Cada vez que violamos una de las leyes de la Naturaleza, esa transgresión, como
causa, produce, como efecto, la correspondiente retribución. Durante muchas
existencias en épocas sin cuento, hemos actuado en distintos climas y lugares, y
de cada vida hemos extraído una cierta cantidad de experiencia, acopiada y
almacenada como fuerza vibratoria en los átomos simiente de nuestros diversos
vehículos. Por consiguiente, todos y cada uno de nosotros
somos constructores y edificamos el
templo del espíritu inmortal sin ruido de martillos; cada uno de nosotros es un
Hiram Abiff, que se halla reuniendo material para el desarrollo del alma y arrojándolo
en el horno de la experiencia de su vida, para allí manipularlo
mediante el fuego de la pasión y del deseo.