TANNHAUSER
EL PÉNDULO DE LA ALEGRÍA Y DE LA TRISTEZA
Este drama trata igualmente de una de las antiguas leyendas. Estos mitos fueron transmitidos a la humanidad por las Jerarquías divinas que nos guían por el camino del progreso por medio de imágenes, para que así la humanidad pudiera de manera subconsciente absorber los ideales por los cuales tenía que luchar en vidas posteriores. En los tiempos antiguos el amor era brutal: la novia se compraba o robaba o era llevada como botín de guerra. La posesión del cuerpo era todo lo que se deseaba; la mujer no era mucho más que un mueble y sólo era apreciada por el hombre únicamente por el placer carnal que le procuraba. La mujer no tenía medios entonces de hacer valer sus facultades más elevadas. Esta situación debía cambiar, porque de otro modo todo progreso humano se hubiera estancado. La manzana siempre cae cerca del árbol. Cualquier hombre nacido de una unión en condiciones tan brutales, tiene que ser brutal a la fuerza y para elevar la condición humana era preciso poner a mayor altura la norma del amor. Tannhauser es una tentativa en este sentido. Esta leyenda se llama también: “El torneo de los trovadores”, porque los bardos de Europa fueron los educadores de la Edad Media. Eran caballeros andantes, dotados del poder de la palabra y del canto, que viajaban de un país a otro, y eran recibidos con honores y estimados en cortes y castillos. Ellos tuvieron una poderosa influencia en la formación de las ideas y de los ideales del día y en el Torneo de Canto celebrado en el castillo de Wartburg debía precisamente decidirse la cuestión — que era entonces un problema de actualidad — de si la mujer tenía, o no, derecho sobre su propio cuerpo, un derecho de ser protegida contra el abuso licencioso por parte de su marido, y sí ella debía ser considerada como una compañera que tenía derecho al amor del alma, o como una esclava sometida al dictado de su amo. Naturalmente, cuando se trata de un cambio de cosas hay siempre alguien que defiende lo antiguo contra lo nuevo y así hubo también en este torneo de canto de Wartburg campeones de los dos campos. Esta cuestión sigue todavía sin solución para la mayoría de la humanidad; pero el principio enunciado es verdad y solamente en la medida que nos conformemos a este principio elevando las normas del amor a un nivel más alto, puede haber un mejoramiento de las ramas. Esto es particularmente importante para los que anhelan vivir una vida más pura. Aunque el principio parezca una cosa tan evidente de por sí, no está reconocido aún siquiera por todos aquellos que se dedican a profesiones elevadas. Con el tiempo, empero, todos aprenderán que sólo considerando a la mujer como igual al hombre es posible pensar en un verdadero desarrollo superior de la humanidad, porque
bajo la ley de la reencarnación el alma se reencarna alternativamente
en los dos sexos y los opresores de una época se convertirán en oprimidos en la edad próxima. La falacia de una doble norma de conducta favoreciendo a un sexo a expensas del otro, debería ser aparente para cualquiera que cree en la sucesión de vidas por medio de la cual el alma progresa de la impotencia a la omnipotencia. Ha sido ampliamente demostrado que, lejos de ser inferior al hombre, la mujer le es por lo menos igual y aún muchas veces superior en muchas ocupaciones mentales; esto sin embargo
no se desprende claramente del drama que nos ocupa. La leyenda nos cuenta que Tannhauser, que representa al alma en cierto estado de su desarrollo, ha sufrido desengaños de amor, porque su amada, Elizabeth, era demasiado pura y joven para ser requerida por él. Suspirando con un vehemente deseo pasional, él atrae algo de una naturaleza idéntica. Nuestros pensamientos son como diapasones: despiertan ecos en otros que son capaces de responderlos y el pensamiento apasionado de Tannhauser le lleva por consiguiente a lo que es llamado: “la Montaña de Venus”. Igual que en “El Sueño de una noche de Verano” de Shakespeare, este relato de cómo él encuentra la Montaña de Venus, cómo la encantadora diosa le hace entrar, y cómo queda allí retenido en las cadenas de la pasión por sus encantos, todo esto no es enteramente pura fantasía. Hay espíritus en el aire, en el agua y en el fuego, y bajo ciertas condiciones el hombre entra en contacto con ellos. No mucho quizás en la atmósfera eléctrica de América pero, sobre toda Europa, particularmente en el Norte, hay extendida una capa de atmósfera mística que ha creado ciertas condiciones favorables para que los habitantes de aquellas tierras puedan ver a estos elementales. La diosa de la belleza, Venus, de la que se habla aquí, es realmente una de las entidades etéreas que se alimenta de los humos de los deseos bajos, en la satisfacción de los cuales la fuerza creadora es derrochada en grandes cantidades. Muchos de los espíritus de control que toman posesión de un médium y le incitan a relajamientos de la moral y otros abusos que actúan como amantes de sus almas y debilitan seriamente a sus víctimas, pertenecen a esta misma clase que es en verdad excesivamente peligrosa. Paracelso los menciona como “incubi” y “succubi”. En la primera escena de Tannhauser presenciamos un espectáculo de libertinaje en la cueva de Venus. Tannhauser está arrodillado delante de la diosa que descansa en un lecho. El despierta como de un sueño, y este sueño le ha causado un vivo deseo de volver otra vez arriba a la tierra. Lo cuenta a la diosa Venus, la que le contesta:
“¡Qué queja más tonta! ¿Estás cansado de mi amor?. Antes, arriba en la tierra, gemías de tristeza. Levántate, trovador, coge tu arpa y canta la gloria divina, puesto que el mayor tesoro del amor, la diosa del amor es tuya.” Inflamado de nuevo ardor Tannhauser coge el arpa y canta en loor de la diosa: “Loor a ti; que tu fama no perezca nunca. Cantos de loa mereces a perpetuidad. Tu dulce bondad me ha procurado mil delicias, y mi arpa sonará mientras florezca mi juventud. Mis sentidos y mi corazón tenían sed de la dulce alegría del amor y del
placer de la satisfacción, y tú, cuyo amor sólo un dios puede
medir, tú te entregaste a mí, y yo me baño en esta gloria. Pero soy mortal. y un amor divino que nunca cambia ha unirse con el mío! Un dios puede amar sin cesar, pero nosotros los mortales, bajo la ley de la alternativa, necesitamos un constante cambio de penas y placeres. Estando ahora repleto de satisfacciones, anhelo otra vez penas y por este motivo ¡oh, reina mía! no puedo permanecer más tiempo aquí.” Cuando la humanidad emergió de la Atlántida y entró en el aire de Ariana, el arco iris apareció por primera vez en el cielo como señal de la nueva era. Entonces se dijo que mientras este arco estuviese en las nubes, las estaciones no cesarían de cambiar: día y noche, verano e invierno, marea alta y baja y todas las demás medidas alternantes de la naturaleza seguirían unas a otras en sucesión continua. En la música puede no haber siempre armonía; de vez en cuando hay una discordancia para permitir que se aprecie más la melodía siguiente. Lo mismo sucede con la cuestión de penas y tristezas, de alegría y satisfacción: también son medidas de alternación. No podemos vivir dentro de la esfera de una de ellas sin pedir encarecidamente la otra, como tampoco no podríamos permanecer en el cielo y reunir allí experiencias que sólo se pueden obtener en la tierra. Este anhelo impetuoso interno, esta oscilación del péndulo de la alegría a la tristeza y viceversa, lo que empuja a Tannhauser fuera de la cueva de Venus, para que pueda experimentar otra vez la lucha en este mundo, y pueda ganar la experiencia que sólo los pesares pueden dar, y olvide los placeres que no le procuran ningún poder del alma. Pero es característico de las fuerzas inferiores el que siempre traten de ejercer influencia sobre el alma contra la voluntad de ésta; que siempre empleen toda clase de subterfugios para alejarla del sendero de la rectitud y así Venus, que es aquí la representación de estas fuerzas, dice en tono de advertencia y disuasión: “Tu alma estará pronto sumergida otra vez en el polvo, y tu fiereza sufrirá toda clase de adversidades; entonces, con el espíritu dolido y el ardor extinto, te esforzarás de nuevo para sentir mi hechizo.” Pero Tannhauser sigue firme su propósito. La llamada interna en él es tan fuerte que nada le puede detener ya y aunque está todavía bajo el hechizo, exclama con gran fervor: “Mientras yo viva, mi arpa sólo cantará tu belleza: nunca me inspirará un tema de menor exaltación. Tú fuente de belleza y de sutil gracia, fomentas sin cesar los deseos del amor con dulcísimos cantos. El fuego que has encendido en mi corazón, arderá allí siempre para ti como la llama de un altar: y aunque con ánimo triste yo te abandone ahora, siempre seré tu campeón. Pero tengo que marcharme, deseo vehementemente volver a la vida de la tierra; si aquí permaneciese quedaría en las condiciones de un esclavo; tengo sed de libertad, aunque signifique mí muerte. y por eso, ¡oh!, reina mía, huyo de ti.” Por ende, cuando Tannhauser deja la cueva de Venus, lo hace como campeón y paladín del lado bajo y sensual del amor y vuelve al mundo para enseñar esta clase de amor, pues así es la naturaleza de la humanidad: cualquier cosa que sienta el corazón, tiene que hallar su expresión externa. Conociendo bien el país, dirige en
seguida sus pasos hacia Wartburg donde algunos trovadores están siempre con el amo y la señora del castillo, los cuales patrocinan en alto grado a los trovadores siempre deseosos de oír sus trovas y haciéndoles disfrutar de muchos favores en cambio. En su camino, Tannhauser encuentra a un grupo de trovadores que están paseando por el bosque, y éstos, antiguos amigos suyos, están sorprendidos de no haberle visto desde hace tanto tiempo. Le preguntan dónde ha estado, pero tannhauser, sabiendo que existe una aversión general contra los que están con las fuerzas elementales inferiores de la naturaleza, oculta los detalles de su vida durante el período de su ausencia dando una contestación evasiva. Entonces los trovadores le cuentan que había un torneo de canto en el castillo y le invitan a que asista con ellos. Al enterarse que el asunto del concurso de canto va a ser el amor, y que el premio será entregado al vencedor por la mano de la bella hija del señor del castillo, Elisabeth (la misma que Tannhauser había amado tan ardientemente y que inflamó tanto su alma que fue la causa que le empujó a la cueva de Venus), él espera, por el ardor que le inspira, poder inducir a la hermosa doncella a escuchar su lamento. Como siempre cosechamos penas cada vez que obramos contra las leyes del progreso, Tannhausr, por este acto, echa la simiente que más tarde le hará cosechar las penas que él anhelaba en la cueva de Venus.
Max Heindel – Misterios de las Grandes Óperas
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TANNHAUSER
THE PENDULUM OF JOY AND SORROW
In this drama we deal again with one of the ancient legends. It was given to humanity by the
divine Hierarchies who guided us along the path of progress by pictorial terms so that mankind
might subconsciously absorb the ideals for which, in later lives, they were to strive.
In ancient times love was brutal; the bride was bought or stolen or taken as a prize in war.
Possession OF THE BODY was all that was desired, therefore woman was a chattel, prized by
man for the pleasure she afforded him, and for that only. the higher, finer faculties in her
nature were given a chance of expression. This condition had to be altered or human progress
would have stopped. The apple always falls close to the tree. Anyone born from a union under
such brutal conditions must be brutal; and, if mankind were to be elevated, the standard
of love had to be raised. TANNHAUSER is an attempt in that direction.
This legend is also called "The Tournament of the Troubadours," for the minstrels of Europe were
the educators of the Middle Ages. They were wandering knights, gifted with the power of speech and
song, who journeyed from land to land, welcomed and honored in court and castle. They had a
powerful influence in forming the ideas and ideals of the day, and in the Tournament of Song held in
Wartburg Castle, one of the problems of that day--whether woman had a right to her own body or
not, a right to protection against licentious abuse by her husband, whether she was to be considered
a companion to be loved as soul to soul or as a slave bound to submit to
the dictates of her master--was the question to be decided.
Naturally, at each change there are always those who stand for the old things against the new, and
champions of both sides took part in that battle of song in Wartburg Castle.
The question is still rife. It is still unsettled with the majority of mankind, but the principle enunciated is
true, and only as we conform to this principle by elevating the standards of love, can a better race be
born. This is particularly essential to one who is aiming to lead a higher life. Though the principle
seems so self-evident it is not even yet agreed to by all who make high professions. In time everyone
will learn that only as we regard woman as the equal of man can mankind truly be elevated, for
under the Law of Rebirth the soul is reborn alternately in both sexes, and the
oppressors of one age become the oppressed of the next.
The fallacy of a double standard of conduct which favors one sex at the cost of the other should
be at once apparent to anyone who believes in the succession of lives whereby the soul progresses
from impotence to omnipotence. It has been amply provide that, far from inferior to man,
woman is at least his equal and very often his superior in many of the mental occupations;
though that does not appear plainly for the drama.
The legend tells us that Tannhauser, who represents the soul at a certain stage of development,
has been disappointed in love, because its object, Elizabeth, was too pure and too young to be
even approached with a request that she yield to him. Yearning with passionate desire, he
attracts something of an identical nature.
Our thoughts are like tuning forks. They awaken echoes in others who are capable of
responding to them, and the passionate thought of Tannhauser brings him, therefore, to
that which is called "the Mountain of Venus."
Like A MIDSUMMER NIGHT'S DREAM of Shakespeare, this story of how he finds the Mountain
of Venus, of how he is taken in by this lovely goddess, and is kept in passion's chains by her
charms, is not entirely founded upon fancy. There are Spirits in the air, in the water, and in the
fire; and under certain conditions they are contacted by man. No so much perhaps in the electric
atmosphere of America, but over all of Europe, particularly in the north, there broods a mystic
atmosphere which has somewhat attuned the people to the seeing of these elementals. The goddess
of beauty, or Venus, here spoken of, is really one of the etheric entities who feed upon the fumes
of low desire, in the gratification of which the creative force is liberated in copious quantities.
Many of the Spirit controls which take possession of mediums and incite them to laxity of morals
and abuses, who act as their soul lovers and seriously weaken their victims, belong to this same
class which is exceedingly dangerous, to say the least. Paracelsus
mentions them as "incubi" and "succubi."
The opening scene of Tannhauser introduces us to a licentious debauch in the cave of Venus.
Tannhauser is kneeling before the goddess who is stretched on a couch. He wakens as if from
a dream, and his dream has inculcated a longing to visit the Earth above again. this he tells
the goddess Venus who answers:
"What foolish plaint! Art weary of my love?
By sorrow once thy heart was crushed above.
Up minstrel, seize thy harp and sing of bliss divine,
For love's chief treasure, love's goddess is thine."
Inflamed with new ardor Tannhauser seizes harp and sings her praise:
"All hail to thee! Undying fame attend thee.
Paeans of praise to thee be ever sung.
Each soft delight thy bounty sweet did lend me,
Shall wake my harp while time and love are young;
For love's sweet joy, and satisfaction's pleasure,
My sense did thirst, my heart did crave;
And thou, whose love a God alone can measure,
Gave me thyself, and in this bliss I lave.
But mortal am I, and a love divine,
Too changeless is to mate with mine.
A god can love without cessation,
But under laws of alteration,
Our share of pain as well as pleasure,
We mortals need in changing measure.
Too full of joy, again I long for pain,
So, Queen, I cannot here remain."
When mankind emerged from Atlantis, and came into the air of Aryana, the rainbow stood for the
first time in the sky as the sign of the new age. At that time it was said that as long as this bow was
in the clouds the seasons would not cease to change; day and night, summer and winter,
ebb and flood, and all the other alternating measures of Nature would follow one another in
unbroken succession. In music there may not always be harmony. Discord once in a while
comes in to give appreciation of the melody which follows. Thus it is with the question of pain
and sorrow, of joy and happiness: THEY ARE ALSO MEASURES OF ALTERNATION. We
cannot live in one without craving the other, any more than we could remain in heaven and
gather experiences that are only to be found upon Earth. And it is this inward urge, this swing
of the pendulum from joy to sorrow and back again, which drives Tannhauser from the cave
of Venus that he may again know the strife and struggle of the world; that he may there gain
the experience which sorrow alone can give and forget the pleasures which bring to him no
soul power. But it is characteristic of the lower forces, however, that they always seek to
influence the soul against its will; that they always use every endeavor to keep it away from
the path of rectitude; and so Venus who stands as the representative of these powers
in the drama of Tannhauser, warningly and dissuasively says:
"In dust thy soul will soon be humbled,
Adversity thy pride will fell,
Then crushed in spirit, ardor crumbled,
Thou'lt plead again to feel my spell."
But Tannhauser is firm in his purpose. the urge within him is so strong that nothing can
keep him back, and though he still feels the spell, he exclaims with great fervor:
"While I have life, but thee my harp will praise,
No meaner theme will e'er my song inspire;
Thou spring of beauty and of gentle grace,
With sweetest songs dost quicken love's desire;
The fire thou kindlest in my heart,
An altar flame will burn alone for thee,
An though in sorrow now from thee I part,
Thy champion I shall ever be.
But I must forth, the life of earth I crave,
Here I must aye remain a slave;
I thirst for freedom though my death it be,
Therefore, O Queen, from thee I flee!"
Thus when Tannhauser leaves the cave of Venus he is the pledged champion of the low
and sensual side of love; and this he goes out into the world to teach, for that is the nature
of mankind; WHATEVER THE HEART FEELS, must out.
Knowing the country well, he at once turns his steps toward Wartburg where a number
of minstrels are always staying with the lord and lady of the manor, who to a very large
extent are patrons of minstrelsy always anxious to be entertained, and always lavish with their gifts.
After awhile he meets a band of minstrels who are walking in the woods, and these, his
former friends, are surprised that they have not seen him for so long. They ask him where
he has been, but Tannhauser, knowing that there is a general sentiment against being with
the lower elemental forces in Nature, hides his whereabouts during the period of his absence
from them, by giving an evasive answer. He is then told by the minstrels that there is to be
a tournament of the troubadours at the castle and is invited to go with them.
Healing that the subject of the song contest is to be love, and furthermore, that the prize
will be given to the winner by the hand of the beautiful daughter of the lord, namely Elizabeth,
(the lady Tannhauser has loved so ardently and who so inflamed his soul in past days that it
drove him to the cave of Venus) he hopes by the ardor with which he is inspired, to induce
the beautiful maiden to hear his plaint. As we always reap a harvest of pain whenever we go
contrary to the laws of progress, Tannhauser, by this act, is sowing the seed that will one
day bring him the harvest of pain he coveted in the cave of Venus.
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