Antes, la soledad me acongojaba
y parecía carecer de vida;
era un perder el tiempo, sin sentido,
una ocasión de ser, mal dirigida,
un malgastar tesoros de existencia,
un síntoma de atraso y de desidia,
un no encontrarme en mí debidamente,
un estéril vacío que me hería.
Mas, a medida que fui descubriendo
dentro de mí la vida de mi vida,
la soledad cambió sus prestaciones
y pasó, de terrible, a bienvenida,
y de ahí, a deseada y procurada,
y a feraz compañera en mi crecida,
y al medio que me hacía descubrir
lo que yo, en mi ceguera, no veía.
Ahora, la soledad es mi refugio,
donde nunca estoy solo y donde brilla
una luz especial, no sospechada,
que todo lo hace bello y lo ilumina;
una luz tan brillante y tan profunda
que, en silencio y temblando y de rodillas,
me permite gozar averiguando
lo que yo ya sabía que sabía.
EL VIAJE INTERIOR,
Francisco-Manuel Nácher López
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