En mi opinión, se puede llamar aspirante espiritual a la persona que en un determinado
momento de una determinada vida siente el despertar o impulso que le llevará a buscar medios
que satisfagan su inquietud y su sed de desarrollo espiritual. Esta etapa que, tarde o temprano,
todo ser humano debe experimentar, es la más difícil de superar y, por consiguiente, cuando
más aspirantes fracasan. La explicación a esto es fácil puesto que de lo que se trata es de
llevar a la práctica dicho impulso espiritual. Precisamente uno de los motivos por los
que muchos fracasan es por tener prisa en obtener resultados sin saber que éstos tardan
a veces incluso años dependiendo del esfuerzo, sacrificio y desarrollo que cada uno tenga.
Las prisas llevan a eliminar de nuestra vida todo aquello que nos dicen que es
incompatible –alcohol, tabaco, pasiones animales, críticas…– y todo se hace porque hay
unos primeros síntomas de “vivir la vida” de otra forma, sin embargo, en estas primeras
decisiones y acciones los resultados son más ilusorios y superficiales que los que se
obtienen al cabo de unos años de persistencia. El simple hecho de sentir que despiertan
ciertos ideales elevados, anima a acelerar el proceso y a tener más prisa sin saber aún
que aguardan muchas y duras pruebas que superar.
Se leen muchos libros que otros aspirantes aconsejan, se acude a conferencias, se hacen
cursos y se busca conocimiento en todos los sitios sin saber que lo que se busca está en
el interior de cada uno y no fuera. Es cierto que todo esto trae resultados y que muchas
cosas están así puestas en el destino de cada uno, pero no deja de ser una mera introducción
a la vida superior. El entusiasmo, los amigos, los libros, etc., suelen, a veces, desviar al
buscador terminando éste fuera de lo que verdaderamente debería buscar y trabajar. Así es
que, la impaciencia y el hecho de no tener claro lo que es la verdadera vida espiritual son
en muchos casos, motivo de fracaso o de desvíos del camino que, muy posiblemente,
tenía predestinado antes de renacer. Cuando una persona desea aprender inglés y, guiándose
por su entusiasmo y por su impaciencia, decide hacerlo con varios métodos a la vez, no sabe
que está atrasando su aprendizaje, pues, está demostrado que se obtiene más ventaja cuando
uno se concentra sobre un solo método que sobre varios a la vez. No se debe dejar el
camino o pararse a contemplar las flores por muy atractivas que nos parezcan, una vez
iniciado el sendero hay que tener persistencia, paciencia y unos ideales elevados
que nos recuerden cuál es nuestra meta.
Es cierto que, normalmente, nos queda poco tiempo para dedicarnos a hacer ejercicios
espirituales, sobre todo porque hay que dar prioridad a nuestras responsabilidades y
deberes sociales y cotidianos, pero eso no significa que nos podamos desviar de nuestros
propósitos espirituales diciendo aquello de que “todos los caminos llevan a Roma”. Cada
uno de nosotros puede estar en el sendero cumpliendo sus obligaciones laborales y sociales
por el sólo hecho de hacer las cosas con amor, como si fueran para Dios o con cualquier otro
motivo que mantenga nuestra mente en lo más elevado de nuestro Ser. No es lo mismo
no acordarse de los propósitos espirituales nada más que un rato cuando se llega a
casa, que tener la consciencia en todo lo que hacemos pensando en Dios, en Cristo o
simplemente en que deseamos de corazón hacernos instrumentos de Dios entre la
gente que nos rodea. De nada servirá obtener mucho conocimiento si no se aplica y se
lleva a la practica cada vez que se nos presente la ocasión; es necesario un recto
pensar, un recto sentir y una recta actitud ante los demás para que el conocimiento
nos aporte cierto desarrollo espiritual.
El aspirante espiritual debe saber que el verdadero desperar, la madurez que procede
del Yo superior, no se adquiere en unos meses o en pocos años, ésta se adquiere tras
un proceso lento de gestación y siguiendo un buen o eficaz método. Es importante y
necesario que el aspirante obtenga conocimiento de los ejercicios más adecuados
para acelerar su crecimiento, un ejemplo de ellos son: la concentración, la meditación,
la oración, y la retrospección que aconseja Max Heindel en el “Concepto Rosacruz
del Cosmos.” Si a esto añadimos la oración, la adoración y la contemplación y, a la
vez, se intenta servir con amor y altruismo al prójimo, no hará duda de que pronto se
notará cierta espiritualización del carácter. A los que tienen mucha prisa les parecerá
un proceso largo y lento, sin embargo, es el más seguro y rápido, y cuando se asiente
en el carácter como base para vivir la vida será muy difícil que el aspirante
se desvíe del camino y de sus ideales.
Cuando el aspirante a la vida superior lleva a la práctica sus primeras decisiones le
parece que todo sale a pedir de boca, cuando se quita de sus vicios más comunes
se alegra, lo ve todo fácil y observa que sus relaciones con los demás mejoran. Esto es
similar al hecho de que cuando un negocio es rentable el dueño es feliz y siente el apoyo
y el afecto de quienes le rodean; pero cuando cambia su suerte también cambian dichos
apoyos y afectos quedándose así sólo ante los obstáculos. Es en estas pruebas que
surgen, sobre todo, al principio, cuando el aspirante tiene que demostrar su firmeza de
propósito y decidir si de verdad desea alcanzar esa vida superior o, por el contrario,
se deja llevar por el desaliento y el fracaso. Son muchos los casos de aspirantes en
que se toma la vía de menor resistencia y se dejan derrotar por los problemas aún
entiendo algún buen consejero cerca. La firmeza en el propósito y la persistencia
son dos virtudes que siempre deben estar presentes en el aspirante, sin embargo,
eso de poco sirve si no se tiene un ideal elevado, una luz que ilumine las sinceras
intenciones, y ese ideal debe ser “vivir una vida
altruista y de servicio amoroso a los demás.”
Cuando un aspirante lleva a la práctica con éxito estos ideales durante largo tiempo,
es porque sus aspiraciones espirituales están siempre presentes en su mente y en
sus intenciones. Este aspirante puede tener problemas como todo el mundo y
puede ser criticado, juzgado y ofendido, pero no permitirá que los problemas ni las
desdichas le derroten porque sabe que se está quitando deudas kármicas del destino
y que está aprendiendo nuevas lecciones en este renacimiento. Y es que, si de verdad se
quiere ser fiel a un ideal elevado, hay que ser constante en mantener una disciplina
mental, emocional y física. Cuando se actúa de cuerdo a unos principios espirituales
y cuando se hace frente a los problemas aun poniendo en peligro la paz y el equilibrio
interno, entonces se hacen grandes progresos y se aprende mucho de los propios
errores. Cuando huimos de los problemas e inconvenientes o permitimos que éstos
nos desvíen de nuestras intenciones e ideales, lo que estamos haciendo es acomodarnos
para vivir una vida fácil y sin esfuerzos que rebajará en gran medida nuestra voluntad.
Entonces, dicho aspirante esta retrasando el pago de sus deudas y el progreso
“programado” en esa vida; de ahí que el firme propósito de alcanzar ciertos ideales
espirituales no deben debilitarse jamás.
También suele ser común al principio, que el aspirante exponga una serie de propósitos
que hagan que sea causa de halago por parte de otros, pero esos propósitos o
intenciones se quedarán sólo en palabras o pensamientos si no son acompañadas de
una persistente práctica en la vida diaria. Nada que valga la pena puede alcanzarse
física o espiritualmente si no hay un propósito basado en un elevado ideal, y para
alcanzarlo es importante: primero que no se tenga en cuenta la oposición que pueda
haber; y segundo que haya el valor necesario y la firme intención que se necesita.
Estos dos aspectos traerán convencimiento moral y espiritual de que ese cambio
es para bien. Todas las innovaciones en la vida, y más aún en lo personal, cuestan
y necesitan un firme propósito y una persistente voluntad para poder imponerse sobre
lo que está arraigado como hábito o costumbre. No es fácil nadar contra la corriente
pero según avanzamos espiritualmente en la vida nos damos cuenta de que merece
la pena esforzarse y sacrificarse por ser mejor.