Este jueves, 25 de noviembre, en mi país conmemoramos el Día de Acción de Gracias, tradición que nos llega directamente del país con el cual mantenemos un estrecho vinculo político, los Estados Unidos de Norteamérica. Soy de pensar que esto de separar un día específico para dar gracias en forma grupal, es algo inherente al ser humano; pues ciertos pasajes en la historia de nuestros nativos revelan que estos, de alguna forma, tenían por costumbre dar gracias en un día muy especial. Así pues, agregando una cosa con la otra queda fortalecido el propósito. Personalmente doy gracias por todo, porque todo me ha sido de ayuda. Por la alegría que hace que mi cerebro despierte con nuevas ansias, por la tristeza que, acompañada de lágrimas, lava mi alma. Por la abundancia que me invita y me permite compartir con mi próximo, por la escasez que me recuerda que llegue a este mundo sin nada material y así partiré. Por el amor que me rodea de una cálida sensación de bienestar y por el desamor que me permite adentrarme en el conocimiento de mi misma. Por la salud que me permite continuar en pie de lucha cada día, por la enfermedad que me recuerda la fragilidad de la vida.
Puedo continuar mencionando razón tras razón para dar gracias tanto con regocijo como con humildad, gracias como las que dieron aquellos primeros colonos unidos a los nativos de aquellas tierras y tras un evento desgraciado del cual sobrevivieron. Muy bonito todo, razones hay de sobra para que este Día de Acción de Gracias no desaparezca, aun cuando estamos conscientes de que dar gracias es una acción de cada día. Sin embargo, pasan los años y no en vano. Hoy puedo decir que aquella tradición de antaño que me inculcaron mis padres, la escuela, la iglesia y hasta la misma sociedad ha sido degradada y convertida en toda una celebración de bienes materiales. Ya el Día de Acción de Gracias se resbala por la pendiente de un día más de compras para acrecentar la posesión de cosas para engalanar las casas. Ya la cena familiar está pasando al olvido pues a las 9:00 de la noche hay que estar haciendo fila en el comercio para agarrar los especiales del día siguiente, del llamado Viernes Negro. Ya hasta el sueno queda comprometido por la adquisición de un bien material. Es la vorágine del consumidor: comprar, comprar, comprar. Quizás ni cuenta nos damos de quién está imponiendo las pautas de cómo vivir, como actuar. Vamos por el derrotero del permisivismo. Todo es permitido, nada puede ser señalado. Todo hay que aceptarlo, nada puede ser cuestionado. Olvidamos que la materia ciega, olvidamos que estamos en este mundo para vencer sobre ella. Y aun así, doy gracias porque estas situaciones antes señaladas pueden ser el despertar para muchos que, cansados del vacío que dejan las cosas materiales, miraran con nuevos ojos y sentirán un deseo genuino de compartir, mañana y siempre, la gratitud del magno hecho que es la vida misma.
La actividad comercial de nuestros días es magnífica, los grandes avances de la tecnología son espectaculares; mucho bien han dado ambos a la humanidad, mas soy de pensar que los excesos acarrean el desbordamiento de la copa de la balanza. Somos llamados a mantener un equilibrio entre necesidades y consumismo; y si por virtud alguna hemos alcanzado algo de adelanto en el conocimiento de la realidad que somos, estamos más que llamados a ser voz de amanecer…
Doy gracias por la libertad de expresión, gracias doy a ti lector.
Mitzi