TENGO RESENTIMIENTO…
El resentimiento puede ser una verdadera dificultad. No solo nos priva de ser dichosos, sino que incluso puede llegar a enfermarnos. Son muchos los médicos que se inclinan a creer que el resentimiento es uno de los principales factores de diversas enfermedades. Como muy bien dijo un doctor: “Si eliminara el odio que se alberga en su corazón, se sentiría perfectamente.”
Para eliminar el resentimiento, el primer paso consiste en convencernos de que ningún resentimiento es justificado. Podemos llegar a tener motivos para sentirnos heridos, pero nunca para odiar. Si bien se mira, el resentimiento causa siempre más daño que la herida que lo motivo. Entonces, debemos hacer cuantos esfuerzos sean precisos para alejar el resentimiento. A veces, el elemento sádico que hay en todos nosotros se complace en alimentar el resentimiento. De todos modos, la persona equilibrada y mentalmente sana debe hacer hasta lo imposible para no dar rienda suelta al citado elemento. Seamos honrados con nosotros mismos, no será que nuestro resentimiento tiene su origen en un intento de disfrazar nuestros propios fracasos y errores? Es bastante frecuente el achacar a los demás nuestras propias fallas.
Oremos, meditemos hasta que el resentimiento desaparezca y sigamos orando y meditando hasta que no quede rastro del mismo. Existe un relato de un hombre que admitió tuvo que orar 167 veces para eliminar el resentimiento que sentía, pero que una vez pasado, nunca volvió. Quizás sea por eso que nos ha sido sugerido “orad sin cesar”. El proceso es simple, cuando el corazón y el alma se llenan de plegarias no queda espacio libre para los resentimientos. En realidad la oración limpia y purifica nuestro interior.
A pesar de que ---al principio, al menos--- nos puede resultar difícil orar por alguien a quien “odiamos”, es aconsejable hacerlo; y si pedimos a Dios que nos conceda la gracia de poder hacerlo de corazón, no dudemos de que podremos hacerlo sin esfuerzo. Una vez en posesión de la gracia solicitada, nuestra oración tendrá una fuerza mayor. Cuando oramos por la persona objeto de nuestro resentimiento, mencionamos su nombre, y no nos limitamos a pedir que podamos perdonarla; sino que pedimos para esa persona toda clase de bendiciones espirituales y materiales. Nunca pedimos para que esa persona sea mejor, pues al hacerlo estamos colocando una crítica a su manera de ser. Pidamos para que nuestros pensamientos respecto a nuestro “ofensor” sean amables, sinceramente amables y no perdamos ocasión para hablar bien de la persona; eso encierra un misterioso bálsamo cuando se hace con humildad y sinceridad en el corazón.
Tiene nuestro “ofensor” una oportunidad de hacernos un favor? Permitámoslo. Es un hecho comprobado que los seres humanos tenemos la inclinación a simpatizar con las personas a las que tenemos oportunidad de servir. Existe un relato de dos vecinos que “se odiaban cordialmente”, la calefacción de uno se estropeo y, aunque de mala gana, pidió ayuda al otro que era experto en la materia. El vecino mostro su habilidad y sintió satisfacción; en cambio, el de la calefacción estropeada era un excelente jardinero que al llegar el verano arreglo el jardín del que meses antes le había ayudado con la calefacción. Una amistad truncada que renació más fuerte que antaño…
Fijémonos en las buenas cualidades de los demás, pues todo el mundo las tiene…
N. Vincent-Peale