LA ORACIÓN Y EL OTRO YO
Los niños cuando comienzan a aprender a usar el idioma, tienen tendencia a pensar en voz alta, expresar sus pensamientos en palabras, aunque no haya nadie presente para oírles. En los albores de la imaginación creadora manifiestan una tendencia a conversar con compañeros imaginarios. De esta manera, un yo en formación busca comunicarse con un otro yo ficticio. Mediante esta técnica el niño aprende muy pronto a convertir sus conversaciones de monólogo en seudodiálogo, en los que este otro yo responde a su pensamiento oral y expresión de deseo. Mucho del pensamiento del adulto se lleva a cabo mentalmente en forma de conversación.
La forma temprana y primitiva de oración se parecía mucho a las recitaciones semimágicas de la tribu de los todas de hoy en día, oraciones que no se dirigían a nadie en particular. Pero dichas técnicas de oración tienden a evolucionar en un tipo de diálogo de comunicación mediante la aparición de la idea del otro yo. Con el tiempo, el concepto del otro yo se enaltece a una posición superior de dignidad divina y la oración como agencia de la religión hace su aparición. A través de muchas fases y durante largas edades este tipo primitivo de oración está destinado a evolucionar antes de lograr el nivel de oración inteligente y verdaderamente ética.
Como es concebido por sucesivas generaciones de mortales que oran, el otro yo evoluciona desde los fantasmas, fetiches y espíritus a los dioses politeísticos, y finalmente al Dios Único, un ser divino que comprende los más altos ideales y las más elevadas aspiraciones del yo en oración. De este modo, la oración funciona como la agencia más poderosa de la religión en la conservación de los valores e ideales más altos de aquellos que oran. Desde el momento de la concepción del otro yo hasta la aparición del concepto de un Padre divino y celestial, la oración es siempre una práctica socializadora, moralizadora y espiritualizadora.
La simple oración de fe evidencia una evolución poderosa en la experiencia humana por la cual las conversaciones antiguas con el símbolo ficticio del otro yo de la religión primitiva se han enaltecido al nivel de la comunión con el espíritu del Infinito y al de la auténtica conciencia de la realidad del Dios eterno y Padre Paradisiaco de toda la creación inteligente.
Aparte de todo lo que es superyo en la experiencia de orar, debe recordarse que la oración ética es una forma espléndida de elevar al propio yo y reforzar al ego para una mejor vida y un logro más elevado. La oración induce al ego humano a mirar a los dos lados para conseguir ayuda: ayuda material de la reserva subconsciente de experiencia mortal, inspiración y guía a los límites superconscientes de contacto de lo material con lo espiritual, con el Monitor Misterioso.
La oración siempre ha sido y siempre será una experiencia humana doble: un procedimiento psicológico interasociado con una técnica espiritual. Estas dos funciones de la oración no pueden ser nunca completamente separadas.
La oración esclarecida debe reconocer no sólo a un Dios externo y personal sino también a una Divinidad interna e impersonal, el Ajustador residente. Corresponde al hombre, cuando ora, intentar captar el concepto del Padre Universal en el Paraíso, pero la técnica más eficaz para la mayor parte de los fines prácticos será volver al concepto del otro yo cercano, tal como solía hacerlo la mente primitiva, y luego reconocer que la idea de este otro yo ha evolucionado de una mera ficción a la verdad de que Dios reside en el hombre mortal en la presencia factual del Ajustador para que el hombre pueda hablar cara a cara, por así decirlo, con un otro yo real y genuino y divino que reside en él y que es la presencia y esencia misma del Dios vivo, el Padre Universal.
LU