi propia sorpresa, me ha entristecido. Tanto así, que me he pasado esta jornada preguntándome por qué me afectó la muerte de una ex estrella de Hollywood a la que, como es natural, nunca conocí más allá de las imágenes que alguna vez pude ver en las pantallas de cine.
Después de meditar un rato creo tener una explicación. En un librito de Borges llamado Siete Noches, hay un artículo acerca de La Divina Comedia de Dante donde Borges recuerda un poema de Lugones en que se habla de un hombre que estaba enamorado de una mujer, pero no se había dado cuenta de ello.
De una forma muy sutil y bella, Lugones nos muestra el preciso momento en el cual un detalle diminuto le revela a alguien la extensión de su amor. Creo que lo mismo me ha sucedido con Reeve. Christopher Reeve era un miembro de lo que llamaría "mi familia icónica" y yo no lo sabía. En nuestros tiempos, es muy común que los íconos mediáticos se vuelvan parte de la familia de uno, y uno ni siquiera lo perciba. Además, esta "vaga congoja" (para plagiar a Lugones) muestra que nuestros amores siempre son más grandes de lo que suponemos, que la extensión de nuestros afectos cubre un radio mayor que el de nuestra conciencia. Que en mí haya más amor del que suponía es algo que me alegra, me agrada descubrir que quería a Reeve sabiendo que seguramente fue un hombre con las mismas grandezas y miserias que los demás, Es bueno saber que uno quiere a alguien sin necesidad de que sea sofisticado o inteligente, bueno que éste "Superman" me ayude a conocerme a mí mismo.