No nos queremos dar cuenta pero vivimos casi como autómatas. Condicionados por
lo que nos rodea; por costumbres enraizadas desde la infancia; por hábitos que nos
perjudican; por deseos que nos pervierten, intoxican y nos llevan a hacer el mal; por las
asociaciones de la mente y un sinfín de cosas más. Debemos formatear nuestra
personalidad y para ello debemos comprender —despertar— lo que aquí se dice para,
a continuación, buscar nuevos y elevados ideales con los que trabajar cuando tengamos
el control del cuerpo de deseos y de la mente. Si conseguimos ser conscientes, aunque
solo sea cinco minutos todos los días, es suficiente para comenzar, pero repito, ser
consciente es estar sumamente atentos en todo momento a lo que nos rodea y a nuestras
expresiones, es no permitir que la mente piense por sí misma, es tenerla en silencio hasta que
la queramos utilizar a nuestra voluntad, es controlarla para no crear deseos ni sentimientos
que entorpezcan nuestro desarrollo espiritual; es, en definitiva, estar conscientemente
presente ante todo lo que perciben nuestros sentidos. Cuando conseguimos esto:
1º.- Nos damos cuenta de muchos aspectos que antes no veíamos ni les prestábamos atención.
2º.- Somos cada día más conscientes, lo que nos hace cambiar los objetivos de nuestra vida.
3º.- Vamos comprobando que alcanzamos cada vez más paz interior y que
vivimos la vida de una manera más plena y con la mejor voluntad.
Si tenemos que descubrir que todo eso nos afecta sin necesidad, —Solo hasta el
punto de permitir que se guarde en la memoria o pensar en ello— porque no estamos
atentos ni somos conscientes de lo que nos llega ni de nuestras actitudes, está claro que
debemos estar atentos a nosotros mismos con la consciencia puesta en lo que nos llega
por medio de los sentidos y en la reacción de la mente y del cuerpo de deseos —respuesta
automática de pensamientos, sentimientos y deseos— esto es, auto-observarnos.
Hay personas que no se paran a diferenciar la observación de la observación de sí
mismo, pero es importante tener presente las diferencias, por ejemplo: Lo que observamos
con la vista pertenece al mundo físico o externo, está fuera de nosotros por muchos
estímulos o repercusiones que pueda tener en el cuerpo de deseos, por eso lo observamos
con los ojos. Para observarnos a nosotros mismos no se necesitan éstos porque lo
observable está dentro en forma de sentimientos, deseo, emociones, pensamientos,
pasiones, etc., es más, una buena auto-observación nos puede llevar a descubrir
muchas facetas del inconsciente de las que mostramos en nuestra vida cotidiana.
Pero ¿Qué es lo que hay que observar con tal de purificar nuestro carácter y limpiar la
personalidad para acercarnos a la conciencia del Yo superior? La observación del mundo
externo, en todos sus aspectos, nos puede servir para ver cómo afecta a nuestro interior
y cómo responde nuestro “interior automático e instintivo”, pero es más importante
la observación de nuestro aspecto interno. La propia observación no solo nos hace
cambiar en nuestras expresiones y actitudes sino que, además, favorece el desarrollo
espiritual porque vamos abandonando esa manera de responder como maquinas.
Por tanto, si queremos comenzar a cambiar debemos
llevar una vida cada vez más introspectiva.
Quienes hayan profundizado en las enseñanzas de Patanjali o de otros ocultistas y
filósofos antiguos sabrán que dentro de las dos clases de observación que he
mencionado, se puede hacer otra división, estas son, Primera: La observación con
pensamiento; y Segunda: La observación pura —la correcta— sin pensamiento. Si
de verdad queremos observar y, además, aprender de la manera más “real” posible,
debemos evitar pensar mientras observamos, es decir, no emitir juicio, crítica,
valoración, etc., puesto que si lo hacemos estamos coloreando la visión con
lo guardado en la memoria según nuestros conocimientos, experiencias e ideas
preconcebidas; esto transformaría el concepto de lo que se observa. Es cierto que
debemos experimentar y obtener conocimiento de todas las relaciones y
circunstancias, pero cuanto más pura y exacta sea la atención sobre lo que
observamos y más libre esté de las interferencias personales, mejor grabado
quedará lo observado. Para conocernos o para aprender debemos observar
“conscientemente” para que el cerebro estructure correctamente lo que llegue
porque si lo que observamos lo mezclamos con razonamientos —en cada persona
es diferente según estudios, experiencias, etc. — el cerebro no hará su trabajo
como debería para así poder nosotros beneficiarnos de él.
Para comenzar este trabajo que nos permitirá conocernos, ver los errores de
nuestras actitudes y expresiones y eliminar todo lo que sea un impedimento para
el desarrollo interno, debemos seguir la siguiente línea de actuación:
1º.- Análisis de nuestras actitudes y expresiones en la vida cotidiana para comprobar
por cuáles nos guiamos más, si por nuestro ser interno o por las imposiciones
de leyes, normas, hábitos, enseñanzas, etc.
2º.- Una vez puestos a auto-analizarnos y estudiarnos, debemos percibir la imagen
que tenemos de nosotros mismos —con sus defectos y sus virtudes— para intentar
expresar solamente los aspectos del Alma. A su vez, deberíamos fijarnos
como meta la eliminación de los defectos.
3º.- El punto número dos debería hacernos comprender que todos esos
impedimentos —sentimientos, deseos, pensamientos automáticos, pasiones…—
son como yoes que intentan anular nuestra voluntad y dirigir nuestro destino.
4º.- Llevar una vida introspectiva —ser conscientes y actuar en todo momento como el ser
interno que utiliza el cuerpo físico y emite sentimientos, deseos y pensamientos
consciente y voluntariamente— a modo de observación para tomar cada hecho
psíquico y sentimental como algo separado de nosotros.
Hay personas que confunden la observación con el conocimiento, lo que no les puede
traer ninguna ventaja porque, por ejemplo, no es lo mismo saber que actuamos mal que
observarnos durante un tiempo y comprobar cómo, cuándo y porqué actuamos mal;
como tampoco es lo mismo saber que estamos conduciendo un coche que
observarnos cómo lo hacemos; o incluso saber que estamos depresivos que
observar nuestro comportamiento. El conocimiento es fruto de la experiencia y de
lo que penetra por los sentidos desde el exterior —acto pasivo y de atención
externa— mientras que la observación de uno mismo es una atención hacia adentro
y se considera activa porque la atención voluntaria —consciencia— debe ser dirigida.
Aunque para observar algo del exterior pongamos voluntad y consciencia, tampoco
es como la observación interna o de “sí mismo”. Nosotros podemos ver a alguien hacer
algo malo y dejarnos llevar por los deseos, sentimientos y pensamientos que
surjan automática e instintivamente, esto es “observación externa pasiva”, es decir, lo
que algunos llaman “estar dormidos”. Pero si al ver esas mismas escenas, ponemos
nuestra atención y consciencia a la vez que controlamos la mente para que no piense,
observaremos nuestro aspecto interno y seremos conscientes de lo que intentan
expresar nuestro cuerpos de deseos y nuestra mente, pero con la diferencia de que,
al ser conscientes —estar despiertos— seremos dueños de sentir, desear o pensar
lo que queramos o de no pensar ni sentir o desear nada. Algo similar ocurre
respecto a las personas que nos han agraviado u ofendido, si nos dejamos llevar
por nuestros cuerpo de deseos y por nuestra mente cada vez que nos
acordamos del hecho o cada vez que las vemos, les criticaremos, les desearemos mal,
etc.; pero si estamos despiertos, si somos conscientes de nosotros mismos y de
nuestros cuerpos, tendremos controlados a éstos y no permitiremos que se
expresen mal, eso es actuar desde dentro sobre algo que procede del exterior.