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General: El dormitorio de archivos
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 25/12/2010 00:41

 

hello.gif picture by vislumbrar

 

El dormitorio de archivos



Un relato sobre lo que no debe ser juzgado por el hombre.


En este lugar, entre el sueño y el permanecer despierto, encontré este cuarto. No había

ningún rasgo que lo distinguía de los otros, salvo una pared cubierta con pilas de archivadores.

 Los archivadores estaban colocados como en las bibliotecas, según el tema o por orden

 alfabético. Pero estos archivadores, que se apilaban desde la pared hasta el suelo del

 cuarto y aparentemente apuntaban a cualquier dirección, tenían títulos diferentes.

Cuando me aproximé a dicha pared, el primer archivador que llamó mi atención fue uno

 en el que se leía "Las Personas que me han gustado". Lo abrí y empecé a hojear

 los archivos que lo comprendían. Pero lo cerré rápidamente tan pronto

 reconocí los nombres escritos en cada uno de ellos.

Y entonces comprendí exactamente donde estaba. Este era un cuarto inanimado

 con pequeños archivos que conformaban un catálogo grueso sobre mi vida. Aquí se

 escribió las acciones que yo hice en cada momento de mi vida, desde que era muy

 pequeño hasta ahora; cada detalle, incluso aquellos que mi memoria no

 recordaba, estaban impresos en todos estos archivos.

La curiosidad, mezclada con cierto horror, empezó a llenar mi cuerpo. Decidí abrir al

azar los archivos, explorando el contenido de cada uno de ellos. Algunos me

 trajeron alegría y recuerdos gratos y tiernos; otros sólo vergüenza y un pesar

hondo, que hacía que mirase sobre mi hombro para ver si alguien estaba allí.

Un archivo que se llamaba "Amigos" estaba junto a uno que llevaba por título

 "Los Amigos que he traicionado". Los demás títulos venían apareciendo

 aparentemente sin ningún orden cronológico; títulos como "Los Libros que he

 leído"; "Las Mentiras que he dicho"; "El Consuelo que he dado"; " De los Chistes

que me he reído", entre otros, me sorprendieron pues no recordaba casi nada

 de eso. Además, encontré muchos otros archivos que definitivamente

 sobrepasaron mis expectativas de búsqueda y que conforme iba avanzando

en mi lectura, lo único que hicieron fue agobiarme por el gran volumen

que representaban y que significaba lo mucho que había experimentado,

negativa o positivamente, en mi vida. ¿Era posible que yo dispusiese de tanto

 tiempo en mis cortos 20 años para haber podido escribir tanto en esos

 millones de archivos que cubrían las paredes del cuarto?

Pero cada archivo que leía confirmaba esa verdad. Cada uno de ellos estaba escrito

 con mi propia letra, y estaba firmado con mi propia firma. Cuando abrí el archivador

que llevaba por título "Las Canciones que he escuchado", comprendí que los

 archivos en su interior crecían en su contenido, y que éstos habían sido condensados

 herméticamente, pues tras haber avanzado a través de varios de ellos,

 todavía no encontraba el final del archivador. Lo cerré muy avergonzado no

 por la calidad de la música que había escuchado en aquél entonces, sino por

 la gran cantidad de tiempo que había invertido en ella y que

se veía representado en el tamaño del archivo.

De pronto, descubrí otro cajón de archivos que llevaba por nombre

 "Pensamientos lujuriosos"; sentí un sudor frío que recorría mi cuerpo.

 Arranqué el cajón y empecé a revisarlo para ver su tamaño, comprobando

 avergonzadamente que sólo uno de los archivos que contenía ese gran cajón

 por lo menos doblaba en tamaño al que llevaba por nombre "Las Canciones

que he escuchado". Me sentí enfermo al pensar que todos esos momentos habían sido grabados.

Una rabia casi animal se apoderó de mí. Un pensamiento empezó a dominar

 mi mente: "Nadie debe ver estar tarjetas. Nadie debe ver este cuarto. Tengo

 que destruirlos". Un frenesí demente se apoderó de mi cuerpo, y de un solo

 tirón saqué el archivador. Su gran tamaño no importaba ahora;

 era necesario vaciarlo y quemar todo su contenido.

Pero cuando tiré de un extremo y empecé a golpearlo en el suelo, no podía

sacar ni un solo archivo. Me desesperé y arranqué un archivo pero cuando

 intenté rasgarlo, éste estaba hecho de un material tan fuerte como el acero

 que simplemente no le hice nada. Derrotado y absolutamente

desvalido, lo devolví de donde provenía.

Apoyé mi frente sobre la pared y respiré profundamente. Y entonces lo vi; vi

el título que saltaba frente a mis ojos y que decía "Las personas con las que

 he compartido el Evangelio". El asa era más luminosa que los demás; era más

 nuevo y parecía estar sin usar. Tiré de él y una pequeña caja se abrió. Increíble

 pero cierto, en esta oportunidad, podía contar con los dedos de mi mano los

 archivos que contenían ese archivero. Las lágrimas rodaron sobre mi cara y

empecé a llorar amargamente. Caí de rodillas, pues sentía que la vergüenza de

 ver y leer esos archivos aplastaba todo mi cuerpo. Todos los archivos se

 arremolinaron en mis ojos que estaban llenos de lágrimas. "Nadie en la vida

 debe conocer y entrar a este cuarto", pensé. "Debo

cerrarlo con llave y debo esconder esa llave".

Mientras me secaba los ojos, y pensaba en infinitos lugares para esconder la

llave del cuarto, vi aparecer, a lo lejos, la silueta de un hombre. No podía

 distinguir quien era, pero cuando se acercó, el terror y la vergüenza que parecía

 haber dejado entraron de nuevo en mí. Era Jesús. Jesús mismo en persona

que empezó a abrir el archivero y a leer los archivos. No me atrevía a mirarlo, pero

 algo dentro de mí, me obligaba a hacerlo. Entonces pude ver como el dolor, aún

más profundo que el mío, se dibujaba en su rostro. Él parecía saber cuáles eran

 los peores archivos, y se detenía a leerlos. Pero, ¿por qué? ¿Cuál era la razón?

Cuando terminó, volteó a mirarme. Esperaba una mirada fría, de terror, de condena,

pero encontré ternura y amor en sus ojos. No había cólera ni ira. Dejé caer mi

 cabeza, cubrí mi cara con mis manos y empecé a llorar nuevamente. Él caminó

 hacia mí y puso su brazo alrededor de mi cuerpo. Podría decirme tantas cosas,

pero no me dijo nada. Por el contrario, lloró conmigo, y me amó.

Entonces Él se levantó y caminó hacia la pared de los archivos. Empezando de

un extremo del cuarto, Él sacó uno de los archivos, y uno por uno, empezó a

escribir su nombre encima del mío. ¡No! Grité mientras corría hacia Él. Pero no

 podía hacer nada; cuando jalaba cada cajón del archivero y abría un archivo

 ya estaba su nombre escrito sobre él, en color rojo, un rojo tan oscuro y tan

 vivo. El nombre de Jesús cubría el mío; estaba escrito con su sangre.

Él volvió a colocar los archivos en su lugar. Sonrió y empezó a escribir los

 que faltaban. Al cerrar el último archivo, caminó hacia mí, puso

su mano sobre mi hombro y me dijo: "Se terminó".

Me puse de pie, y Él me llevó fuera del cuarto. No había ninguna cerradura

 en la puerta. Pero había todavía tarjetas para que sean escritas.

 

 

 
 


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