Como sarmiento, fundido a Ti Señor,
seré yema de perdón y de reconciliación.
Ante un mundo penetrado por el rencor,
sabré que Tú me envías a ser instrumento de tu amor.
Porque sin Ti, Señor, la vida es corta
y, los días de esa vida, son fruto que despuntan
pero, a la vuelta de la esquina, pronto se malogran.
Por ello, Señor, que primero esté unido a Ti.
Que no me preocupe tanto de lo que hago
ni, tampoco Señor, de aquello que no hago.
Que, acercándose la noche, siempre me pregunte:
He estado unido a Ti, Señor
Y, entonces, sólo entonces… el fruto amanecerá
en las ramas de mi vida.
Y, entonces, sólo entonces… el fruto aparecerá
sabiendo que de Ti viene y en mi florece.
Unido a Ti, luego vendrá lo demás.
Porque siento que, muchas veces Señor,
me detengo en mis propias fuerzas,
considero que, todo lo que acontece,
se debe a mi esfuerzo y talento,
a mi sudor y empeño,
a mi inteligencia, creatividad e impulsos.
Porque siento que, muchas veces Señor,
soy amo de mi propia hacienda
cuando, en realidad, es toda tuya.
Unido a Ti, luego vendrá lo demás.
Que no me preocupe tanto, Señor,
de si trabajo mucho, poco o demasiado.
De si, mis desvelos, son fecundados por los éxitos.
De si, mis siembras, dan lugar a innumerables cosechas.
De si, mis palabras, mueven conciencias o corazones.
Que, ante todo y sobre todo, esté unido a Ti.
Y, entonces, sólo entonces,
amanecerá el fruto en la rama de mi generosidad,
aparecerá el fruto en el sarmiento de mi pobre vida,
brotará el fruto en el tronco de mi fe sin fisuras,
explotara el fruto en el vástago de mi esperanza.
Si, Señor, unido a Ti… y luego vendrá lo demás
porque, Tú Señor, eres artífice, savia,
empuje, vida y sangre que corre por mis venas.
Amén.