CLASES DE ALMAS
Hay almas buenas, piadosas, pero que se parecen a esos rosarios
adormecidos que rezamos algunas veces. ¡Pasan como un sopor de
mediodía! Hay almas buenas, tranquilas, que no dan paz ni arman
guerra, que nadie les teme, pero nadie las disfruta. ¡Y pasan sin dejar
huella!
Hay almas buenas, pero el tiempo de su vida en vez de pasar
como un caudal, pasa como un hastío. ¡Y nadie las apetece!
Hay almas buenas, pero sin inventiva, sin nada nuevo que decir,
sin nada nuevo para crear su propia técnica, que les permita desarrollarse
y crecer. ¡Y dejan a uno en la indefinición y el anonimato!
Hay almas buenas, pero sintonizando siempre el canal de las
desgracias y de las amarguras. ¡Y nadie las resiste!
Hay almas buenas, pero son como una sarta de jaculatorias
repitiendo las cosas que han hecho y los méritos que tienen. Abruman
con tantas maravillas.
Hay almas buenas, pero inconformes. Reniegan de vivir en donde
están, pero no tienen fuerza para superarse... ¡Y nadie quiere cargar
con ese peso!
Hay almas buenas, pero que viven para sí. Se abastecen ellas
mismas, pero no corren a ver cómo sufren y de qué carecen los demás.
¡Y todos las ignoran!
Hay almas buenas, pero no dan jamás una caricia, un beso,
una lágrima, algo que sea un testimonio de amor. Y no comparten,
guardan. No regalan, acumulan. ¡Y nadie se detiene ante su soledad!
Hay almas buenas, pero herméticas. Tienen mucho que dar,
pero no saben hacerlo. Y de llevar el corazón cerrado tanto tiempo, no
saben manejar la llave para abrirlo. ¡Y todo el mundo pasa de largo!
Pero hay almas grandes, con las que siempre tenemos ganas
de subir.
Hay almas que son árboles de Dios. Nunca les falta una raíz,
unas flores, una sombra, un nido. Estas almas árboles son esas que
habiendo perdido las ramas y las hojas con sus propias batallas, prefieren
anchar el tronco y darte cabida, antes que dejarte a la intemperie.
Hay almas luminosas. Basta rozar con ellas para que te aclaren
la cruz, te muevan la vida y te enciendan el corazón.
Hay almas de tacto refinado. Jamás son duras para discutir, ni
severas para censurar, ni hirientes para contradecir. Son como el medidor
de nuestra conciencia y la claridad de nuestro juicio. Son faros de
justicia y siempre quisiéramos tenerlas a mano.
Piensa: ¿Tú qué clase de alma tienes?
Zenaida Bacardí de Argamasilla
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