Sir Jagadis Chandra Bose, el botánico hindú de fama mundial, ha perfeccionado un instrumento de
tan extremada sensibilidad que con él está demostrando a los científicos la unidad de la vida en todo.
Tal instrumento hace palpable el hecho de que las ondas de vida en el mineral, las plantas y los animales,
constituyen una múltiple unidad. El botánico hindú ha probado al mundo que hay estremecimientos,
un pulsar, como la palpitación de los corazones hasta en el más diminuto átomo de las sustancias
vivas. Él asegura que los árboles tienen algo que equivale al corazón, que palpita al compás
del movimiento de la savia, cuando ésta asciende o desciende.(1)
Mr. William H. Pick, en un Artículo del "Glasgow Herald" dice que, en sus estudios sobre las gotas
de agua de lluvia, ha hallado en el centro de las mismas, una pequeñísima partícula de materia
extraña, que él conceptúa sea del todo necesaria para su existencia. Las gotas de lluvia, agrega,
son una de las cosas más mágicas de la naturaleza. Cuando la atmósfera obra sobre ellas, se
producen cargas eléctricas que determinan el rayo aterrador, seguido del retumbante trueno.
Estas pequeñas gotas de lluvia son también las productoras del arco iris. Todo lo que el hombre
puede ver en la naturaleza, en forma material, es producido por alguna fuerza o poder invisible.(2).
Todos estos misterios se han puesto en claro ante la luz de la razón por medio de los maravillosos
instrumentos que poseemos al presente. La investigación, nos dice Bose, prueba la unidad de
la vida e indica que las barreras que han separado a las diferentes oleadas de vida han de
desaparecer gracias al mejor conocimiento que se vaya adquiriendo de los mundos invisibles. A
medida que el hombre desarrolle su poder espiritual, desarrollará y afinará órganos, dentro de
su cerebro, que lo capacitarán para ver, sentir y oír las más sutiles manifestaciones de la vida que,
al presente, sólo pueden ser percibidas por medio de instrumentos de supermagnificación y
supersensibilidad. En el futuro, el hombre
manejará esas fuerzas de lo invisible con la misma maestría con que hoy maneja las fuerzas materiales.
Los éteres entrarán bajo su control y se servirá de ellos como en la actualidad hace con la electricidad o
el vapor. Descubrirá, con el tiempo, que todo lo que es de naturaleza material puede ser convertido
en esencia espiritual, una vez sepa cómo hacerlo. Si pudiese conocer a fondo cuál es la composición
real de cada sustancia material, sea mineral, vegetal o animal, lo mismo que la sustancia de que
su propio cuerpo está hecho, se convencería de que todo proviene y trae su origen de los mundos
espirituales y que, como Max Heindel dijo: "la materia es espíritu cristalizado."
El final de la investigación científica aún no ha llegado. Y ¿quién podrá decir hasta cuándo
dejará el hombre de descubrir nuevos intrincados misterios de Dios? Al presente, puede decir que
ha llegado al término de las cosas finitas y se encuentra en el umbral de lo infinito. Pero, el verdadero
misterio, el más grande entre ellos, la naturaleza de la vida, evade sus esfuerzos y no se deja
sorprender. El sabio en física se ve obligado a admitir que existe un mundo invisible que evade
sus esfuerzos físicos para ponerse en contacto con él. Y, mientras con más afán se dedica a la
mejora y perfeccionamiento de sus instrumentos materiales, y gasta la vida entera en esfuerzos
para desenmarañar el misterio del mundo invisible, no hace, por lo común, ningún esfuerzo por
desarrollar el más valioso de todos los instrumentos, la maravillosa y complicada facultad, el poder
que está dormitando en su interior, en una palabra, su visión espiritual. Solamente desarrollando
sus facultades espirituales es como el hombre llegará a estar realmente iluminado, porque la
iluminación es una conquista espiritual. El hombre no está iluminado de
verdad sino cuando se desarrolla espiritualmente.
El universo, en su conjunto, está penetrado por el Principio Crístico y, así, éste pede ser absorbido
y manifestarse en cada hombre. El que se ha desarrollado espiritualmente manifiesta muchísima
más luz que el hombre común y, por lo mismo, atrae hacia sí conocimiento de carácter inusitado.
Puede llegar a ser como un imán para atraer el conocimiento universal, si así lo desea, pues el
deseo crea. Cuando se desea ardientemente una cosa, se la atrae. Hermosos pensamientos
edifican en nuestras propias naturalezas hermosas cualidades y, análogamente, elevados
pensamientos e ideales crean facultades espirituales. Hay ocasiones en la vida del hombre en
que éste se puede elevar a grandes alturas de exaltación espiritual, pero no puede permanecer
en ellas y tiene que descender de nuevo a los bajos niveles de su desarrollo. Pero, cada vez
que se remonta a esas alturas, aún cuando sólo sea por brevísimos momentos, se vigoriza su
fuerza espiritual; cada vez que consigue elevarse a un estado espiritual superior, ha logrado con
ello trepar un nuevo peldaño en la escala de la realización. La aptitud para sentir lo espiritual llega
primero, la capacidad para ver viene enseguida. El cuerpo espiritual del hombre, como su cuerpo
físico, necesita alimento. Pero el alimento que sustenta la naturaleza espiritual proviene del amor
y de las aspiraciones elevadas. El cuerpo espiritual no necesita comida ni bebida; vive de las
esencias espirituales que se extraen de los buenos pensamientos y de las buenas obras.
A medida que el hombre aspira al desarrollo espiritual, haciendo al efecto los debidos esfuerzos,
construye dentro de su cuerpo vital los más puros y elevados éteres superiores, el luminoso y el
reflector. En la proporción en que éstos se fortifican y se separan gradualmente de los dos éteres
inferiores, el sentido espiritual se desarrolla. Cuando se han desarrollado y, mientras uno está
funcionando aún en el cuerpo físico, puede conocer el mundo espiritual. Entonces, sus sentidos
se tornan más agudos y siente, oye, ve y conoce cosas que están fuera del alcance de sus
sentidos físicos, porque los vehículos superiores han sensibilizado todas las partes de su cuerpo.
Cuando uno está funcionando en el plano invisible en el cuerpo alma, no necesita de los pies para
caminar, sino que levita; y, cuando uno piensa en un lugar, inmediatamente está en él. No existe
la distancia en el Mundo del Deseo. Un hombre puede funcionar en él en tanto que su cuerpo
permanece en la cama. Algunas personas se han desarrollado tanto, que pueden abandonar su
cuerpo físico voluntariamente, incluso estando sentados en una silla, en la que se mantiene
el cuerpo físico erguido.
El espíritu, en su cuerpo de deseos, no tiene peso. Flota en las regiones superiores. La única diferencia
entre el Mundo del Deseo y el mundo material es el distinto grado de condensación del espíritu que entra
en la formación de la sustancia de cada uno de ellos. El cuerpo de deseos vibra a una tasa muy superior
a la que vibran los átomos del cuerpo físico. A causa de esa elevada rasa vibratoria, el cuerpo de
deseos no es visible sino para los que han desarrollado la visión clarividente.
Los vicios y flaquezas, así como las virtudes y buenas características, ya sean activos o estén latentes
en el hombre durante su vida física, son arrastrados con el ego al tiempo de la muerte, hasta el Mundo
del deseo, en donde las bajas cualidades deben ser transmutadas y la basura, quemada. Cuando el
hombre abandona su vehículo físico en la que llamamos muerte, todas sus ambiciones y deseos
pasan con él al otro mundo, que es el Mundo del Deseo. Allí atrae hacia sí condiciones armónicas
con la naturaleza de deseos que haya desarrollado en el mundo físico.
El hombre construye así su futura morada con cada pensamiento y cada acción que, en conjunto,
conforman su vida física. Puede llevar una doble vida mientras esté en su cuerpo físico y engañar así,
ocultando las cosas a sus amigos y parientes, pero a la vista de Dios y de los Señores del Destino, los
embajadores que ayudan al hombre a recibir lo que se ha ganado, no puede ocultar la dualidad de
su existencia. Para ellos, la vida interior del hombre es como un libro abierto.
En los mundos superiores, uno atrae hacia sí mismo las condiciones que él mismo creó en sus
vehículos inferiores, porque todo es atraído por lo semejante. Max Heindel, en "El Velo del destino",
página 82, dice: "Como el tejedor siempre hace su labor por el envés de la alfombra, así nosotros
estamos tejiendo, sin completo conocimiento de la finalidad del diseño y sin contemplar la sublime
belleza que hay allí, porque está al otro lado, en la parte oculta de la naturaleza". En verdad que el
hombre está edificando para el futuro. Emplea como herramientas amor, esperanzas, deseos, pasiones,
odio y miles de otras emociones. Todas las pasiones bajas van a construir el cuerpo, dentro del que
vamos a funcionar, en la región Inferior del Mundo
del Deseo. Este cuerpo atrae hacia sí las circunstancias que él mismo se ha creado.
Si la vida de una persona está llena de temor, cuando deja el cuerpo físico, - sea por la muerte o
por el desarrollo oculto – entrará en la Región Inferior del Mundo del Deseo para encontrarse con las
más desagradables condiciones. Se le aparecerán las cosas en las que su mente se ha aposentado
en su cuerpo físico: espectros, serpientes o cualesquiera otras cosas que haya temido y cuyas imágenes
se han incrustado en su cuerpo de deseos. Y ellas serán las que más lo mortificarán. Si su vida ha sido
de lujuria y sensualidad, eso hará que se encamine hacia los perdederos del Mundo del Deseo, mucho
más llenos de crimen y maldad que los perdederos de las grandes ciudades. En esos bajos estratos
del Mundo del Deseo encontramos a los asesinos ajusticiado, a los que se ha hecho salir del mundo
contra su voluntad; allí los vemos atraídos por la tierra y rebosantes de odio contra el juez y el jurado
que los condenó; el odio de que estaban llenos al abandonar el mundo físico los mantiene adheridos a
la tierra, con el anhelo de vengarse. El ebrio consuetudinario, que muere antes de haberse sobrepuesto
al deseo de beber, se encamina también a esos perdederos y se aposenta donde pueda recibir los
vapores del licor. Las gentes que fabrican licores en alambiques clandestinos en sus casas (nota:
Recordemos que esta carta se escribió durante los años de la prohibición del alcohol en Estados
Unidos), no se dan cuenta de que, ignorantemente, pueden estar manteniendo una horda de
elementales que, a su tiempo, cortarán el chorro de la buena suerte y destruirán su salud.