Si nos fuera posible hacernos inmunes a las inclemencias
meteorológicas, a las múltiples enfermedades que nos acosan, a las
agresiones físicas, psíquicas y emocionales a que nos someten los demás
e, incluso, nosotros mismos; si las vibraciones estelares no nos pudiesen
alcanzar o, alcanzándonos, no nos afectaran, por muchos años y por
muchos siglos que transcurrieran, no envejeceríamos… ?Los animales,
que no conocen nuestras ficciones, también envejecen y llegan a la
muerte sin tener la menor noción de los que es un año ni un mes ni
siquiera una hora.
Pero si pudiésemos ser inatacables por todos esos enemigos, lo que
ocurriría es que tampoco aprenderíamos nada y, por tanto, no
evolucionaríamos. Conviene, pues, que tengamos claro que el tiempo no
nos afecta, ya que no existe, pero nos afectan, y mucho, las cosas que
nos suceden. Y sólo ellas.
Por tanto, no debemos temer el paso del tiempo. No debemos
asustarnos ante algo inexistente. Lo que hemos de evitar son los
acontecimientos que nos hagan vibrar intensamente. Por eso lo que se
nos recomienda por nuestra filosofía es mantenernos tranquilos y
equilibrados en toda situación. Es decir, comportarnos ante los sucesos
que a otros les pueden trastornar o afectar, como si no fuesen con
nosotros, gracias a un discernimiento bien desarrollado.
Por supuesto, el efecto de los sucesos o procesos inevitables de la
naturaleza no podremos obviarlo, porque así está dispuesto en los planes
del Creador. Pero lo otro sí, lo que ordinariamente ponemos de nuestra
propia cosecha: el atacar nuestro cuerpo con vicios o hábitos o
comportamientos agresivos; el estar nerviosos y estresados y asustados;
el temer al futuro, faltos de confianza en nuestra fuerzas y de fe en la
ayuda divina; el afectarnos por cuanto sucede en nuestro entorno; el
vivir una vida de negatividad y de egoísmo, que nos enfrenta a todos; el
dejar de ejercer el amor y la entrega y la sinceridad y la confianza y el
sacrificio y la caridad y el servicio altruísta y la oración… eso sí que nos
afecta y nos envejece por dentro y por fuera.
La eterna juventud, pues, no existe ni existirá mientras
dispongamos de cuerpo físico. Pero sí existe una juventud prolongada o,
por lo menos un espíritu joven prolongado. Y ésa debe ser nuestra
consecución, pero no como objetivo, como una meta a alcanzar, sino
como un subproducto inevitable de una vida sana física, mental,
emocional y espiritualmente. Es decir, una existencia ajustada lo más
posible a las exigencias de las leyes naturales, a las Enseñanzas de
nuestra filosofía.
|