Actualmente, el mayor obstáculo que tiene el ser humano para acelerar su proceso evolutivo y
espiritual es la ignorancia, si supiera que su vida tiene el mismo origen que todo lo existente en
el planeta y que esa vida evoluciona a través de todas las formas y reinos, no actuaría como
lo hace y tendría más consideración por todo lo que le rodea. La vida es UNA y procede de
lo que comúnmente llamamos Dios, pero cuando Dios “diferencia” esas vidas de Sí Mismo lo
hace con la intención —entre otras— de que cada vida evolucione a través de las formas para
adquirir la conciencia de sí misma y el desarrollo de los poderes latentes que, como parte de
su creador que es, tienen. Esto significa que cada una de las vidas o Almas que habitan
un cuerpo físico son Almas gemelas —hermanos— de las demás y que tienen un
mismo fin o meta: la perfección espiritual.
Según las enseñanzas ocultas y de forma parecida al ser interno de cada uno de nosotros,
Dios siente la necesidad de crear como nosotros, ya que después de un tiempo en los mundos
invisibles, —después de la muerte— sentimos la necesidad de renacer para experimentar,
obtener conocimientos y evolucionar. Así es que Dios crea, o mejor dicho diferencia dentro
de Él Mismo, distintas oleadas de Espíritus que descienden a través de un esquema de
siete mundos —diferentes en grado de vibración, materia y conciencia— y en los cuales
se apropian de lo necesario para obtener la “materia” con la que formarse unos cuerpos
para poder funcionar en cada uno de dichos mundos. Cuando adquiera la autoconciencia
en cada uno de los mundos donde evoluciona y desarrolle el máximo poder en cada uno
de esos cuerpos y mundos volverá a Dios como una vida o Espíritu independiente con
los poderes de Dios —que trajo en forma latente— desarrollados; por tanto ese Ser
humano será a imagen y semejanza de Dios cuando lo creó.
Como este artículo no trata de antropogénesis y explicar detalladamente lo dicho en las líneas
anteriores ocuparía muchas páginas, haré un breve resumen de lo que nos interesa respecto
al tema del artículo. La vida que anima el reino mineral del planeta es “una” y lo mismo
ocurre respecto al vegetal y al animal, sólo cuando esa vida alcanza el nivel de humano
se independiza y continúa su evolución haciéndose responsable de sus actos. Es
cierto que dentro de la vida del mineral, ésta evoluciona por medio de las muy variadas
formas minerales —desde el mineral más duro hasta la tierra más blanda— y en cada una
de ellas comienza a desarrollar el germen de lo que llamamos expresión, sentimientos y
deseos gracias a los impactos que recibe y a la manipulación y transformación que recibe
de los reinos superiores y particularmente de nosotros mismos. Cuando esa vida ha
alcanzado cierto grado de conciencia y de “respuesta” pasa a ocupar cuerpos del
reino vegetal, donde evolucionará pasando por todas las formas y densidad de
materia de las mismas —Por ejemplo: Hay plantas que evolucionan sobre rocas,
otras sobre tierra y otros sobre otros vegetales— cuando ha evolucionado hasta
alcanzar un mayor grado de conciencia y capacidad de respuesta, adaptación,
expresión, etc., pasan al reino animal.
Alguien puede dudar sobre este desarrollo de la conciencia, deseos, inteligencia, etc., sin
embargo, —y como ejemplo podemos poner incluso los átomos que entre ellos mismos y
sus componentes ya manifiestan “atracción” y “repulsión”— lo que llamamos evolución
de las formas es el efecto del trabajo que esas vidas hacen desde los diferentes mundos
y con ayuda de otras clases de espíritus ¿Qué hace que de una semilla vegetal se
forme un árbol? ¿Quién forma el polluelo en el huevo? Estamos evolucionando con
ayuda de otros seres —Espíritus de la naturaleza, Ángeles, Arcángeles, etc.— pero
es la vida de los reinos la que se esfuerza por avanzar, la que se adapta y la que
obtiene algún grado de conciencia en cada especies, reino y, por último, raza.
Los impactos y la manipulación de las formas, bien sea desde el interior —Espíritus de la
naturaleza y Ángeles— o desde el exterior, despiertan en la vida evolucionante un principio
de lo que conocemos como emociones y deseos, y éstos a su vez, son un aliciente para
que haya una expresión o respuesta por parte de la “naturaleza”, se aprecie a simple
vista o no, o sea automática o instintiva. Cuando la vida evolucionante llega a habitar un
cuerpo humano primitivo, las respuestas instintivas —respecto a lo que ocurre en el
exterior— tienen un efecto que al repercutir sobre el ser que las origina, le hace reflexionar,
naciendo así el principio de la mente. Fue la mente la que unió el ser animal o instintivo
con el Espíritu, naciendo a partir de entonces un nuevo estado de conciencia o Ego.
Desde la prehistoria hasta nuestros días hemos estado desarrollando la mente hasta
el punto de permitirnos discernir entre lo bueno y justo y lo malo e injusto, y esto es
lo que ha facilitado que este Ego o Yo superior sea un guía y consejero para cada
uno de nosotros. Por tanto, la autoconciencia como un yo se obtuvo gracias al cuerpo
físico y a sus sentidos, y a la mente. Una vez, en nuestro caso, conscientes del mundo
físico y de nosotros mismos, y una vez que —gracias a la ley kármica de Causa y
Efecto— sentimos la necesidad de buscar algo superior, de despertar para acelerar
el proceso de desarrollo espiritual, es la buena voluntad y la conciencia los que deben
guiar nuestros pasos. Por tanto, la voluntad es tan necesaria para el desarrollo de la
conciencia espiritual —como resultado del trabajo sobre los cuerpos— como también lo
es para desarrollar la autoconsciencia —como resultado del conocimiento y de la
observación de sí mismo— que nos hará buscar al Ser interno por encima del mundo externo.
Así y tras muchos renacimientos ya como seres humanos, llegamos a un estado de conciencia
y de desarrollo intelectual que hace que busquemos algo que nos satisfaga espiritualmente
o que responda a nuestras inquietudes sobre la existencia en un posible más allá.
Pasamos por religiones, sectas, movimientos, escuelas filosóficas, etc., y de todas
aprendemos y nos servimos porque todas son portadoras de ciertas verdades que
necesitamos en un renacimiento o en otro. En nuestra búsqueda vamos poniendo
en práctica las ideas que nos surgen de las experiencias y enseñanzas que recibimos,
ya que sin ideas no tendríamos iniciativas. Pero es muy posible que haya personas que
en una misma vida pasen por varias escuelas o religiones y, aun así, necesiten nuevas y
más modernas ideas que les lleven a ver la vida, la humanidad y a ellas mismas de
una manera más fraternal y espiritual. Es muy posible que —tanto en el sendero
del corazón como en el intelectual— llegue un momento en que algunos miembros de
escuelas y sectas tengan tanto conocimiento o tengan tan poca ilusión por su desarrollo
interno que se aburran y abandonen por falta de aliciente. Sin embargo y sea en el caso
que sea, no deja de ser una disculpa para dejar de esforzarse y sacrificarse
por su propio desarrollo interno.
El camino de la devoción y de la fe no necesita mucho estudio pero si se quiere mantener
el aliciente se deben llevar a la práctica los mandamientos cristianos. El sendero de la mente
en el cual se hayan muchos científicos, posiblemente sea más largo que el del corazón para
descubrir y conectar con el Ser interno que es el que nos hace creer en un más allá. El
del ocultismo une a los dos senderos mencionados y facilita un mayor desarrollo
espiritual a la vez que se adquiere un gran conocimiento que es de mucha ayuda; sin embargo
y aún así muchas personas abandonan la escuela porque no les satisface o porque ya no
encuentran el aliciente que buscan para dar un paso más en su búsqueda. En todos
los senderos hay medios para desarrollar el Espíritu aunque en algunos se tarde más
que en otros, solo es necesario tener voluntad e iniciativa, pero también es un hecho
que algunas personas necesitan cambiar porque quizás esté así en su destino.
En resumidas cuentas, todo ser humano va alcanzando progresivamente superiores
niveles de conciencia, y para ello debe valerse de todo lo que haya
a su alcance y que se cruce en su camino.
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