Jesús sabía que cada hombre es distinto de los demás, y así enseñó a sus apóstoles. Repetidamente les advirtió que no intentaran moldear a los discípulos y a los creyentes según un modelo preestablecido. Lo que buscaba era que cada alma pudiera desarrollarse a su propia manera, como individuo distinto y en vías de perfeccionamiento ante Dios. En respuesta a una de las muchas preguntas de Pedro, el Maestro dijo: «Quiero liberar a los hombres para que puedan empezar de nuevo como niños una vida nueva y mejor». Jesús siempre insistía que la verdadera bondad debe ser inconsciente, y que al hacer caridad no se permita que la mano izquierda sepa lo que está haciendo la mano derecha.
Los tres apóstoles se escandalizaron esa tarde cuando se dieron cuenta de que la religión de su Maestro no tenía disposición alguna para un examen de conciencia espiritual. Todas las religiones antes y después de los tiempos de Jesús, aun el cristianismo, ofrecen medios cuidadosos para realizar examen de conciencia. Pero no la religión de Jesús de Nazaret. La filosofía de vida de Jesús carece de introspección religiosa. El hijo del carpintero nunca enseñó la formación del carácter; enseñó el crecimiento del carácter, declarando que el reino del cielo es como un grano de mostaza. Pero Jesús nada dijo que proscribiera el autoanálisis con el objeto de prevenir todo egotismo arrogante.
El derecho de entrar en el reino está condicionado por la fe, la creencia personal. El costo de permanecer en la ascensión progresiva del reino es una perla de gran precio; para poseerla, el hombre vende todo lo que tiene.
Las enseñanzas de Jesús son una religión para todos, no solamente para débiles y esclavos. Su religión no se cristalizó (en su época) en credos y leyes teológicas; no dejó una sola línea escrita. Su vida y sus enseñanzas fueron legadas al universo como herencia inspiradora e ideal para la guía espiritual e instrucción moral en todas las épocas en todos los mundos. Y aun hoy, las enseñanzas de Jesús se distinguen de todas las religiones, como tales, aunque son la esperanza viviente de cada una de éstas.
Jesús no enseñó a sus apóstoles que la religión es la única ocupación del hombre en la tierra; ésa era la idea judía de servir a Dios. Pero sí insistió en que la religión fuera la ocupación exclusiva de los doce. Jesús nada enseñó que desviara a sus creyentes de la búsqueda de la cultura genuina; tan sólo quiso apartarse de las escuelas religiosas de Jerusalén, las cuales estaban esclavizadas por las tradiciones. Era liberal, de gran corazón, culto y tolerante. La mojigatería no tiene lugar en su filosofía de un recto vivir.
El Maestro no ofrecía soluciones para los problemas no religiosos de su propia época ni de las épocas subsiguientes. Jesús deseaba desarrollar el discernimiento espiritual para captar las realidades eternas y estimular la iniciativa en la originalidad en el vivir; se dedicaba exclusivamente a las necesidades espirituales fundamentales y permanentes de la raza humana. Revelaba una bondad igual a Dios. Exaltaba el amor —la verdad, la belleza y la bondad— como ideal divino y realidad eterna.
El Maestro vino para crear en el hombre un nuevo espíritu, una voluntad nueva —para impartir una capacidad nueva para conocer la verdad, experienciar la compasión y elegir la virtud— la voluntad de estar en armonía con la voluntad de Dios, combinada con el impulso eterno de volverse perfecto, así como es perfecto el Padre en los cielos.
LU 1582