Desde que desperté de mi ignorancia
y supe que Tú estabas en mi pecho,
Te busqué en mí, desde el cimiento al techo,
esperando encontrarte en cada estancia.
Y, al fin, Señor, Te vi, allá en la distancia,
cerca de mí, mas lejos un buen trecho,
y Te alcancé y gocé, mas muy maltrecho,
y báñeme, feliz, en Tu abundancia.
Desde entonces, Señor, ¡qué maravilla!
Tu amor y Tus palabras y Tus sones
me embargan con su voz, de orilla a orilla,
bullen en mí, y Tus luces y Tus dones
dirigen firmemente mi barquilla
aunque la cerquen negros nubarrones.