La felicidad no tiene contrapuesto porque nunca se pierde. Puede estar oscurecida, pero nunca se
va porque tú eres felicidad. La felicidad es tu esencia, tu estado natural y, por ello, cuando algo se
interpone, la oscurece, y sufres por miedo a perderla. Te sientes
mal, porque ansías aquello que eres. Es el
apego a las cosas que crees que te proporcionan felicidad lo que te hace sufrir. No has de apegarte a
ninguna cosa, ni a ninguna persona, ni aun a tu madre, porque el apego es miedo, y el miedo es un
impedimento para amar. El responsable de tus enfados eres tú, pues aunque el otro haya provocado el
conflicto, el apego y no el conflicto es lo que te hace sufrir.
Es el miedo a la imagen que el otro haya podido
hacer de ti, miedo a perder su amor, miedo a tener que reconocer que es una imagen la que dices amar, y
miedo a que la imagen de ti, la que tú sueñas que él tenga de ti, se rompa. Todo miedo es un impedimento
para que el amor surja. Y el miedo no es algo innato, sino aprendido.
El miedo es provocado por lo no existente. Tienes miedo porque te sientes amenazado por algo que
ha registrado la memoria. Todo hecho que has vivido con angustia, por unas ideas que te metieron, queda
registrado dentro de ti, y sale como alarma en cada situación que te lo recuerda. No es la nueva situación
la que te llena de inseguridad, sino el recuerdo de otras situaciones
que te contaron o que has vivido anteriormente
con una angustia que no has sabido resolver. Si despiertas a esto, y puedes observarlo
claramente, recordando su origen, el miedo no se volverá a producir, porque eliminarás el recuerdo.
No tengáis miedo
Con la religión nos han metido muchos miedos que están ahí y que hay que solucionar. "No tengáis
miedo", dice Jesús en el Evangelio. Todo el Evangelio está lleno de estas advertencias: "No temáis..., no os
preocupéis..., no os aflijáis..." pero nosotros hemos hecho una religión llena de tabúes y temores, llena de
ideas falsas y de falsos ídolos.
Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño regresara a casa antes del anochecer,
después de jugar. Para asustarlo, le dijo que había unos espíritus que salían al camino tan pronto se ponía
el sol. Desde aquel momento, el niño ya no volvió a retrasarse. Pero cuando creció tenía tanto miedo a la
oscuridad y a los espíritus que no había manera de que saliera de noche. Entonces su madre le dio una
medalla y lo convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no se atreverían a atacarlo. El
muchacho salió a la oscuridad bien asido a su medalla.
Su madre había conseguido que, además del miedo
que tenía a la oscuridad y a los espíritus, se le uniese el miedo a perder la medalla.
La buena religión te enseña a liberarte de los fantasmas, y la mala a fiarte de las medallas. No
metamos a Dios en los fantasmas.
A Dios sólo se lo puede conocer por la vida, que es su manifestación. Él está en la verdad, y de
despertar a la verdad se trata.
Anthony De Mello