Hoy comprendo, Señor, tu sufrimiento,
el dolor de sentirte abandonado,
el vacío de inmensa soledad...
Hoy sufro la aridez de tu calvario.
Este azote que rompe nuestro cuerpo
con calumnias, con ira, con traición,
es el eco de la única verdad
que flageló al orgullo con su voz.
Esta espina que hiere nuestra mente,
arrancada del tallo de la envidia,
es el rencor punzante del hermano
por el amor que dimos sin medida.
Esta cuesta que forman las infamias
y lacera los pies en el camino,
es la ofrenda de vida y de trabajo
que entregamos, sin precio, al enemigo.
Este clavo que rasga nuestros pulsos
con el golpe del odio acumulado,
es respuesta al abrazo de piedad
abierto para ser crucificados.
Esta lanza que
con el fiero bramido de la injuria,
es mensaje del claro manantial
de agua viva que el mal transformó en turbia.
Hoy comprendo, Señor, tu sufrimiento,
tu amor sacrificado, omnipotente.
Yo también te he vendido y traicionado.
¡Pido perdón por tu pasión y muerte!