Cuando nos adentramos en el camino de la espiritualidad o en el terreno de la superación personal debemos tener en cuenta la AUTORREALIZACIÓN. Autorrealizarse significa esencialmente desarrollar todas las potencialidades espirituales que están dentro del ser humano. Si no nos orientamos hacia esta finalidad poco avanzaremos, ya que toda superación espiritual o de crecimiento interior precisa de autorrealizarnos, de lo contrario todo se queda a medias.
Pero para desenvolvernos en esta imprescindible tarea tenemos que hacer un TRABAJO INTERIOR, porque no podemos desarrollar nuestras cualidades, virtudes, facultades y dones si no eliminamos los obstáculos que impiden que se despierten, germinen y se manifiesten las capacidades de nuestra conciencia verdadera.
¿Cuáles son esos impedimentos que obstaculizan expresar todo ese potencial espiritual humano? Desde diferentes campos del saber se suele responder que es el ego, la sombra, el inconsciente, lo reprimido, el sufrimiento escondido no reconocido, la no aceptación de uno mismo, el miedo en sus múltiples facetas. Pero todas estas “vivencias internas”, todo este sentir y pensar de uno, se alimenta constantemente de lo que pocos hablan en la literatura espiritual: los defectos piscológicos. Me refiero a lo que llamamos comúnmente egoísmo, orgullo, vanidad, soberbia, pereza, celos, envidia, codicia, lujuria, etc.
Estas tendencias dentro de nuestra personalidad, carácter, temperamento y conducta se fraguan primero en los pensamientos, en la mente ordinaria y cotidiana, y después se desarrollan en el mundo de los sentimientos, manifestándose en emociones destructivas que crean separación con las personas que convivimos, siendo causa de sufrimiento en uno mismo y en los demás.
Precisamente el trabajo interior consiste en el conocimiento de uno mismo para transformar todos esos defectos, que en realidad son carencias afectivas y miedos profundos, en cualidades. Es una transmutación mental y psicológica para la cual hay que prepararse. Por ejemplo, si soy orgulloso (que es sentirme por encima de los demás) no podré manifestarme con humildad. Cualquier intento o acción de “cultivar” alguna práctica o ideal para querer ser humilde está condenada al fracaso, porque sólo estaremos “aparentando”, cambiando la imagen pero no el contenido, lo que hay dentro de mi conciencia ordinaria, en donde sigue habiendo orgullo.
Por consiguiente cabe resaltar que en este ámbito espiritual, en términos de superación personal, se suele escuchar la idea que lo más importante es la práctica espiritual, entendiendo como tal tener una disciplina basada en determinados preceptos morales y éticos. Seguir una moral, aunque sea espiritual, sin hacer el trabajo interior de transformación de la conciencia, veo que es dejar las cosas a medias. Es como restaurar la fachada de una casa y descuidar todo el interior, que es donde realmente se hace la vida. Porque pretender demostrar una actitud positiva sin eliminar los pensamientos y sentimientos negativos es vivir en la apariencia, hipócritamente.
Primero tendré que RECONOCER que tengo defectos, después OBSERVACIÓN para hacer un estudio y una indagación que me permita comprender en qué vivencias o experiencias me he creado esas carencias y cómo me las he originado. Así podré “limpiar” esos pensamientos, sentimientos y emociones que están identificados con esas situaciones vividas, con el fin de liberar la conciencia de ese pasado incomprendido y no asimilado, para luego dejar que aflore de forma natural y espontánea las cualidades o virtudes que están presentes en nuestra auténtica naturaleza espiritual.
No hay que cultivar el don como algo que añadimos a nuestra conciencia, más bien tenemos que “despertar” lo que ya somos espiritualmente, que permanece todavía “dormido” porque no hacemos ese trabajo interior que hay que realizar diariamente. Por lo tanto, esta labor requiere ACEPTACIÓN, AUTOOBSERVACIÓN, INDAGACIÓN, COMPRENSIÓN Y TRANSMUTACIÓN de todos nuestros defectos morales o psicológicos, utilizando la meditación, estar en el presente viviendo el ahora y, por último, “soltar” todos los condicionamientos mentales que nos someten a reacciones automáticas e inconscientes y nos hacen vivir con malestar interior, con la consecuente desarmonía general que se crea en las relaciones humanas.
De este modo recuperamos nuestra condición espiritual natural, a medida que con este trabajo interior conseguimos purificarnos, limpiarnos de todas las actitudes erróneas, sentimientos malsanos, emociones destructivas y pensamientos impuros. Y esto es lo que parece difícil para la mayoría, hacer ese cambio en su vida que le determine trabajar en la eliminación de sus defectos. Todo el mundo reconoce que los tiene, pero luego, a la hora de la verdad, cuando se nos presentan situaciones de “roce” y trato con la gente, entonces no admitimos que los tenemos, siempre le echamos la culpa al otro y están equivocados los demás. En el fondo hay comodidad y miedo en cambiar, por lo que preferimos no eliminar nuestros defectos para mejorar, ni siquiera simplemente como persona para no dañar a nadie, y mucho menos en cuanto a superación espiritual.
Por último, tampoco hay que olvidar que no debemos realizar el esfuerzo de crecer interiormente, buscando la autoestima, sólo para encontrarnos bien. Es lícito querer mejorar y estar bien, pero no queda todo ahí. Hay mucho más que andar. Como nos encontramos emocionalmente mal, entonces buscamos algo para solucionar ese estado desarmónico. Pero si nuestro interés queda en ese propósito estamos simplemente evadiéndonos, queriendo escapar de la realidad interna que tenemos, con lo cual volveremos a estar en desequilibrio, tarde o temprano, al no trabajar con las causas que originan el malestar.
José Navarro Ballester