LA VIDA ES INMORTAL A TRAVES DEL CRECIMIENTO ESPIRITUAL TOMAMOS CONCIENCIA DE ELLO Y EN LA PRACTICA DEL AMOR LO MANIFESTAMOS
Nuestro padre madre amor nos ha creado a su imagen y semejanza espiritual infinita bondadosa, amorosa e inmortal.
Nuestro cuerpo es un conjunto de átomos, moléculas, células y órganos diseñado especialmente para facilitarnos la tarea de interacción en el plano físico o mundo de las formas.
Desde nuestra divina presencia yo soy irradiamos energía espiritual hacia nuestro cuerpo físico para que todo su mecanismo carnal pueda funcionar equilibradamente. Todo esto nos puede llegar a dar la falsa idea de creer que nuestro cuerpo tiene vida propia.
La realidad es que nuestro vehículo físico solo tiene la vida que nosotros le proyectamos.
Cuando concluimos esta etapa de aprendizaje que nos toco vivir en el campo terrenal le retiramos la energía espiritual que le hemos irradiado y este queda inerte aparentando estar muerto. En realidad podemos afirmar con certeza que jamás puede morir lo que nunca tuvo vida.
De la misma forma es lógico e inteligente comprender con respecto a nuestra vida real y divina ‘’ Yo Soy ‘’ que es imposible que concluya lo que nunca principio.
Los términos, principio y fin, nacimiento y muerte solo son entendibles y aplicables en y hacia el mundo físico tridimensional.
En el plano físico todo es efímero e irreal, sus leyes físicas miden y califican al espacio y el tiempo en diversos parámetros que nos sirven para evaluar el comienzo, desarrollo y extinción de todo lo físico que nos circunda.
Nosotros en esencia habitamos el plano espiritual, en el no hay principios desarrollos ni finales, tampoco hay ningún tipo de formas.
El tiempo cronológico que conocemos en el plano, físico no es aplicable ni practicable en el plano espiritual, en el solo ‘’se es ‘’ y las experiencias trascendentes se precipitan en el ‘’ser’’ y no en el ‘’hacer’’.
Y A TRAVES DEL CRECIMIENTO ESPIRITUAL TOMAMOS CONCIENCIA DE ELLO
En el plano físico y desde la conciencia carnal o ego humano es muy difícil detectar y comprender las realidades del plano espiritual.
La toma de conciencia de ser hijos espirituales del supremo creador se obtiene luego de la ardua tarea de sublimar la naturaleza carnal humana, (el reino de los cielos es de los que se esfuerzan en comprenderlo y aplicar su inherente sabiduría).
Es improbable que la evaluación objetiva e intelectual realizada desde la mente mortal sobre las realidades subjetivas del plano espiritual, den una comprobación cierta de las mismas.
La verdadera comprensión de lo inmortal solamente es lograda desde la apertura del corazón.
En el estado actual de conciencia en que se encuentra la humanidad es normal encontrar una marcada disparidad en las edades cronológicas, mentales, emocionales y álmicas de muchos seres humanos.
Esta disparidad nos presenta a seres de mediana edad y muy inteligentes (que presentan un crecimiento mental avanzado), denotando un muy bajo crecimiento emocional y una carencia casi total de crecimiento interior espiritual.
Y EN EL EJERCICIO DEL AMOR LO MANIFESTAMOS
De nada sirve tener conciencia de lo inmortal de la existencia si no se piensa, siente y se actúa desde el amor.
Recordemos las palabras del dulce Juan evangelista:
SI YO HABLASE LENGUAS HUMANAS Y ANGELICAS PERO NO TUVIERA AMOR NADA SOY.
Y SI TUVIESE EL DON DE LAS PROFESIAS, Y CONOCIERA TODAS LAS CIENCIAS Y TUVIESE TODA LA FE, PERO NO TENGO AMOR, NADA SOY.
Una de las maneras más humildes y sabias de manifestar el amor es comprender y aceptar los diversos estados de conciencia espiritual.
El intentar cambiar al otro para lograr una mejor relación es síntoma evidente de que nos falta amor.
Si al exponer nuestra verdad herimos a nuestro prójimo o lo colocamos en una situación que pueda desbordar su miedo y producirle ira, de nada habrá valido el tener razón.
El verdadero sabio solo habla de las verdades metafísicas cuando se le pregunta y observa con precaución de no dar lo santo a los profanos.
El verdadero ejercicio del amor es amarnos a nosotros mismos, es tener comprensión y ser compasivos.