Por Merlina Meiler
Los adultos solemos buscar momentos para estar solos y poner en orden nuestras ideas, pensar detenidamente acerca de los siguientes pasos a seguir, y abstraernos de las ráfagas de acontecimientos que se suceden a nuestro alrededor. Atesoramos estos momentos de soledad ya que el resto del día estamos rodeados de personas, de voces, de obligaciones. El sentirse solo es otra cosa. Es una sensación interna que nos embriaga y se conecta instantáneamente con nuestras fibras más íntimas. Drena nuestra energía, nos torna en seres vulnerables y dependientes. Independientemente de estar en pareja, tener una familia o no tener un vínculo estable, la soledad profunda empaña nuestros sentidos y nubla nuestra capacidad de decisión. A veces nos desesperamos por un poco de cariño e incluso bajamos los estándares mínimos de buen trato, respeto o autoestima que en otro momento sostendríamos. Mendigar afecto desdibuja quiénes realmente somos y nos convierte en meras sombras de nuestra personalidad.
El sentimiento de soledad permanente es una constante en la vida de mucha gente, y este vacío interno va más allá del estar en compañía permanente de otros y del ocupar todo nuestro tiempo con asuntos reales o imaginarios (como por ejemplo, la preocupación incesante por un futuro tan incierto como impredecible). ¿Qué pasaría si nos enfrentáramos a nuestras emociones y a nuestra propia intimidad? ¿Qué descubriríamos? ¿A qué le tememos?
“La soledad y el sentimiento de no sentirse querido son la pobreza más grande” pregonó la Madre Teresa de Calcuta. En ciertas circunstancias, incluso van de la mano, cuando tratamos de estar con una persona en contra de sus verdaderos deseos, sólo por tapar una carencia personal e intentar, por cualquier medio, de teñir de colores a la gris melancolía de nuestra alma.
Asimismo, la impresión de sentirnos solos, en el caso de no tener una persona a nuestro lado, suele ir de la mano con una certeza infundada de que al no estar acompañados por una pareja estable, no somos seres valiosos, dignos de tener una vida plena. Incluso creemos que no estamos a la altura de quienes gozan de la bendición de un vínculo que vislumbramos como firme. Esta inquietud deja entrever un nivel bajo de autoestima, generado por alguna situación acaecida en el pasado que ni vale la pena recordar, por presiones sociales o por patrones impuestos por nuestros mayores.
En el caso de haber algún tema personal inconcluso que está pidiendo a gritos que lo enfrentemos, y que por ende, perturba nuestra tranquilidad, va a seguir haciéndose notar hasta que le ofrezcamos unos momentos de nuestro tiempo para darle permiso y que así salga a la superficie. Si decidimos seguir dejándolo en la oscuridad va a continuar provocando angustia y desajustes hasta que aflore. Suponer que no contaremos con la entereza interna para convivir con lo que provoca ese vacío es tan inexacto como irreal. ¡Claro que la tenemos! Somos seres humanos suficientes, con un gran potencial y capacidades múltiples, algunas conocidas, otras por conocer, muchas por desarrollar.
Si te sientes solo o sola, es porque simplemente eres un ser humano completo con una vida incompleta. Hay un vacío en tu existencia que no puedes llenar con nada de lo que tienes en tu haber, en estos momentos. Y no pasa necesariamente por tener al lado tuyo a una pareja. Quien teme a la soledad trata a su vez de evitar o de ocupar ese vacío con cualquier cosa. Por lo general, elige lo primero que se le presenta, aunque no le satisfaga en absoluto, y en estos casos la sensación de soledad echará raíces en su interior con más fuerza aún.
Elegir no es aceptar lo primero que se nos presenta. Implica descartar aquello que no nos hace felices, porque lo probamos o porque nos damos cuenta que es el mismo patrón, a repetición. Tú cuentas con la posibilidad de elegir, siempre. No tienes la obligación de permanecer en ningún tipo de relación que no te satisfaga, por el mero hecho que existe y es peor no tener quién se ocupe de ti. Si miras detenidamente a tu alrededor descubrirás muchas personas que están cerca de ti para contenerte, ayudarte, brindarte mucho de lo que te está faltando para ser plenamente feliz.
Si lo piensas bien, cada uno de nosotros vive en soledad con sus pensamientos y su conciencia. Esto es algo inmodificable y permanente. Haz de la soledad tu aliada para plantarte en tus dos pies y emerger como ser único que busca relacionarse desde un vínculo de iguales, y no desde la dependencia o el sometimiento.
Tu presente es el resultado de todas las elecciones que hiciste y las decisiones que tomaste (o dejaste de tomar) en el pasado. Piensa en lo poderoso que es tu presente como herramienta de cambio para ir forjando cómo será tu porvenir. El control de tu vida, al estar en tus manos, te ubica en el nivel de elección ideal para asumir la responsabilidad de lo que escoges de aquí en más.
Puedes alterar el rumbo de tu vida en el instante que lo decidas. No tienes por qué pedirles permiso a otras gentes ni aceptar que te impongan cuestionamientos o maneras de pensar con las que no te identifiques en un todo. Nadie puede decidir por ti los siguientes pasos que darás, ésos que te irán llevando a muy buen puerto conforme pasen los días y los meses.
Una cosa es sentir que nos falta una persona con quien compartir ratos buenos y malos, que nos abrace, nos escuche y nos desee. Otra cosa muy diferente es que el núcleo de nuestra vida esté centrado en lo que no tenemos, en el sentimiento de soledad, y creer que la aparición de un ser especial curará nuestras heridas y llenará nuestros vacíos. Es un peso demasiado grande para cualquier persona, y esto puede hacer fracasar un intento de comunicación profunda aunque tengamos todas las cartas a nuestro favor.
Claro que hay gente que se conoce y se enamora, afortunadamente sucede todos los días en nuestro bendito planeta. Creo firmemente que las situaciones mágicas existen. Y que podemos ayudar a que cobren forma, teniendo bien en claro qué es lo que queremos en nuestra vida y qué no, esperando estas situaciones inesperadas y bien posibles en su justa