LA ALQUIMIA.
Esta palabra nos remonta a tiempos antiguos, a un mago con su capa negra y su gran cucurucho, acompañado de su bracero encendido, en donde se suponía transmutaba el plomo en oro.
Viejas historias que siempre han estado lejos de la realidad, o por decirlo mejor, se transformaron en leyendas, para esconder la Verdad, porque la alquimia es un proceso mucho mas perturbador que cambiar el plomo en oro, porque puede cambiar a un hombre vulgar, en un hombre extraordinario, como lo es, todo aquel que es capaz de transmutar lo no deseable en deseable, lo negativo en positivo, la oscuridad en luz, la tristeza en alegría, el egoísmo en generosidad, la pobreza en riqueza, la incomprensión en empatía, la fealdad en belleza, el odio en amor, la guerra en paz....
¿ Somos capaces de imaginar un alquimista con estas facultades .? Sin lugar a dudas revolucionaría de tal manera el planeta, que posiblemente, habría una nueva crucifixión. Es posible que hoy, no fuese en un madero, se haría por medios mas científicos, mas propios del hombre del siglo XXI
Tal vez, por eso, los alquimistas actuales, no se hacen llamar de esta forma, pero igual en grupos pequeños, nos siguen enseñando que la única manera de cumplir con el mandato divino, de ser perfectos como El es perfecto, es a través de la transmutación interior, que tras un proceso lento de observación y paciencia, va cambiando nuestros defectos en virtudes.
Cada uno de nosotros, deberíamos ser verdaderos alquimistas, capaces de sacrificar lo inmediato y lo urgente que el excitismo nos obliga a hacer, para saber darnos tiempo, para realizar lo verdaderamente importante, aquello que nos acompañará mas allá de nuestra corta existencia, aquello que no muere con la muerte, como lo es : nuestra evolución, que continúa en otras moradas que esperan por nosotros...
Para un alquimista, la alegría, el saber sonreír, son las antesalas de la felicidad con la cual, no solo puede cambiar su propio estado depresivo, sino también su entorno. No habla de miseria, trata de remediarla aun a costa de sacrificar parte de sus comodidades. No habla de paz, sino que la crea a través de sus obras, no descalifica, no juzga, comprende y empatiza. No habla de amor, lo brinda con naturalidad a todo aquel que a él se acerque, porque sabe que no puede regocijarse en la paternidad de Dios, si ignora la fraternidad con sus hermanos.
Y hablando de Dios, el alquimista, no lo busca en los grandes santuarios, no tiene día ni hora fija para comunicarse con El, porque lo encuentra en todas partes y a todas horas de la larga jornada. Dios, deja de ser un ente lejano y se transforma en el amigo oculto en el fondo de nuestra alma y a quien podemos acudir siempre y contarle todo, porque El nos entiende, porque por amor, se hizo uno de nosotros para poder comprender mejor nuestra especie humana, de origen animal sí, pero en la cual mora la chispa divina, que nos permite ser todo lo que en verdad queramos Ser.
Mientras Dios siga siendo un concepto, algo lejano y distante, no interferirá para nada en nuestra vida, ni menos en nuestra evolución, en cambio cuando Dios se transforma en una fuerza activa, cotidiana, íntima y personal, nuestra vida y todo el entorno cambia porque despertamos y nos hacemos conscientes de lo que nos ocurre, aceptamos de buen grado, lo que no está en nuestras manos cambiar, hacemos nuestra, la voluntad de nuestro Padre y a la vez, ponemos todo nuestro empeño en transmutar lo que impide nuestra evolución, nuestra unión con Dios.
Un alquimista no le tiene miedo al cambio, por el contrario, lo busca porque sabe que la monotonía cansa y agota, en cambio la variedad descansa y enseña.
El alquimista no teme tener que salirse del colectivo para llegar a ser el mismo, se libera dela “urgencia del consumismo” y de la prisión de las Redes Sociales, para reencontrarse con su Espíritu residente en el silencio de la meditación y de la adoración, que no es otra cosa que encontrar en el Único la inspiración para servir a muchos.
El alquimista no sabe de miedos, porque sabe que la fuerza infinita guía sus pasos finitos y que el miedo paraliza, al igual que el prejuicio enceguece a la razón.
El alquimista, respeta y admite la diversidad de ideas, sabe que la Verdad es una sola, pero que al igual que las cartas del Tarot, son muchas sus interpretaciones y que el evangelio de Jesús no fue dado para un grupo especial, ni para una época determinada, sino que hoy está tan vigente como ayer para todos los pueblos de este vasto planeta y de todo el Universo
Lo único realmente importante, es que cada individuo se desarrolle en paz y armonía, según su propio saber y en vías de superación. Nadie puede aprisionar la verdad, sin exponerse a que ella muera asfixiada por el dogma y la intransigencia
¡Cuan diferente sería este mundo si cada uno de nosotros trabajara por ser su propio alquimista.! sin aguardar que sean otros los que cambien el mundo, los que aprendan a amar sus hermanos, otros los que respeten a la Naturaleza...Dejemos de esperar y actuemos y trabajemos para que estos preceptos se hagan realidad en nuestro diario vivir.
Las quejas son negativas e improductivas, por eso, en vez de quejarnos de la oscuridad, encendamos nuestra luz y seamos la antorcha que ilumine nuestra senda y también la de otros.
¡ Seamos alquimistas de este nuevo milenio, Dios y el mundo necesita de nosotros.!
yolanda silva solano