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LIBR. DE URANTIA: El llamado de Mateo y Simón
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Da: thomassalas  (Messaggio originale) Inviato: 29/09/2012 14:18
  
 

3. EL LLAMADO DE MATEO Y SIMÓN

     Al día siguiente Jesús y los seis fueron a ver a Mateo, el recaudador de aduanas. Mateo los esperaba, pues ya había puesto en orden los libros y preparado para traspasarle los asuntos de su oficina a su hermano. Al aproximarse a la casa de aduanas, Andrés se adelantó con Jesús, quien, fijando la mirada en Mateo le dijo: «Sígueme»; y él se levantó y se fue a su casa con Jesús y los apóstoles.

     Mateo le dijo a Jesús que él había organizado un banquete para esa noche, por lo menos, dijo que deseaba ofrecerles una cena a su familia y amigos si Jesús estaba de acuerdo y si consentía en ser el huésped de honor. Jesús consintió con un gesto. Entonces Pedro llevó a Mateo aparte y le explicó que había invitado a un tal Simón a que se uniera a los apóstoles y se aseguró de que Simón también fuera invitado a la fiesta.

     Después de almorzar a medio día en casa de Mateo, se fueron todos con Pedro a llamar a Simón el Zelote, a quien encontraron en su antiguo lugar de trabajo, el cual estaba ahora a cargo de su sobrino. Pedro condujo a Jesús donde Simón; el Maestro saludó al ardiente patriota y sólo le dijo: «Sígueme».

     Regresaron entonces todos a la casa de Mateo, donde mucho hablaron de política y religión hasta la hora de la cena. La familia Leví se dedicaba desde hacía mucho tiempo a los negocios y a la recaudación de impuestos; por lo tanto, muchos de los convidados de Mateo a este banquete habrían sido llamados «publicanos y pecadores» por los fariseos.

     En aquellos tiempos, cuando se ofrecía a una persona destacada una recepciónbanquete de este tipo, era costumbre que todos lo que tuvieran interés merodearan por el salón del banquete para observar a los convidados y escuchar la conversación y los discursos de los huéspedes de honor. Por consiguiente, se encontraban presente en esta ocasión la mayoría de los fariseos de Capernaum, para observar la conducta de Jesús en esta inusual reunión social.

     Según avanzaba la cena, la alegría de los convidados iba en aumento, haciéndose desbordante, y todos estaban pasando un rato tan espléndido que los espectadores fariseos comenzaron a criticar en su corazón a Jesús por su participación en una cosa tan frívola y ligera. Más tarde, durante los discursos, uno de los fariseos más malignos llegó a criticar la conducta de Jesús ante Pedro, diciendo: «Cómo te atreves a enseñar que este hombre es justo cuando come con publicanos y pecadores prestando su presencia a estas escenas de frivolidad». Pedro le susurró este comentario a Jesús antes de que éste impartiera la bendición de despedida a la reunión. Dijo Jesús cuando comenzó a hablar: «Al venir aquí esta noche para dar la bienvenida a Mateo y Simón en nuestra hermandad, me complace presenciar vuestra alegría y esparcimiento, pero debéis regocijaros aún más porque muchos entre vosotros entraréis en el reino venidero del espíritu, en el cual disfrutaréis más abundantemente de las cosas buenas del reino del cielo. A los que curiosean y me critican en su corazón porque he venido aquí a alegrarme con estos amigos, sabed que he venido a proclamar gozo a los socialmente afligidos y libertad espiritual a los cautivos morales. ¿Es necesario recordaros que los sanos no necesitan de médico, sino más bien los que están enfermos? Yo he venido, no a llamar a los justos, sino a los pecadores».

     En verdad era éste un extraño espectáculo en el ambiente judío: ver a un hombre de carácter recto y de sentimientos nobles departiendo libre y alegremente con la gente común, incluso con una multitud frívola e irreligiosa de publicanos y supuestos pecadores. Simón el Zelote quería hacer un discurso en esta reunión en la casa de Mateo, pero Andrés, sabiendo que Jesús no quería que el reino venidero se confundiera con el movimiento de los zelotes, lo convenció de que no hiciese comentarios públicos.

     Jesús y los apóstoles pasaron la noche en la casa de Mateo, y la gente al irse a sus hogares no hablaba más que de una cosa: de la bondad y la cordialidad de Jesús.



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