El amor es sabio cuando es liberador, curativo e impersonal, cuando nos lleva al encuentro de las necesidades de los semejantes y del universo en que estamos. Impulsados por él, establecemos metas en consonancia con la evolución de la vida.
El amor sabio nos impulsa a buscar lo esencial y no las apariencias, siempre efímeras. Nos hace ver lo positivo en cada circunstancia, sin dejarnos limitar por nada.
El amor sabio no se restringe al reino humano. Transfigura y perfecciona todo lo que toca. Así, lo que está limitado se expande y se integra en lo que es su esencia más interna.
El amor sabio vuelve al ser humano compasivo y disponible para todo y para todos. Consagrado al cumplimiento de propósitos elevados, es irradiado por fuentes cósmicas.
El amor común, a su vez, lleva al ser a identificarse con apariencias y circunstancias. Está sujeto al ritmo de la evolución natural, que tiene avances y retrocesos. Por lo tanto, es inseguro y sufre influencias de las fuerzas antagónicas, que restringen a la persona principalmente a resolver problemas de subsistencia en el plano físico, a satisfacer carencias diversas en el emocional y a cultivar preconceptos en el mental. En estos planos hay muchas carencias, y la ilusión de los que son impulsados por el amor humano, común, está en considerarlos el único instrumento de acción y de vida existente.
Las decepciones del amor humano llevan al ser a descubrir las infinitas posibilidades del amor-sabiduría y a la necesidad de vivirlo. Con el surgimiento de la sabiduría, su consciencia es atraída hacia niveles internos, y el alimento que de allí fluye lo transforma por completo.