Nutrís vuestra propia mente de malos en vez de buenos pensamientos, y así
impedís vuestro propio desarrollo y os hacéis, a los ojos de quienes pueden ver, un
objeto feo y repulsivo, en vez de bello y amable.
No contento c on hacerse todo este daño y hacerlo a su víctima, el maldiciente procura
con todas sus fuerzas que los demás participen de su crimen. Les expone con
vehemencia su chisme, con la esperanza de que lo crean, y entonces los convencidos
cooperan con él, enviando malos pensamientos al pobre paciente. Y esto continúa día
tras día, y no lo hace sólo una persona, sino miles. ¿Veis ahora cuán bajo, cuán terrible
es este pecado? Procurad evitarlo en absoluto. No habléis jamás mal de nadie; negaos
a escuchar a quien os hable mal de otro, y decidle, afectuosamente: "Tal vez eso no
sea verdad, y, aunque lo fuese, es mejor no hablar de ello".
En cuanto a la crueldad, ésta es de dos clases: intencionada y sin intención.
La crueldad intencionada consiste en causar, de propósito, dolor a otros seres
vivientes, y éste es el pecado más grave de todos: obra de diablo más bien que de
hombre. Diréis que ningún hombre puede hacer una cosa semejante; pero
precisamente los hombres la han hecho muy a menudo y aún la están haciendo cada
día. Los inquisidores la practicaron, y también muchas gentes religiosas en nombre de
su religión; los vivisectores, así como habitualmente algunos maestros de escuela.
Todas estas personas tratan de excusar su brutalidad con la costumbre; pero un crimen
no deja de serlo porque muchos hombres lo cometan. Karma no tiene en cuenta las
costumbres; y el karma de la crueldad es el más terrible. En la India, al menos, no
puede haber excusa para tales costumbres, porque todos conocen el deber de no
acusar mal a nadie. El destino de los crueles cae también sobre aquellos que se
dedican intencionadamente a matar a las criaturas de Dios, y llaman a esto deporte.
Ya sé que tales cosas no las efectuáis vosotros, y por amor de Dios hablaréis
claramente contra ellas cuando la oportunidad se os presente. Pero también hay
crueldad en las palabras como en los actos, y una persona que diga una palabra con
intención de herir a otra es culpable de este crimen. Esto tampoco lo haréis vosotros;
pero algunas veces una palabra dicha al descuido hace tanto daño como una
maliciosa. Así pues, debéis estar siempre en guardia contra la crueldad no
intencionada.
En general, ello procede de la irreflexión. Hay hombres tan poseídos de la ambición y
de la avaricia, que ni siquiera se dan cuenta del sufrimiento que causan a los demás
pagándoles poco, o haciendo pasar hambre a su mujer e hijos Otros, pensando tan
sólo en su codicia, se preocupan poco de los cuerpos y de las almas, a quienes
arruinan por satisfacerla. Para librarse de unos cuantos minutos de molestia, un
hombre deja de pagar a sus obreros el día que les corresponde, sin acordarse de las
dificultades que este hecho les reporta. ¡Tanto sufrimiento se causa por descuido, por
olvidar cómo una acción ha de afectar a los demás!... Pero Karma nunca olvida, y no
tiene en cuenta que los hombres olviden los hechos.
Si deseáis entrar en el Sendero, debéis pensar en las consecuencias de vuestros
actos, para que no seáis culpables de crueldad irreflexiva.
La superstición es otro mal tremendo, que ha causado grandes y terribles crueldades.
Las personas esclavas de ella menosprecian a las que saben más, y tratan de
obligarlas a hacer lo que ellas hacen.
Pensad en la horrorosa matanza debida a la superstición de sacrificar a los animales y
al todavía más terrible prejuicio de que el hombre necesita alimentarse de carnes.
Pensad en el trato a que la superstición ha dado motivo con respecto a las clases
oprimidas en nuestra amada India, y ved cómo esta mala tendencia puede engendrar
una despiadada inconsideración, aun entre los que conocen el deber de fraternidad.
Los hombres han cometido muchos crímenes en nombre del Dios de Amor, movidos
por la pesadilla de la superstición; cuidad mucho de que no quede en vosotros ni el
más leve vestigio de ella.
Debéis evitar estos tres grandes delitos, porque son fatales a todo progreso, por ser
pecados contra el amor. Pero no tan sólo estáis obligados a refrenaros de este modo
ante el mal, sino que habéis de ser activos para el bien. El intenso deseo de servir ha
de llegar al máximo, hasta el punto de estar siempre a la mira para aplicarlo alrededor
de vosotros no tan sólo a las personas, sino a los animales y a las plantas. Debéis
prestar vuestro servicio hasta en las pequeñas cosas de la vida diaria, de modo que,
acostumbrándoos a ello, no podáis substraeros, cuando se presente la oportunidad de
hacer cosas de mayor importancia. Pues si deseáis llegar a ser uno con Dios, que no
sea para vuestro propio beneficio, sino para convertiros en canal por donde fluya Su
amor para alcanzar a vuestros semejantes.
El que está en el Sendero no vive para sí mismo, sino para los demás; se olvida de él
para poder servirlos. Es a manera de pluma en manos de Dios, por la que fluye Su
pensamiento y tiene expresión aquí abajo, lo que no podría suceder sin ella. Es a
manera de un canal de fuego viviente que derrama sobre el mundo el Divino Amor que
llena su corazón.
La sabiduría que os capacita para ayudar, la voluntad que dirige la sabiduría, el amor
que inspira la voluntad, éstas son vuestras cualidades.
Voluntad, Sabiduría y Amor son los tres aspectos del Logos; y vosotros, que deseáis
alistaros para servirlo, debéis, hacer gala de ellos en el mundo.