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LIBR. DE URANTIA: La muerte
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: pedroavila65  (Mensaje original) Enviado: 06/01/2011 13:41

Normalmente todo ser vivo teme la muerte, pero si le preguntan porqué responderá: porque no se como es. Realmente no es por desconocer su naturaleza que teme. En verdad, nadie es muy sincero porque el temor surge por la creencia de que es dolorosa, lo cual es una zona errónea que lo único que produce es temor y en algunas personas…pánico.

Considero la muerte como el sueño. Mientras dormimos, nos desconectamos de la realidad del mundo exterior y nos sumergimos en nuestro mundo interno y… eso es todo; la mente no quiere ni necesita descansar, sino que continúa trabajando en otra dimensión, pero sigue activa. Desconecta al cuerpo físico y sigue su interminable camino. No tememos al sueño, porque sabemos que no duele, no más allá de la incomodidad de un mal sueño. Por el contrario, el cuerpo descansa y nos pone a distancia de los problemas que afectan nuestra vida diaria.

Es paradójico cuando analizamos que el morir es como no haber nacido, y a nadie se le ocurre decir que el no nacer o el mundo de donde venimos antes de nacer era doloroso. Surge entonces la interrogante: ¿Será justo que pasemos toda nuestra corta vida temiendo que algún día vamos a morir, cuando es algo inevitable e impredecible? Definitivamente, no. No es justo, lógico, razonable ni apropiado, porque afecta gravemente nuestra probabilidad de experimentar una vida plena, sin temores injustificados, con vocación definitiva de ser felices.

Temer a la muerte es tan infantil como temer a los fantasmas, quienes solo tienen vida en los cuentos y las películas de horror, que tanto daño hacen a la humanidad, sembrando mensajes negativos en las mentes de los niños, que pudieran marcarlos toda su vida.

La muerte es un evento futuro e incierto que llegará, para nuestra tranquilidad no sabremos como ni cuando. Lo que sí intuimos es que el cuerpo se desconecta del espíritu y éste último pasa a otra dimensión, que para nosotros es también desconocida; pero como sin el cuerpo no hay posibilidad de experimentar sensaciones, la deducción lógica es que no podemos experimentar dolor si desconectamos lo único que lo percibe: el cuerpo.

La vida es demasiado corta, tiene tantas cosas bellas que admirar, situaciones y sensaciones tan edificantes que experimentar, que es un desperdicio dedicar nuestro valioso espacio, a pensar en algo tan etéreo. Y digo etéreo con toda propiedad, porque la muerte como el temor sólo tiene vida en nuestra mente. Fuera de ella no son nada. De hecho tememos a eventualidades que pudieran o no darse, porque cuando algo nos sucede no tenemos tiempo de temerle: simplemente sucede y ya. Con la muerte es idéntico, tememos a que alguna vez vamos a morir pero no sabemos como ni cuando. Son especulaciones típicas del único ser vivo dotado de razón que habita sobre esta madre tierra, quien disponiendo de una hermosa vida, con cinco sentidos conocidos que le permiten disfrutarla, en vez de hacerlo diseña un nuevo sentido en su contra: el temor, porque, al menos que yo sepa, no lo percibimos por el olfato, la vista, el oído, el gusto o el tacto.

Tenemos tal tendencia a inventar situaciones negativas, que el temor cerval a la muerte lo rodeamos de ritos y solemnidades a cual más risibles, a no ser que se trate de aumentar el temor a sufrirla. Cuando alguien muere, se inventan formas de hacer más duradero ese sentimiento de vacío. A tal fin crean ceremonias de recordación, para comer y tomar a costa del poco caudal que dejó el fallecido, donde lo único que logran es aumentar la imagen de poco listo del muerto al narrar anécdotas tristes de su vida, cuales de haber estado vivo el interfecto, lo menos que se habrían ganado por la infidencia habría sido un sopapo.

No contentos con tal campeonato de espectáculo y comilona, crean monumentos, rezos y lamentos al momento de depositar en la tierra, lo corruptible y pasajero del fallecido como es su cuerpo, que en horas se convierte en algo insoportable; endilgando entre lágrimas bondades al muerto que nunca tuvo, y haciendo la felicidad de los dueños de las casas fúnebres que se quedan con lo poco que dejó a los deudos; desatendiendo la admonición de Jesús, cuando enseñaba: “Deja que los muertos entierren a sus muertos… Mi padre es un Dios de vida, no de muerte.”

Se ignora que somos seres espirituales que nunca morimos, que nuestro cuerpo no es más que la ropa que usamos durante el corto periplo por este mundo; que lo importante, lo trascendente es nuestro espíritu, el cual regresa a donde estaba antes de nacer, y que, pudiera ser que pase a una dimensión de crecimiento superior. Por lo tanto, temer a la muerte es quizás la condición más gráfica de que realmente, somos bien… imperfectos.


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