Me encantan las listas de fin de año que hacen los medios de comunicación. Fuimos bombardeados con compendios de todas las categorías imaginables, y la que más me gustó fue la lista de las mejores citas del año – las cosas más poderosas, importantes y significativas que fueron dichas en el 2011.
De acuerdo al Wall Street Journal, la ganadora fue la exclamación de Steve Jobs: “Oh, wow. Oh, wow. Oh, wow”. Esas fueron sus últimas palabras antes de morir.
Su hermana, Mona Simpson, describió la escena en su elogía.
Cuando ella llegó a la casa de su hermano y se arrimó a su cama, cerca del final, encontró a Jobs rodeado por su familia - “él miró a sus niños a los ojos como si no pudiera destrabar su vista” – arreglándoselas para seguir consciente.
“Se veía”, dijo, “como alguien que ya tenía el equipaje acomodado en el auto, a punto de comenzar su travesía, a pesar sentirse apenado, muy apenado, por estar dejándonos”.
Sin embargo, comenzó a deteriorarse. “Su respiración cambió. Comenzó a ser intensa, intencionada, decidida. Lo podía sentir contando sus pasos de nuevo, empujando un poco más allá. Esto es lo que aprendí de la situación: también aquí él estaba trabajando. Para Steve, la muerte no fue una ocurrencia, fue un logro”.
Después de sobrevivir una última noche, escribió Simpson, su hermano comenzó a escabullirse. “Su aliento indicaba una ardua travesía, un camino empinado, altitud. Parecía estar escalando”.
“Pero con esa voluntad, con esa ética laboral, con esa fortaleza, también estaba su dulce capacidad para el asombro, la creencia del artista en el ideal, el aún más hermoso futuro”.
“Las últimas palabras de Steve, unas horas antes, fueron monosílabos, repetidos tres veces”.
“Antes de embarcar, miró a Patty, su hermana, luego por un rato a sus hijos, luego a Laurene, su compañera de toda la vida, y por último por sobre los hombros detrás de ellos”.
“Las últimas palabras de Steve fueron: 'Oh wow, oh wow, oh wow'”.
Este gran visionario tuvo una última revelación. Y aparentemente, esta revelación lo abrumó con su belleza. Sólo pudo responder a ella con una repetida exclamación de asombro.
Destino Universal
¿Qué fue lo que vio?
Por supuesto, no podemos estar seguros. Pero no podemos descartar todas las pistas. Tenemos evidencia de muchas fuentes. Algunas son meramente anecdóticas, otras enraizadas en tradiciones religiosas y creencias místicas.
Ellas explican por qué la mayoría de la humanidad, a lo largo de los milenios, eligieron aceptar que la muerte no es el final, que de alguna forma sobrevivimos cuando nuestros cuerpos ya no pueden funcionar, y que hay algo que nos espera al final de nuestra última travesía, algo que nos asombrará tanto por su belleza sobrenatural y por su esplendor, que lo único que podremos balbucear cuando lo percibamos será “Oh, wow”.
La muerte es nuestro destino universal. Nadie escapará a su decreto. Y, aún así, su significado sigue siendo un misterio. Todos dejaremos este mundo sin tener certeza de nuestro destino.
Nadie quiere creer que somos mortales. Vivimos nuestras vidas como si fuésemos a vivir por siempre.
No podemos imaginar nuestra no existencia, por lo que negamos la posibilidad de nuestra desaparición.
Como Woody allen, decimos que no le tememos a la muerte pero que “no queremos estar ahí cuando ocurra”. Creemos obstinadamente que, de alguna manera, seremos la excepción al destino de toda la humanidad.
En algunos aspectos, reconocer nuestra mortalidad es liberador. La popular canción de Kris Allen dice “Deseo que puedas vivir la vida sabiendo que estás muriendo”. Todo momento es más valioso cuando sabes que podría ser el último. Toda experiencia es más intensa cuando sabes que podría no repetirse nunca.
Pero la contraparte es que el miedo a lo desconocido es debilitante y deprimente. No tenemos idea de lo que nos espera y hay mucho más que tenemos que hacer aquí. Nunca sabremos lo que pasará con nuestros seres queridos, nunca más veremos a nuestra pareja ni a nuestros hijos.
Quisiéramos saber más sobre la muerte. Y cuanto más nos acercamos a ese encuentro con el misterio universal, más urgente es nuestra necesidad de definirlo.
¿Es la muerte el final o un nuevo comienzo? La ciencia no nos puede dar la respuesta, pero nuestra tradición puede arrojar un poco de claridad.
Las fuentes judías describen a la muerte no como un final, sino como un glorioso nuevo comienzo.
Es tan asombroso lo que nos espera, que la Mishná (Avot 4:17) declara: “El placer de una hora en el mundo venidero es mayor a todos los placeres de este mundo”.
El Talmud nos asegura que seguiremos siendo conscientes de nuestra identidad, que nos reuniremos con nuestros seres queridos que murieron antes que nosotros, que sabremos lo que pasa en la tierra, y que disfrutaremos la bendición de estar cerca de la presencia de Dios, algo que no puede ser descrito en términos terrenales.
Las fuentes místicas describen la primera experiencia en la vida después de la muerte como captar una poderosa luz inexplicablemente hermosa. Es la luz del primer día de la creación, que Dios separó para el mundo venidero, y que difiere profundamente de la luz del Sol, que no fue creada sino hasta el cuarto día. Iluminados por esta luz primordial, podemos “ver” toda nuestra vida en retrospectiva. “Revivimos” en la memoria todos nuestros años y asistimos al juicio celestial sobre cómo nos comportamos – sintiendo un gran remordimiento por nuestros errores, y bañándonos en alegría por nuestros logros espirituales.
Por supuesto, el paraíso no es un lugar en el que puedes disfrutar de un asado o de algún otro placer físico, ya que carecemos de la capacidad física para hacer esas cosas. Sin un cuerpo, algunas cosas son simplemente imposibles. Pero la vida nos enseñó que la felicidad real tiene mucho más que ver con profundizar en nuestra consciencia espiritual y en nuestros sentimientos que en el placer físico.
El grado en que disfrutamos la vida después de la muerte es proporcional a la altura espiritual que alcanzamos en este mundo. Después de todo, allí no hacemos nada de lo que hacemos en este mundo con nuestros cuerpos, como por ejemplo estar parados, sentarnos, dormir, sentir dolor, actuar con frivolidad, etc.
Después de esta vida, las almas se beneficiarán del brillo de la Presencia Divina – es decir, conocerán y entenderán la existencia de Dios de una manera que no podían comprender mientras estaban en sus tristes y despreciables cuerpos (Maimónides - Teshuvá 8:2).
Cuando Moisés le pidió a Dios: "Permíteme verte", la respuesta fue: “Ningún hombre puede verme y vivir”. Sin embargo, los sabios infieren que se nos garantiza que al morir veremos Su gloria – una visión tan magnífica que casi con seguridad evocará un “Oh, wow” en respuesta.
Repentina Serenidad
He aconsejado a cientos de personas en tiempos de desesperanza y pérdida, y también aprendí mucho de ellas. Los congregantes compartieron conmigo historias de muerte y agonía, y también experiencias místicas que tenían vergüenza de compartir incluso con sus familiares, por miedo a ser considerados locos.
Elizabeth Kubler Ross, quien dedicó su vida al estudio de la muerte, escribió que en sus muchos años de estar presente en el momento en que la vida se desvanecía lo que más la conmovía era la visión de la repentina serenidad y paz que siempre acompañaba el paso de un estado al otro. Eligió describir la muerte como “romper un capullo y emerger como mariposa”. Durante la vida, nuestros cuerpos representan las limitaciones físicas. Sin ellos, podemos por primera vez ascender a alturas que antes nos resultaban imposibles.
El rabino jasídico del siglo 19, Rebe Mendel de Kotzk, les enseñó a sus discípulos a no tener miedo de la muerte ofreciéndoles una parábola diferente. Les dijo: “La muerte es cuestión de ir de un cuarto a otro – y el segundo cuarto es mucho más hermoso”.
Quizás eso es lo que llevó a Steve Jobs a decir “Oh wow, oh wow, oh wow”. Estaba describiendo lo indescriptible – una visión de un lugar maravilloso y hermoso que servirá como nuestro hogar final después de ser liberados de los límites restrictivos de nuestros cuerpos mortales.
Sus palabras nos dan la oportunidad de reflexionar sobre la muerte y concluir que la muerte no tiene por qué conducir a la desesperación – porque la vida es más que lo que experimentamos aquí en la tierra.
Y eso ciertamente la hace ser merecedora del título "la mejor cita del año".