Aunque en aquella época la fama de Jesús mucho se basó en su reputación como curador, eso no significa que siguió siendo así. A medida que pasaba el tiempo, más y más buscaban en él ayuda espiritual. Pero fueron sus curaciones físicas las que tuvieron más atractivo directa e inmediatamente para la gente común. Jesús era buscado, lo buscaban más y más las víctimas de la esclavitud moral y del vejamen mental, e invariablemente les enseñaba el camino de la liberación. Los padres solicitaban su consejo sobre la crianza de sus hijos, y las madres buscaban su ayuda para guiar a sus hijas. Los que estaban sentados en las tinieblas acudían a él, y él les revelaba la luz de la vida. Siempre prestaba oído a las penas de la humanidad, y siempre ayudaba a los que buscaban su ministerio.
Cuando el Creador mismo estuvo en la tierra, encarnado en la semejanza de la carne mortal, era inevitable que ocurrieran ciertos acontecimientos extraordinarios. Pero nunca debéis acercaros a Jesús a través de estos sucesos así llamados milagrosos. Aprended a acercaros al milagro a través de Jesús, pero no cometáis el error de acercaros a Jesús a través del milagro. Y esta admonición es valedera, a pesar de que Jesús de Nazaret fue el único fundador de una religión que realizó actos supermateriales en la tierra.
El rasgo más sorprendente y revolucionario de la misión de Micael en la tierra fue su actitud para con las mujeres. En una época y generación en que no correspondía que un hombre saludara en la plaza pública ni siquiera a su propia mujer, Jesús se atrevió a llevar mujeres como instructoras del evangelio durante su tercera gira de Galilea. Tuvo la cabal valentía de hacerlo a la luz de las enseñanzas rabínicas que declaran que «mejor sería quemar las palabras de la ley que entregárselas a las mujeres».
En una sola generación Jesús supo rescatar a las mujeres del irrespetuoso olvido y de la monotonía esclavizante de todas las épocas anteriores. Y es una vergüenza de la religión que tuvo la presunción de tomar el nombre de Jesús que no haya tenido la valentía moral de seguir este noble ejemplo en su actitud subsiguiente hacia las mujeres.
Cuando Jesús se mezclaba con la gente, todos lo encontraban enteramente libre de las supersticiones de esa época. Estaba libre de todo prejuicio religioso; no fue nunca intolerante. No había en su corazón nada que se asemejara al antagonismo social. Aunque cumplía con lo que había de bueno en la religión de sus padres, no vacilaba en hacer caso omiso de las tradiciones supersticiosas y esclavizantes inventadas por el hombre. Se atrevió a enseñar que las catástrofes de la naturaleza, los accidentes del tiempo y otros acontecimientos calamitosos no son resultado del juicio divino ni dispensaciones misteriosas de la Providencia. Denunció la devoción esclavizante a los ceremoniales vacíos y desenmascaró la falacia de la adoración materialista. Proclamó valientemente la libertad espiritual del hombre y se atrevió a enseñar que los mortales son, real y verdaderamente, hijos del Dios viviente.
Jesús transcendió todas las enseñanzas de sus precursores cuando tuvo la osadía de reemplazar las manos limpias por un corazón limpio como marca de la religión verdadera. Puso la realidad en el lugar de la tradición y eliminó toda pretensión de vanidad e hipocresía. Sin embargo este osado hombre de Dios no dio rienda suelta a crítica destructiva ni manifestó desprecio por las costumbres religiosas, sociales, económicas y políticas de su época. Él no era un revolucionario militante; era un evolucionario progresista. Sólo destruía lo que era cuando podía ofrecer reemplazarlo simultáneamente a sus semejantes por el concepto superior de lo que debía ser.
Jesús inspiraba sus seguidores a la obediencia, sin exigirla. Sólo tres de los hombres que él llamó personalmente se negaron a responder a su llamado y seguirlo como discípulos. Él ejercía sobre los hombres un poder particular de atracción, sin ser dictatorial. Inspiraba gran confianza, y nadie se resintió jamás de que él mandara. Tenía sobre sus discípulos autoridad absoluta pero nadie la objetó jamás. Permitía que sus seguidores lo llamaran Maestro.
Todos los que conocieron al Maestro lo admiraban, excepto los que tenían prejuicios religiosos muy arraigados o los que imaginaban discernir un peligro político en sus enseñanzas. Los hombres se asombraban de su originalidad y del tono de autoridad en su enseñanza. Se maravillaban con su paciencia en el trato con interesados poco instruidos y difíciles. Inspiraba esperanza y confianza en el corazón de todos los que recibieron su ministerio. Sólo los que no le habían conocido le temían, y tan sólo le odiaban los que veían en él al campeón de esa verdad que estaba destinada a derrotar el mal y el error que ellos querían albergar a toda costa en su corazón.
Él ejercía una influencia poderosa y peculiarmente fascinante sobre amigos y enemigos por igual. Las multitudes lo seguían semanas enteras, tan sólo para escuchar sus palabras misericordiosas y contemplar su vida sencilla. Hombres y mujeres devotos amaban a Jesús con un afecto casi sobrehumano, y cuanto mejor lo conocían, más lo amaban. Esto es verdad hasta el día de hoy; actualmente, y en todas las épocas futuras, cuanto mejor conozca el hombre a este Dioshombre, más lo amará y más lo seguirá.
LU 1672