Érase una anciana
Érase una anciana con sus manos teñidas de recuerdos,
en su mirada se reflejaba el sol y la luna del infinito,
él decía que venía donde el tiempo no tenía origen.
Érase una anciana que en su andar
se adivinaba sus aventuras,
sus sandalias estaban gastadas por los caminos
que le faltaban por recorrer,
su frente era un mapa de lugares que visitar,
de dónde salió, nadie sabía, ¿cuál era su destino?
cualquiera lo podía adivinar,
pero ella solamente sabía a dónde tenía que llegar.
Dicen que un día sin luna apareció junto al mar,
llevaba entre sus manos una estrella
que iluminaba hasta el límite de la noche
donde empieza el amanecer,
solitaria llevó la estrella flotando sobre el agua,
donde cuidadosamente la depositó para verla
en la profundidad desaparecer,
dicen que fue su último querer,
yo que la vi puedo asegurar
que dejó la estrella de su existir,
ya que sin ella no quería vivir.
Érase la historia de una anciana y una estrella,
que es lo mismo cuando de amor se quiere recordar,
que las estrellas y el amor jamás se pueden olvidar.
Y así, la anciana y la estrella desaparecieron
en lo profundo y ahora basta mirar el cielo
para ver a una estela de luces con una estrella
que jamás se extravío en la inmensidad del mar.