La felicidad no se consigue
con grandes sacrificios y fuerza de voluntad;
ya está presente en la relajación abierta y en el soltar.
No te esfuerces,
no hay nada que hacer o deshacer.
Todo lo que aparece momentáneamente
en el cuerpo-mente no tiene ninguna importancia,
sea lo que fuere tiene poca realidad.
¿Por qué implicarse con ello y después apegase?
¿Por qué emitir juicios sobre eso y sobre nosotros?
Es mucho mejor dejar
simplemente que todo el juego ocurra por sí mismo,
Surgiendo y replegándose como las olas
-sin alterar ni manipular nada-
y observar cómo todo se desvanece y
reaparece mágicamente, una y otra vez,
eternamente.
Es nuestra búsqueda de la felicidad
lo único que nos impide verlo.
Es como perseguir un arco iris
de vivos colores que no alcanzas jamás,
o como un perro intentando atrapar su propia cola.
Aunque la paz y la felicidad no existen
realmente como una cosa o como un lugar,
están siempre disponibles
y te acompañan a cada instante.
No creas en la realidad
de las experiencias buenas y malas;
pues son tan efímeras como
el buen tiempo y el mal tiempo,
como los arco iris en el cielo.
Deseando aferrar lo inaferrable,
te agotas en vano.
En el instante en que abres
y relajas ese apretado puño del aferramiento,
ahí está el espacio infinito,
abierto, seductor y confortable.
Sírvete de esta espaciosidad,
de esta libertad y tranquilidad natural.
No busques más.
No te adentres en la enmarañada selva
siguiendo el rastro del gran elefante despierto,
pues ya está en casa descansando apaciblemente
enfrente de tu propio hogar.
Nada que hacer o deshacer,
nada que forzar,
nada que desear,
nada falta.
¡Emahó! ¡Maravilloso!
Todo sucede por sí mismo