Vida y muerte
Son muchas nuestras dolencias y muchos son los
sanadores y sus remedios.
Si viéramos todas las enfermedades como una sola,
y a Dios como el único médico que puede curarlas,
podríamos ahorrarnos muchos enojos y muchos
disgustos.
No deja de ser extraño que corramos tras de los
médicos, que también son mortales, y nos olvidemos
de Dios, el médico inmortal, eterno e infalible.
Y aún más extraño es que, aun sabiendo que somos
mortales y que lo más que puede conseguir un tratamiento
es prolongar nuestra vida unos cuantos
días, nos empeñemos afanosamente en buscar a un
médico.
¿No son la muerte y la vida dos caras de la misma
moneda? En una cara está la muerte; en la otra, el
nacimiento. ¿Por qué tiene que ser ello motivo de
aflicción o de alegría?
Si tal es la verdad, que lo es, acerca del nacimiento
y de la muerte, ¿por qué hemos de temer lo más
mínimo la muerte, o entristecernos al pensar en ella,
y alegrarnos de nuestro nacimiento? Esta pregunta
debería hacérsela todo el mundo.
¿Cómo tenemos que recordar a nuestros queridos
muertos?
Yo estoy firmemente convencido de que no han
muerto, de que es tan sólo el cuerpo el que perece.
Por eso deberíamos conservar su recuerdo de tal
manera que nos apropiáramos de sus virtudes en la
medida de lo posible, haciendo nuestras y fomentando
lo mejor que podamos sus buenas obras.
Las flores sobre la tumba sirven para corroborar ese
recuerdo. Pero darse por satisfechos con la ofrenda
de las flores sería idolatría.
Es muy cierto el aforismo inglés de que «los cobardes
mueren muchas veces antes de su muerte».
Como he dicho a menudo, la muerte significa en
realidad la liberación del dolor y el sufrimiento. El
miedo sólo sirve para aumentar la aflicción y hacer
deplorable la condición del que teme.
¡ Qué peligroso es tratar de evadirse de lo que uno ha
llegado a convertir en norma!
La satisfacción que produce una conducta ordenada
favorece la salud y una larga vida.
Nadie puede actuar sin unas normas sólidas.
Todo el sistema solar saltaría en pedazos si dejaran
de tener vigencia, aunque sólo fuera por un instante,
las leyes que lo gobiernan.
Ésta es una lección válida para todos, grandes y
pequeños.
Debemos aprenderla y actuar en consecuencia, si no
queremos morir en vida.
No deja de ser extraño que quien pretende no temer
a la muerte sea en realidad quien más la teme y
quien intenta eludirla por todos los medios.
¿No es la muerte, en cualquier caso, una liberación
de un sufrimiento excesivo?
¿Por qué, pues, nos lamentamos cuando llega?
Cada minuto que se malgasta está irremediablemente
perdido. Y, aunque lo sabemos, ¡cuánto tiempo
seguimos malgastando...!
La vida es irreal;
sólo la muerte es real y segura.
(Nanak)
Sólo vive realmente aquel en cuyo corazón habita
Dios y es consciente de esa presencia en todo
momento.
La vida se renueva constantemente, día a día.
El ser conscientes de ello debería darnos fuerza.
¿Cómo puede conocer el arte de morir
quien no conoce el arte de vivir?
El pasado nos pertenece, pero nosotros no pertenecemos
al pasado.
Pertenecemos al presente.
Somos quienes preparamos el futuro, pero tampoco
pertenecemos al futuro.
Con el paso del tiempo, todos nos hacemos viejos;
sólo la añoranza permanece siempre joven.
Quien sigue su camino de acuerdo con el ritmo de
la vida, nunca se cansa.
Si sabemos que la muerte se nos puede llevar en
cualquier momento, ¿qué derecho tenemos a dejar
para mañana lo que podemos hacer hoy?
El bien debemos hacerlo en el acto;
el mal debemos aplazarlo una y otra vez.
Muere más gente de tristeza
que por causas naturales.
Muere menos gente por enfermedad
que por miedo a la enfermedad.
Es mejor morir una vez que morir cada día.
Morir y salvarse.
Obtener la inmortalidad en virtud de una cualidad
divina no es nada del otro mundo; sí lo es, en cambio,
cumplir con el deber en la vida diaria.
El hombre se encuentra en las fauces de la muerte.
Cuando las fauces se cierran,
se dice que el hombre ha muerto.
Sería ciertamente reprobable enterrar los restos de
una persona en la misma fosa que el cadáver de un
animal. Pero, a poco que reflexionemos, veremos
claramente que ello da lugar a una situación del
todo pertinente, pues se impone la unidad de todas
las formas de vida.
¿Por qué temer a la muerte
cuando el peligro está en todas partes?
La persona muere cuando se separa de la fuente de
su ser, no cuando el alma abandona el cuerpo.
Un vidente nos ha llamado viajeros. Y es verdad.
Estamos aquí tan sólo para unos pocos días, después
de los cuales no morimos, sino que, simplemente
nos vamos a casa.
¡Qué pensamiento tan hermoso y verdadero!