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EL VISLUMBRAR DE LA ERA DE ACUARIO
 
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LIBR. DE URANTIA: La felicidad
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From: pedroavila65  (Original message) Sent: 26/11/2011 14:33
B.- ¿No existe, pues, la felicidad? En lo externo, no. Basados en lo
externo, no hay posibilidad sino de determinados momentos, y muy breves,
de pseudofelicidad.

Entonces, ¿cómo se logra? Si no está en lo externo, habrá que
buscarla en lo interno. Y lo lógico, aceptada esta afirmación, sería buscar
en lo interno con el ahínco con que se suele buscar en lo externo.

Pero, ¿qué es lo interno? Lo interno es lo más importante, lo más
valioso que tenemos, porque es nosotros mismos.

Imaginad un ojo o una lupa o un telescopio o un microscopio. Los
cuatro son capaces de ver multitud de cosas, próximas o lejanas, grandes o
pequeñas. Toda su existencia se la pasan viendo cosas, enfocando cosas,
haciendo posibles verdaderas maravillas. Pero no lo saben. No tienen la
posibilidad de verse a sí mismas viendo cosas. Ni siquiera de verse a sí
mismas, con lo cual se ven privadas de la felicidad inmensa que, el saber
de qué son capaces y el hacerlo conscientemente, podría proporcionarles.

Si la lupa diera valor sólo a un determinado objeto, hasta el punto de
no ver ningún otro, estaría limitando su capacidad de ver y, por tanto, su
capacidad de ser feliz viendo otros miles de objetos, quizás más hermosos.

De todos modos, sin embargo, seguiría teniendo la facultad de ver y de
aumentar cuanto quisiese. Y eso es, precisamente lo que ocurre con la
vida, tal como la vive la mayor parte de los hombres: Pendientes sólo de un
aspecto, el externo, de lo que dicen o hacen o piensan o sienten los demás,
se alejan, insensible pero inevitablemente, de lo que ellos mismos son o
piensan o hacen o dicen o sienten:

Tratamos de hacer propia la felicidad que el cantante de turno nos
asegura sentir, o su propio dolor; y hacemos propios los pensamientos del
pensador o escritor; o nos emocionamos con las emociones del actor; o nos
identificamos con el gozo que, aparentemente, les producen, al rico la
ostentación, al famoso la fama o al poderoso el poder.

Pero eso no deja de ser lo que sienten y experimentan y viven los
demás. ¿Qué es, entonces, lo que sentimos y pensamos y hacemos y
experimentamos nosotros? ¿Qué aportamos de nuestra propia cosecha?
¿Hasta qué punto somos capaces de conocernos y de saber realmente cómo
somos, puesto que ya sabemos cómo son los demás? ¿Es que sólo los
demás sienten o piensan o hacen o son humanos? ¿Es que no tenemos en
nuestro interior potencias suficientes para generar nuestros propios
pensamientos y nuestras propias emociones y nuestros propios actos?

¡Pues claro que las tenemos!

El problema está en que, llevados por los innumerables estímulos que
la vida actual hace llegar a nuestros sentidos, nos alejamos, cada vez más,
de nuestro propio ser y llegamos a olvidarnos completamente de que
somos seres iguales o incluso mejores que aquéllos a los que tanto
admiramos y cuyos pensamientos, emociones y actos hacemos
estúpidamente nuestros.

Entonces, ¿hemos de cerrar los ojos, taparnos los oídos y dejar de
pensar? No. Todos esos estímulos están ahí y debemos recibirlos y
aceptarlos, pero reconociendo que pertenecen a las vidas de otros.
Lo que hemos de hacer nosotros, una vez percibidos esos estímulos, esas
imágenes o palabras o ideas es, encerrarnos con nosotros mismos y sacar
nuestras propias conclusiones, nuestras propias ideas,
nuestras propias lecciones. Lo mismo que hace la planta, que:

recibe la lluvia, la acepta y la absorbe, pero luego la elabora, es decir, le
saca el jugo mediante sus propios procesos internos. Y esa absorción y esa
elaboración son las que la hacen crecer. Nadie podrá discutir que la lluvia
hizo crecer a la planta. Pero nadie podrá ya reconocer aquella lluvia en esa
planta que, gracias a ella y a su elaboración interna, la ha convertido en
savia y ha sabido desarrollarse. Claro que la planta hace todo esto de modo
inconsciente y exento de libertad, obedeciendo simplemente las leyes
naturales, y el hombre, en cambio, tiene la posibilidad de hacerlo
conscientemente. El hombre puede, si quiere, verse a sí mismo. Y puede
estudiar su propia composición, su propia estructura, su propio
funcionamiento y, además, puede actuar libremente y “mirar o enfocar o
aproximar o aumentar’’ lo que desee.

Y ahí está el secreto. Porque esa posibilidad es lo que le habilita para
ser feliz, siempre que se dé cuenta de que la felicidad no estriba en
los objetos, más o menos valiosos, que pueda ‘’ver’’ (puesto que eso lo
hacen el ojo, y la lupa y el microscopio y el telescopio y no son felices por
ello), sino en el hecho de saber que puede verlos y puede verlos
cuando quiera. Es el conocer sus propias capacidades lo que puede
hacer feliz al hombre, al margen de lo que pueda hacer. Es el saber que es
libre, que es creador, que existe al margen de las cosas, más allá de las
cosas, que no tienen por qué esclavizarlo ni someterlo ni siquiera
influenciarlo, porque no son más que objetos externos que uno puede
manejar, pero que no participan, ni pueden ni podrán nunca participar de
nuestro ser, ni podrán afectar a nuestra facultad de verlos ni a nuestra
libertad de mirarlos o no. Están fuera, son instrumentos, son accidentes,
nos son ajenos y, si les damos valor, nos dominarán y, si no se lo damos,
los dominaremos.

La actitud del hombre corriente, pues, persiguiendo las cosas,
viviendo exclusivamente en lo externo, no representa más que una especia
de ilógica e irresponsable huída hacia delante.
   
  
  
  
  
  continúa


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