LA IRA QUE EXPERIMENTAMOS
Por Hugo Betancur
La ira es una emoción destructiva, que nos lleva a reaccionar con violencia, que nos roba la paz.
Si nos quedamos atrapados en los juicios negativos que hicimos y respondemos iracundos y agresivos, nos quedamos resentidos contra aquellas personas a las que "culpamos" de habernos causado malestar.
Ese malestar, esa ira, y las interpretaciones que motivaron nuestra explosión rabiosa y hostil son nuestra elaboración mental, son nuestra responsabilidad y no la de otras personas. Porque, nos guste o no, ellas actuaron -como todos lo hacemos- siguiendo los impulsos de su personalidad, con sus condiciones y con las acciones que en cada instante fueron imperativas para cada uno, ejercidas desde una bondadosa sabiduría o desde una limitada y precaria ignorancia.
Cuando manifestamos nuestra ira, la dirigimos contra alguien o contra algo. La acción que realizamos es un ataque o una respuesta de ataque, que puede ser leve o muy intensa.
Perdemos la calma cuando actuamos con ira, y atentamos contra la calma de otros, lo que significa que nos causamos sufrimiento y lo causamos a otros. Y podemos hacer que otros se sientan resentidos con nosotros por nuestra reacción.
El impacto negativo de la ira es conflictivo y adverso para todas las personas. Inevitablemente, es la persona enojada la más afectada. Las consecuencias de la ira son siempre desagradables, y pueden ser difíciles de resolver si la persona involucrada no muestra una disposición a comprender sus causas y efectos -hago la imagen de una herida abierta muy sensible, con el agravantes de que quien la padece no se ocupe en sanarla.
Cuando nos hacemos conscientes del dolor que nos produce la ira -y que produce también en los demás- inteligentemente podemos librarnos de caer en ese comportamiento sombrío. Debemos estar muy atentos en nuestras relaciones y en las acciones de los demás para no engancharnos en un choque psicológico. ¿Qué nos afecta en esas relaciones? ¿Qué acciones de otras personas nos llevan a sentirnos ofendidos? Cada uno de nosotros experimenta un malestar particular si lo que ocurre no se acomoda a nuestras expectativas, y la ira puede ser una consecuencia relacionada con nuestra percepción y nuestras creencias.
La solución de nuestros conflictos está en nuestra mente, no en el exterior que es el espacio de relaciones y de interacción.
La paz, el valor supremo, es nuestra responsabilidad.
Todos los eventos de pugna que no resolvemos en nuestras mentes, en un proceso de reflexión y de autoconocimiento, se quedan rezagados y aparecen después como incitantes de nuestra violencia.
Nuestra actitud pacífica constante es nuestra protección.
Podemos enfocar nuestras mentes en propósitos de paz y de respeto para no ser enganchados en los conflictos violentos.
El entendimiento sobre los comportamientos desafiantes y sobre las limitaciones que otras personas tienen, puede ser nuestra salvaguarda contra la ira.
Nuestra sincera acogida a la paz es nuestra mayor fortaleza en todo momento.
Hugo Betancur