Los propósitos primigenios de Jesús
¿Queréis saber el primer propósito de Jesús? Pues, con placer y alegría os lo diré. Mas, ningún hombre
podrá tocar con sus manos la viña sagrada, ni ver con sus ojos la savia santa que alimenta sus sarmientos.
Y a pesar de haber yo gustado el fruto de esa viña y bebido el vino nuevo del trapiche, no me encuentro capaz de
contaros todo, pero os puedo referir lo que sé.
Nuestro querido Maestro no vivió más que tres de las estaciones de los profetas. Me refiero a la
Primavera de sus cantares, al Verano de su amor y al Otoño de su pasión; cada una de estas estaciones
encerraba mil años. La Primavera de sus canciones la pasó entonando en Galilea; reunía en derredor
suyo a sus queridos amigos; y a la orilla del lago glauco habló primero sobre el Padre y sobre la Libertad
y la Esclavitud. A la orilla del lago de Galilea perdimos nuestro yo para encontrar nuestro sendero
hacia el Padre. ¡Oh, qué insignificante es lo que perdimos ante lo que hemos ganado! Allí los ángeles
elevaron sus salmos y cantaron en nuestros oídos, y luego nos ordenaron abandonar la tierra yerma,
para ganar y gozar en el Paraíso de los anhelos del corazón.
Allí hablaba de los campos verdosos y de las praderas floridas; de las mesetas, declives y quebradas
del Líbano, donde se refugian los tersos lirios que no quieren ser alcanzados por las caravanas envueltas
en el polvo de la llanura. Nos describía la zarza silvestre que sonríe al sol y ofrenda su incienso a
la brisa del campo. Y a este propósito nos decía:
-Los lirios y las zarzas viven un solo día, pero ese solo día es la Eternidad que se torna en Libertad.
Una tarde estuvimos sentados a la orilla de un arroyo. Jesús nos dijo:
-Mirad estas aguas y oíd la melodía de sus murmullos; ellas siempre anhelan la ribera del mar, y
no obstante este eterno anhelo, jamás cesan de cantar los misterios del mar, desde uno a otro mediodía.
¡Cuánto desearía que vosotros buscarais al Padre tal como este arroyuelo busca y canta la mar!
Y luego llegó el Verano de su amor y nos alcanzó el mes de junio, el mes del Amor. Sus parábolas
fueron dedicadas a los demás hombres; al vecino, al peregrino, al forastero y amigos y compañeros
de la mocedad. Nos habló del peregrino que viaja de Oriente a Egipto; del labrador que vuelve con
sus bueyes a su casa a las horas del atardecer; y del viajero caminante, huésped inesperado que
la noche tenebrosa encamina hasta nuestra puerta. Con respecto al vecino nos decía.
-Vuestro vecino es vuestro Yo desconocido. Se reencarna en vosotros para ser visible. Vuestras
aguas tranquilas reflejan ante vosotros su rostro, y si lo miráis atentamente hallaréis vuestras
propias caras. Y si escucháis en la quietud de la noche, lo oiréis hablando en forma tal que las
palpitaciones de vuestros corazones se encantarán en sus palabras. Por lo tanto haced con él tal
como quisiereis que él hiciese con vosotros. Esta es mi ley, que yo digo a vosotros y a vuestros
hijos para ser transmitida a las generaciones venideras, hasta que se agoten los
tesoros del tiempo y desaparezcan las arcas de los siglos.
Al siguiente día nos habló así:
-No estés solo en tu vida, por cuanto vives del trabajo de los otros que, por más que lo desconozcan,
ellos viven contigo y te acompañan durante toda tu vida. No cometen ningún crimen sin que tu mano
los haya armado. No caen sin que caigas con ellos, y cuando te levantes se levantarán contigo.
Su camino del templo es tu camino, mas si escapan al desierto, donde los espera la fatal caída, irás
con ellos cual desertor. Tú y tu pariente son dos semillas sembradas en un solo campo: crecéis y
os mecéis juntamente frente al viento, pero ninguno de los dos podréis pretender el dominio del
campo, porque la simiente que va cobrando diariamente su desarrollo, -no podría pretender ni
siquiera el patrimonio de su amor o su propio sortilegio. Hoy estoy con vosotros, mañana
me iré al Oeste, y antes de irme os digo que vuestro vecino es vuestro Yo
invisible; se transfigura a vuestros ojos para ser visible.
Buscadlo con amor para hallaros a vosotros mismos, porque sólo así podréis ser mis hermanos.
Y luego llegó el otoño de su Pasión. Nos habló de la Libertad tal como cuando nos enseñaba
en la Primavera de su canción, en Galilea. Mas esta vez sus palabras buscaban la profundidad
en nuestra comprensión. Nos habló de las hojas que no cantan si no son mecidas por el viento;
del hombre, que lo comparaba con un vaso que el Ángel de la Mesa escancia para mitigar la
sed de otro Ángel; entretanto, vacío o lleno, el vaso permanecerá brillante con
su cristal sobre la Mesa del Supremo Todopoderoso.
Esta es otra parábola suya: "Vosotros sois la copa y sois el vino; bebed de ese vino hasta
la ebriedad, o recordadme y se aplacará vuestra sed".
En nuestro camino al Norte, nos dijo:
-Jerusalén, la orgullosa ciudad, que aposentada está sobre la cumbre de su gloria, bajará al abismo infernal
y en medio de sus ruinas estaré yo de pie, solo. Se reducirá su templo a escombros y en derredor de sus
pórticos y galerías oiréis el grito de las viudas y de los huérfanos. Las gentes, en su precipitada huida
no verán las caras de sus hermanos; el horror los aturdirá, y cuando dos de vosotros se reunieran en
aquel día para llamarme, que miren al Oeste y allí me verán y oirán el
eco de mis palabras repercutir en aquel día en sus oídos.
Y cuando hubimos llegado a la loma de Betania nos dijo: -Vámonos a Jerusalén; la ciudad nos espera.
Entraré por el pórtico montando un asno y predicaré entre la multitud. Son muchos los que quieren
aprehenderme y encadenarme; más aún: son muchos los que avivan el fuego para quemarme. Mas,
vosotros hallaréis en mi muerte vida y libertad. Ellos buscan el soplo de la Vida que flota sobre el
corazón y el Pensamiento, a igual que el martinete que se cierne entre el campo y su nido. Mas el
soplo de mi vida ha huido de ellos, y por esa razón no me vencerán jamás. Los muros que el Padre
ha construido en torno de mí no caerán, y la tierra que ha santificado dentro de mi ser no se profanará;
y cuando llegue el amanecer, el sol coronará mi cabeza y me uniré con vosotros para recibir al día, que
será muy largo, y el mundo no verá su ocaso jamás. Dicen los fariseos y los escribas que la tierra
está sedienta de mi sangre; me regocija mucho poder saciar la sed de la tierra con mi sangre; empero
las gotas de esa sangre nutrirán y levantarán los brotes de las encinas y lirios de Persia, cuyas bellotas
y semilla serán llevadas en alas del viento del este a todas las ciudades del mundo.
Después de un silencio agregó:
-La Judea no quiere un monarca para avanzar contra las legiones de Roma. Yo no quiero serlo,
porque las coronas de Sión se han hecho para las frentes chicas, y el anillo de .Salomón es pequeño
para este dedo. Ved estas manos, ¿no las veis que son más fuertes para no llevar cetro y más poderosas
para no esgrimir espada? No es mi deseo que el sirio se rebele contra el romano, pero vosotros sabréis,
mediante mis palabras, despertar la ciudad dormida, y con lo que mi espíritu le hablará en su segunda
alborada. Mis palabras formarán un ejército invisible, equipado de carros y caballos; sin picas ni
lanzas derrotaré a los sacerdotes de Jerusalén y triunfaré sobre los Césares. No me sentaré en un
trono sobre el cual se hayan sentado esclavos para juzgar a otros esclavos como ellos; no; y no es mi
propósito sublevarme contra los hijos de Roma, empero seré una tormenta en su cielo y un canto en
sus almas; y todos me recordarán y me llamarán Jesús el Ungido.
Estas fueron las palabras que dijo Jesús al pie de los muros de Jerusalén, antes de penetrar en
la ciudad, y se han impreso sobre nuestros corazones como grabadas a buril.