Cristo enunció una ley natural cuando nos dijo aquello de: “Pedid y
recibiréis”. Pero esta afirmación - esta enseñanza, este consejo, esta
certeza, pues todo ello es - entraña la necesidad de entender todo el
contenido oculto en esa frase. Porque, a primera vista, no parece que
Cristo estuviera diciéndonos que pidiéramos lo que quisiéramos y se nos
concedería sin más. Ni que conviniera hacerlo.
Entonces, ¿qué quería decirnos? Para responder a esta pregunta
hemos de reflexionar un poco. Y para ello hay que preguntarse primero qué
quería decir con la palabra “pedir”.
Y esto ya no es tan fácil de dilucidar. A poco que se piense, hemos
de concluir que “pedir” significaba “desear obtener algo de alguien”.
Y aquí se bifurca ya la idea. Porque, sin quererlo, vamos a parar a la
lucha permanente entre el cuerpo mental (la mente), y el cuerpo de deseos
(los deseos, las emociones, los sentimientos, las pasiones). Porque ambos
pueden afectar, no sólo a nuestro interno, sino al exterior. Ambos pueden
dirigirse a otro ser y producir en él un efecto determinado, según su
contenido y su intensidad. Pero todo esto se comprende y se dilucida mejor
con un ejemplo:
Imaginemos que una persona desea obtener algo: aprobar una
oposición o lograr hacer un trabajo o terminar algo empezado o cualquier
otra cosa.
Si desea algo es porque no lo tiene. Y, si no lo tiene y lo desea,
alberga siempre cierto temor de no lograrlo, puesto que no puede
conseguirlo personalmente y ha de solicitarlo de alguien. Por tanto,
mientras esté deseando eso, no será completamente feliz y mantendrá esa
duda y ese temor que, a medida que pase el tiempo y tarde en realizarse su
deseo, irán creciendo en intensidad.
Y si, en esa situación, se le ocurre orar pidiendo la obtención de lo
que desea, ¿qué ocurrirá? Pues, teniendo en cuenta que somos seres
creadores, (aunque casi nadie se lo cree realmente), ocurrirá que las fuerzas
de la naturaleza (entendiendo por tales los “obreros” de los planos
superiores, que siempre obedecen las órdenes de los seres creadores)
estarán recibiendo, a la vez, dos órdenes opuestas a cumplimentar: por un
lado, la forma de pensamiento de la oración, pidiendo lo que se desea y, por
otra parte, el sentimiento subconsciente (y su forma de pensamiento
correspondiente) de duda y de temor creciente de no lograrlo.
En esa situación, ¿qué triunfará? ¿A cuál de las dos órdenes harán
caso los planos superiores? Lógicamente, a la más fuerte. Y, si lo más
fuerte es el pensamiento que contenía la oración, el deseo contenido en ella
se verá realizado y se obtendrá lo solicitado. Pero, si lo mas fuerte es el
sentimiento (y su pensamiento subconsciente) de que no se va a lograr,
podrá con el pensamiento petitorio y el objeto de la oración no sólo no se
obtendrá, sino que cada vez el sentimiento de que no se logrará será más
fuerte y cada vez que se ore para obtener lo deseado, se robustecerá más
esa emoción de falta de confianza y, consecuentemente, de fe.
O sea que, en ambos casos, la ley natural se cumplirá y recibiremos
lo solicitado (bien entendido que para los planos internos lo solicitado será
la “orden” más fuerte que hayan recibido, porque todas las órdenes de los
seres creadores se obedecen y todas las leyes naturales se cumplen.
Precisamente por eso, para evitar esa situación, opuesta a nuestro
deseo, pero por obra nuestra como él, y debida a nuestra ignorancia, Cristo
nos confió la fórmula secreta para lograr lo que deseemos al decirnos:
“Cuando pidáis algo, pedidlo como si ya lo hubieseis recibido. Y
entonces lo recibiréis”.