LEVANTATE
Y a uno de sus discípulos
le pidieron las gentes de Tula
que les platicara sobre su Maestro,
que entonces se encontraba
ausente de la ciudad.
¿Qué les podría contar de El? , decía:
El hizo que mis alas se limpiaran
con el bálsamo de sus palabras,
y se alargaran con ansia en busca de la Luz.
¿Qué les podría contar de El?
Cuando todo era sueño y oscuridad en mi alma,
vino y puso su mano sobre mi cabeza
y se me abrió el corazón como una fruta madura,
y los ojos se me abrieron a un Mundo Nuevo.
Un día en que colgaban los frutos de los árboles
como un regalo, y la tierra tomaba nuestros pies
y los bañaba en el aroma de las hierbas y flores,
veníamos caminando hacia Tula
cuando vimos al Iado del camino
a un hombre tendido,
su cuerpo estaba apenas cubierto
con andrajos y su piel estaba amarilla
y con el color de la ceniza.
Su cara tenía una expresión como
si se le hubiese ido la vida.
El se acercó a su lado y le tomó la mano,
después me miró como dolorido.
Se quitó la túnica y le vistió con ella.
Después le tomó entre sus brazos y así le platicó:
Hermano, vuelve a la vida. Aún no ha llegado
el tiempo en que debas
dejarla. Conozco tu historia y se que
sería para ti una alegría la
muerte, mas piensa que todavía no has
completado aquello que pediste
antes de venir a ella. Y ahora respira
por mi pecho y mira por mis
ojos. Come por mi boca y camina con mis pies.
Porque de verdad te
digo que hasta ahora estabas muerto,
mas desde ahora ven y camina en la Vida.
Y aquel hombre se movió y abrió los ojos y le dijo:
¿Quién eres tú, que cuando nadie se ocupa de mí,
cuando sólo me atienden las laderas del camino,
así me hablas?
Nadie antes me habló así, ni me dió vida con sus palabras,
ni ahondó en mi corazón con ellas.
He de seguir viviendo aunque tan solo sea
para agradecerte lo que me has dado.
Y El le miró con aquellos ojos que no podría nunca
describir, porque tenían a la vez toda la paz, la alegría y la
tristeza del Mundo.
Y bajo... muy bajo, le dijo en un susurro:
Levántate porque hay otros que también
te esperan en los caminos.
Dales tú aquello que hoy se te ha dado a ti.
DEL LIBRO: ASÍ HABLABA QUETZACOATL