De tanto escuchar sobre el amor, decidí buscarlo; y de tanto hacerlo, el tiempo se convirtió en testigo de mi anhelo. Un día, al caminar sobre una llanura, me encontré con un gran viento, y preguntándole por él, entre sus susurros dijo:
-Buscalo en el placer, ahí está.
Durante meses me dediqué a todo placer que sublimara mis sentidos, en espera siempre de encontrar el amor, y lo único que encontré, al final de cada placer, fue una insatisfacción que me hacía sentir, cada vez más, una ausencia mayor.
Al caminar de tal manera, un día me vi ante una majestuosa montaña, y a ella me dirigí para decirle:
-¿Me podrías decir dónde encontrar el amor?
-Búscalo en la felicidad, ahí se encuentra.
Hice lo que me indicó, y cuando encontré la felicidad sentí que era el ser más dichoso de la Tierra; pero... como el amor no estaba, la felicidad iba y venía y nunca se quedaba y cada ocasión que esto sucedía, una tristeza mayor me acompañaba. Con este sentir, tiempo después me encontré con la mar, y ante su inmensidad hablé más fuerte para que me escuchara:
Tú sí debes saber dónde está el amor. Por favor, dime en qué sitio lo puedo hallar.
-Buscalo en la ciencia, ahí se halla.
Recorrí largo tiempo la ciencia, y aun en su más recóndita sabiduría tampoco lo encontré. Transcurrieron más años y en el inicio de un ocaso encontré al Sol. Al acercarme, su magna luz convirtió mi mano derecha en visera para los ojos, y, frente a él, dije:
-Hermano Sol, desde hace mucho tiempo busco el amor, y al preguntar por él a un gran viento, a una majestuosa montaña y al indómito mar, me dijeron que estaba en el placer, en la felicidad y en la ciencia, y me han mentido, porque me he solazado en el placer, he conocido la felicidad, me he llenado de ciencia, y no encontré el amor.
El Sol, más radiante que otras veces, con mesura dijo:
-No te han mentido, pequeño hombre. Lo que sucedió, es que buscaste el placer sin la felicidad; la felicidad sin la ciencia y la ciencia sin sabiduría.
Al escucharlo y reflexionar sobre sus palabras,quedé sin habla y estático. El Sol, al mirarme callado y pensativo, se empezó a marchar entre fulgores y, conforme se alejaba, iba grabando en mis ojos su estela de colores azules, amarillos y magentas, con los que pintaba a las nubes y al firmamento.
Ante tal maravilloso espectáculo de luz y de color, mil sensaciones de bienestar me invadieron mientras la mirada se extendía sobre ese prodigio de magia, de grandeza y de infinito, Sin darme cuenta, de lo más recóndito de mí, emergió una lágrima de gratitud, por ver y sentir la plenitud de tanta magnificencia y belleza.
La lágrima lenta rodó sobre mi rostro, y fue entonces que, al estar cerca del óido, la escuché con una voz dulcísima que dijo.