La verdad silenciosa es reconciliación con todo, aceptación y libertad. Y el camino a esa verdad, que es una presencia sutil y constante en todo, es el camino a la reconciliación y aceptación de todo, hasta conducirlo todo a la unidad.
La verdad que condena, no es verdad. La verdad sólo libera.
La verdad que somete, no es verdad. La verdad sólo desata las cadenas.
La verdad que excluye, no es verdad. La verdad sólo reúne.
La verdad que se pone por encima, no es verdad. La verdad sólo sirve.
La verdad que desconoce la verdad de otros, no es verdad. La verdad es sólo reconocimiento.
La verdad que no mira a los ojos a otras verdades, no es verdad. La verdad es sólo acogimiento sin temor.
La verdad que engendra dureza, no es verdad. La verdad es sólo amabilidad y ternura.
La verdad que desune, no es verdad. La verdad sólo unifica.
La verdad que se liga a fórmulas, por escuetas que sean, no es verdad. La verdad es sólo libre de formas.
Si la verdad se liga a fórmulas, tiene que condenar, excluir, desunir, tiene que ponerse por encima, dar por falsas otras verdades.
Esa no es la verdad que reside en formas pero que no se liga a ellas.
Por todo ello, en las nuevas sociedades globales, la espiritualidad no puede pasar por creencias que se proclaman exclusivas poseedoras de la verdad y que, por ello, excluyen toda otra verdad. Todos los caminos del espíritu tienen que ser tenidos como tan válidos y respetables como el propio.
Cada tradición espiritual podrá utilizar sus expresiones, formulaciones, signos y rituales, con humildad, sin ponerlos por encima de los de las otras tradiciones.
Cada una de las tradiciones puede ser plenamente verdad sin que, por ello, tenga que creerse la verdad única y exclusiva. Sólo tendrá pretensiones de verdad única y exclusiva la que sea una verdad-formulación, una verdad-creencia.
Habrá que evitar, con el mismo empeño y amor con el que se sigue a la verdad, la agresión a otras tradiciones, no sólo física, sino mental o de corazón; habrá que huir de todo menosprecio, de todo intento de reconducirles a donde nosotros estamos, como se huye del error; habrá que huir de la pretensión de desprestigiar a las otras tradiciones, y con más razón habrá que huir de todo intento de callarlas o hacerlas desaparecer; con igual empeño habrá que apartar la tentación de ponerlas por debajo de la propia tradición; y será preciso, también, alejarse de la peor de las tentaciones: la tentación de ignorar a las otras tradiciones. Ignorarlas es ofensa y desprecio.
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