MARÍA MAGDALENA
(TREINTA AÑOS DESPUÉS)
La resurrección del Espíritu
Nuevamente digo que Jesús triunfó sobre la
muerte por la muerte misma;
resucitó en Espíritu y Fuerza y caminó en nuestra soledad; visitó el
jardín de nuestro amor y de nuestros anhelos. Él no duerme allí, sobre aquella roca labrada, detrás de aquella mole.
Nosotros, los que amamos a Jesús, lo hemos visto con estos ojos a los
que Él mismo ha dado la luz, y lo hemos tocado con esas manos que Él
enseñó a abrirse y a tenderse. A todos los que no pensáis en Él os
conozco; yo era uno de vosotros. Hoy sois muchos, pero mañana seréis
menos. Mas, decidme, ¿es necesario quebrar vuestro laúd para hallar
la música que encierra? ¿Es menester cortar el árbol antes
de tener fe en sus frutos? Vosotros aborrecéis a Jesús porque un Hombre del Norte dijo que era
un Hijo de Dios; mas vosotros os odiáis entre vosotros, porque cada uno
de vosotros se cree mucho más que un hermano para los otros. Vosotros lo detestáis porque unos dijeron que nació de una mujer
virgen y no del semen de ningún hombre. Vosotros no conocéis a las
madres que se van a la tumba aún vírgenes, ni a los hombres que se
dirigen a sus sepulturas ahogados en su sed. Vosotros no sabéis
que la Tierra se desposó con el Sol, y que la Tierra es la que
nos envía al desierto y a la montaña. Hay un abismo que bosteza entre los que aman a Jesús y los que lo
aborrecen; entre los que creen en Él y los que no creen. Cuando
los años construyan un puente entre esas orillas opuestas, sabréis
entonces que quien vivió en nosotros no morirá, porque era el Hijo de
Dios, de la misma manera como nosotros somos también hijos de Dios;
y que Él ha nacido de una mujer virgen, tal como hemos nacido
de la Tierra que no tiene esposo. Es curioso y extraño que la Tierra no diera a los creyentes más que
las raíces que se nutren de su seno y alas para elevarse
y beber el rocío del espacio.
Mas yo sé que sé, y en esto hay demasiado para mí.
K.G.
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